Por Sebastián Plut para La Tecl@ Eñe
Entre optimismos y desilusiones, navegando entre hipótesis y desconciertos, observamos y trabajamos en un mundo que se empeña en mostrarnos su cara más oscura. En ese valle, que entremezcla pantanos y matices, a cada hora se alternan las preguntas cuando advertimos las detenciones del campo popular en simultáneo con la intrusión de una derecha cada vez más exhibicionista.
El malestar en la cultura. ¿El avance mundial de las derechas radicalizadas es una expresión del malestar en la cultura en el sentido freudiano? ¿es compatible con el malestar en la cultura? Si no estoy errado, el malestar en la cultura, repito, en el sentido freudiano, es una categoría que explica cómo la cultura, es decir, la comunidad humana, se organiza para resistir el empuje de la irreductible agresividad de los sujetos. Podemos decirlo de otro modo: para Freud hay un antagonismo entre hostilidad y cultura, y la idea de antagonismo no solo supone que hay dos elementos en pugna sino, sobre todo, una tensión en que ninguno de los términos puede quedar suprimido. ¿Estamos en esa situación? ¿O más bien, estamos atravesando una etapa en que uno de los contendientes, en este caso la agresividad, le está ganando por goleada al otro, a la cultura? Una primera hipótesis, entonces, es la siguiente: mientras el malestar en la cultura expresa el costo anímico, singular y colectivo, de cuidar la vida, el neoliberalismo consiste en la expansión de las tendencias mortíferas y, por lo tanto, va a contramano del malestar en la cultura.
A modo de datos nacionales. En la última elección legislativa, del año pasado, la derecha vernácula, léase Juntos por el Cambio y los llamados libertarios, que son lo mismo pero con menos maquillaje, ganó diciendo que iban a reducir derechos. Atentos: actualmente hay políticos que hacen campaña anunciando reducción de derechos y una enorme cantidad de ciudadanos que votaron eso.
Recordemos algunos otros hitos que abonaron este camino: Durán Barba afirmó que Hitler era un tipo espectacular. Un exfuncionario macrista dijo que “el trabajo nos vuelve libres”, otro se reunió con Cecilia Pando y un tercero se reunió con miembros de un partido nazi. Al tiempo que Lopérfido, entre otros, ponía en duda el número de desaparecidos durante la dictadura cívico militar de Argentina, Claudio Avruj hacia lo mismo con la cifra de 6.000.000 de judíos asesinados por el nazismo. Bajo la intendencia de un dirigente del mismo signo político se organizó un homenaje a Eva Braun, y Macri apeló a frases del libro Mi lucha de Hitler, como “veneno social” y “personas envilecidas”. Recientemente, se hizo público un video en el que otro exfuncionario macrista expresaba su deseo de contar con una Gestapo para terminar con los derechos laborales. Milei grita que ellos son superiores estéticamente y lanza el insulto “zurdos de mierda”. Espert proclama su criminología del “queso gruyere” y de la opción “cárcel o bala”. Bullrich invitaba a que quien quiera ir armado que vaya armado, y Vidal discrimina por barrio y billetera el consumo de marihuana. Como se ve, no es un caso aislado, es un sistema de pensamiento.
La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna. Este es otro de los títulos de los textos freudianos que vienen en nuestro auxilio. Hoy escribiríamos La moral neoliberal y la destrucción cultural.
El núcleo del planteo de Freud es que cierta moral tiene como destino la destrucción cultural. De hecho, a poco de comenzar su texto alude a que bajo esa (doble) moral que se le impone a los seres humanos “corre peligro la meta cultural última”. Y luego agrega: “Cada individuo ha cedido un fragmento de su patrimonio, de la plenitud de sus poderes, de las inclinaciones agresivas y vindicativas de su personalidad; de estos aportes ha nacido el patrimonio cultural común de bienes materiales e ideales”.
Esta es una entre tantas otras ocasiones en que Freud marcó el antagonismo entre violencia y cultura. Dicho de otro modo, no hay cultura sin renuncia a la ilusión de omnipotencia.
¿Y si no es el narcisismo? Ya desde hace un tiempo es frecuente describir la época en que vivimos como una cultura del narcisismo. Entonces se habla del valor que tiene la imagen, tener seguidores, que nos pongan “me gusta” en una foto, etc.
Sin embargo, intuyo que la situación social es aún más compleja y que ni siquiera nos hemos detenido en una regresión hacia el narcisismo, sino que hemos ido más allá de él y estamos en un estado más propio del autoerotismo, en que el otro ni siquiera es un espejo.
El autoerotismo. No crea el lector ajeno al psicoanálisis que estamos hablando de la masturbación. Para Freud se trata de un estadio cuya permanencia “haría que la pulsión sexual no se pudiera valorizar en el futuro”.
La lógica autoerótica es aquella que le permite al bebé alucinar un pecho, alucinar que se alimenta mientras, en los hechos, no está comiendo nada. El bebé, pues, succiona su propio dedo y cree que le están dando de comer. Claro que esa creencia es funcional si dura un rato, si no se perpetúa. En cambio, si se transforma en duradera el sujeto queda apresado en una paradoja enloquecedora, consistente en el esfuerzo por creer algo que no es. Por eso los adultos, para graficar que no nos dejamos engañar, decimos “yo no me chupo el dedo”.
La situación autoerótica actual describe bien que cada sujeto se basta a sí mismo, que cada sujeto se autoconvence de que lo que piensa es idéntico a la realidad; un período caracterizado por la lógica alucinatoria. Un estado de situación en que se alimenta y explota la combinación entre odio y pánico, en que un número creciente de sujetos busca creer en una ficción sin advertir que, progresivamente, lo gana la inanición.
El autoerotismo neoliberal. Mientras la derecha gobernó Argentina desde 2015 a 2019, le decían a los ciudadanos que “les hicieron creer que tenían derechos”. Esto es, les dijeron que la realidad vivida previamente había sido una alucinación. Hoy insisten en que tener derechos y desarrollar una política de la solidaridad son cosas totalmente falsas.
En rigor, esos políticos le hacen creer a cada sujeto en un mundo autoerótico, donde cada uno debe ser un emprendedor solitario, cada uno es su propio patrón, cada uno puede por sí mismo conseguir todo lo que desee.
Ya no importa en ese mundo escuchar o mirar al otro, y ni siquiera importa ser escuchado y mirado. Cada quien solo se mira y se escucha a sí mismo. El actual diputado Javier Milei es la expresión actual más obscena de ese discurso.
En todo ello anida, actualmente, el odio: en la exacerbación de un ideal autoerótico en que la fragmentación que todo lo desconstituye avanza. No hace falta rascar demasiado para descubrir que eso es lo que hay en la libertad enunciada por liberales y libertarios, nombres que la derecha usufructúa como precario disfraz.
Apariencia de narcisismo. De eso trata la “doble moral” denunciada por Freud en el texto que citamos. Una moral que se pretende narcisista y que solo es autoerótica; una moral que nos ilusiona con gozar narcisísticamente del consumo de productos que nos den prestigio y estatus, aunque finalmente no solo no alcanzamos a consumir tales productos, sino que uno mismo es el producto consumido, uno se autofagocita en su autoerotismo.
Realidad, ternura y pensamiento. Freud plantea, además, que la sofocación de la sexualidad conduce a una inhibición del pensamiento. Por mi parte, creo que actualmente la inhibición del pensamiento no es producto de una sofocación de la sexualidad sino, más bien, de la supresión de la ternura. En efecto, en el mundo autoerótico la ternura no es requerida, así como tampoco se requiere del pensamiento, al menos si lo entendemos como la capacidad de argumentar de manera coherente en base a los hechos. No se puede, de hecho, argumentar la realidad cuando la estrategia es desinvestirla. Por caso, y apenas es un ejemplo, durante su gobierno Macri hizo gala de un “crecimiento invisible”.
Por eso Freud cuestiona el autoerotismo, pues como él mismo dice “enseña a alcanzar unas sustantivas metas sin trabajo” y, a su vez, genera un pensamiento que no tiene ningún nexo con la realidad.
Mentir, siempre mentir. Si nos desveló la pregunta sobre por qué y cómo tantos sujetos pudieron creer en la hipocresía neoliberal, el interrogante hoy continúa con un agregado: qué ocurre cuando la falsedad se hace evidente. ¿Qué le sucede al crédulo cuando descubre que creyó lo no creíble? Sería ingenuo esperar que quién creyó esa mentira, cuando descubrió la verdad criticará a quién le mintió. Desde Freud, con sus hipótesis sobre la desmentida, sabemos que lo ominoso trabaja de otra manera. Los esfuerzos por desconocer la realidad no se dan fácilmente por vencidos y, además, la vergüenza es muy perturbadora. Así, quien le creyó al odio, en su cíclica inanición, pedirá más del mismo alimento vacío. Le exigirá a quien lo engañó que le provea de nuevos argumentos para seguir creyendo y odiando.
Mi hipótesis, entonces, es que la derecha crea una paradoja sumamente perturbadora, paradoja que puede enunciarse del siguiente modo: el creciente odio de quienes se acercan cada vez más a la derecha es la expresión de la cada vez mayor imposibilidad de creer en esa misma derecha. Esto es, cuánto más se revela su falsedad, más destructivos son los argumentos que se necesitan para seguir creyendo. Esta paradoja permite que los hechos examinados resulten entendibles. Es la consagración del poder de la mentira: haber comprendido que el engañado solicitará seguir siéndolo y que el dolor rabioso por haberse ofrecido a esa operación continuará dirigiéndose hacia quienes intentan mostrarle la realidad, vuelta ominosa.
Para concluir. Dado el carácter originario e irreductible de la agresividad humana, el psicoanálisis no se pregunta por qué surge la violencia sino cómo crear algo diverso, cómo surgen la ternura y la ética en los vínculos. Podemos decirlo de otro modo: ¿cuáles son los esfuerzos singulares y colectivos para tramitar la pulsión de muerte?
Si se intensifica la violencia, entonces, la pregunta no es qué hemos hecho sino qué es lo que hemos dejado de hacer. Responder a este interrogante es la tarea urgente.
Buenos Aires, 1° de junio de 2022.
Sebastián Plut - Doctor en Psicología. Psicoanalista. Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG).