Henry Ford, el fundador de la conocida automovilística, comentó una vez: “es bueno que la gente no conozca cómo funciona nuestro sistema bancario y monetario, porque si lo hiciese, creo que habría una revolución antes de mañana por la mañana”. Sin ser tan extremos en las conclusiones que Ford vaticinaba, es cierto que el desconocimiento de cómo funciona, al menos en términos básicos, el sistema bancario y monetario – financiero en definitiva – actual es absoluto. Poco interés de buena parte de la población y conveniencia de quien maneja este entramado por ocultarlo o distorsionar el discurso es lo que motiva en gran medida esta situación. Sin embargo, la simpleza del mecanismo que permite que el dinero circule por la economía y acabe en nuestros bolsillos es absoluta. Nunca algo tan sencillo pareció tan complicado. Por ello, a lo largo de estas líneas intentaremos explicar, aplicado al caso de la Eurozona, cómo funciona todo el entramado monetario y financiero que rodea a la creación de dinero y qué camino sigue hasta llegar a la economía real.
Dinero físico y dinero virtual
Antes de entrar a hablar en detalle del funcionamiento financiero europeo, conviene aclarar previamente ciertas cosas: la primera, que el valor del dinero como tal reside en la confianza que los usuarios de ese dinero le dan al mismo. Si mañana todo el mundo se levantase con la absoluta e inamovible creencia de que el Euro no tiene ningún valor y que la mejor manera de realizar nuestros intercambios es usando gallinas, los euros perderían todo su valor y pasarían a ser unos curiosos objetos con un número por delante y una cara o un monumento por detrás. El valor del dinero existe en tanto en cuanto la sociedad que la utiliza cree firmemente en que ese es el único elemento legal y válido para hacer intercambios y transacciones económicas – dinero fiduciario que se llama –. Tiene un porqué detrás. Esa confianza y la exclusividad como herramienta viene dada por el poder del Estado, que avala tal objeto como portador de valor gracias a su monopolio de la violencia legítima y su capacidad política, económica y militar para mantener ese estatus. Así, en lugares donde el Estado es inexistente, caso de los llamados “estados fallidos”, no es extraño que el dinero que circule sea el emitido por la facción o grupo que controle el lugar. El más fuerte impone su ley, incluyendo la monetaria.
Lo segundo que debemos considerar es el hecho de que en el mundo actual el dinero que se mueve es eminentemente virtual y apenas está respaldado por dinero físico – monedas y billetes –. En 2013, por el mundo había dinero circulando por valor de unos 55 billones de dólares – dividido en distintas monedas –, de los cuales unos 5,2 billones eran monedas y billetes. Esto quiere decir que aunque las cifras puedan bailar ligeramente – dinero negro, por ejemplo –, en el mundo hay 10,5 dólares virtuales por cada dólar físico. Además, hay que considerar que esto es una media de todo el mundo. En zonas con una economía más básica y menos dependiente del sistema bancario – el Sur global –, la proporción es más baja, mientras que en las regiones más “financiarizadas” del planeta, la relación supera con creces la proporción de diez a uno.
Al comprar un artículo por internet o al hacer una transferencia nadie duda de que el dinero ha ido de unas manos a otras, y nadie ha tocado una sola moneda. Las transacciones económicas actuales son, cada vez más, movimientos de números entre cuentas bancarias. Simples anotaciones; sumas y restas. El dinero físico se utiliza casi exclusivamente para operaciones cotidianas, y aun así hay elementos como las tarjetas de crédito, dinero plástico que se vale del dinero virtual, que compiten como método de pago. Sin embargo, la percepción generalizada es la de que el dinero físico es mayoritario y casi el intermediario natural en una operación, cuando en absoluto es así y de hecho, cada vez tiene una presencia más marginal a nivel global.
El último punto que debemos destacar es la capacidad de los bancos comerciales para crear dinero. Sí, los bancos crean dinero; de la nada además. En gran medida, que el 90% del dinero que circula sean números restándose y sumándose en cuentas y libros de anotaciones y no tenga que estar respaldado físicamente por nada facilita enormemente esta capacidad. Como esta es una de las ideas más complejas de explicar, lo resumimos con un ejemplo. Supongamos que en el mundo habitan dos individuos, “A” y “B”. Cada uno dispone de 1000€, por lo que el dinero existente en el mundo son 2000€, físicos además. “A” acude al banco a depositar 800€ de sus ahorros, pasando a tener ahora esa cifra en el banco y los 200€ restantes en su bolsillo. La entidad bancaria, como es lógico, se compromete a tener al menos parte de ese dinero disponible en caso de que el cliente lo necesite. Además, tener sus ahorros en esa entidad le reportará al depositante un 2% de interés. A los pocos días, “B” acude a ese mismo banco solicitando un crédito por 500€. El banco se lo concede ya que tiene recursos para ello – los 800€ que ingresó “A”– con un tipo de interés del 7%. Así, “B” tiene ahora 1500€, pero “A” no ha perdido los 800€ que ingresó. Sigue teniendo su depósito en el banco, solo que la entidad, al prestarle el dinero a “B”, espera recuperar dicho dinero mas unos intereses, que irán destinados a más créditos o al bolsillo de “A” si este necesitase la totalidad de sus ahorros. Ahora el dinero existente no son 2000€ sino 2500€, de los cuales 1700€ son físicos – 200 de “A”, 1500 de “B” y 300 que quedan en el banco – y 500€ virtuales. El banco acaba de crear 500€ sin que haya ni una sola moneda o billete por medio. Sin embargo, si “B” considerase oportuno depositar parte del dinero que dispone en el banco y apareciese un tercer individuo solicitando un préstamo, la entidad bancaria repetiría la operación, generándose de manera permanente más dinero de la nada mientras el dinero físico sigue siendo el mismo.
Este proceso realizado una y otra vez es lo que facilita la expansión del crédito, la creación de dinero virtual y la inyección de más capital en el sistema. Los bancos, con el dinero que millones de ahorradores depositan en sus cuentas a cambio de la disponibilidad y una rentabilidad, realizan préstamos a empresas, particulares o entes públicos a un tipo de interés más alto que el que pagan a los depositantes. Simplemente, los bancos deben mantener una parte de todo el dinero que manejan en líquido, el llamado coeficiente de caja, que en la Eurozona es actualmente del 2%, aunque sumado a otras reservas, la media global se sitúa entre el 5% y el 10%. Esto quiere decir que por cada 100€ que los bancos tienen, pueden mantener 90-95€ rindiendo en préstamos y otras operaciones, pero debe haber 5-10€ físicos disponibles para todos aquellos clientes que deseen retirar dinero de sus cuentas por una u otra razón.
Este poder lo tienen especialmente los bancos privados, ya que simplemente con anotaciones en un libro de cuentas pueden crear más dinero. De hecho, cerca del 90% del dinero que se crea en el planeta corre a cuenta de estos bancos privados, no de los bancos centrales de los estados. Las conocidas imágenes de sábanas de billetes en la imprenta no corresponden a la motivación de poner más dinero en circulación, sino que son repuestos del dinero físico que se deteriora y es reemplazado por monedas o billetes nuevos. Lo poco que pueden hacer los bancos centrales para restringir o facilitar la creación privada de dinero es actuar sobre los tipos de interés o sobre el coeficiente de caja, motivando así que la demanda de crédito se reduzca y/o que los bancos se vean obligados a mantener mayor liquidez en sus reservas, limitando la cantidad de dinero que pueden prestar y, por tanto, crear.
No obstante, la idea principal de todo este proceso es sencilla: hay más dinero en tanto en cuanto hay más deuda en el sistema y en esto se basa buena parte del negocio bancario. Tampoco hay que ver la deuda como algo malo de por sí; la deuda es, en gran medida, lo que facilita la inversión y el consumo. Sin deuda – o sin endeudamiento – el desarrollo industrial, tecnológico y de consumo de los últimos siglos no se hubiese producido por no poder acumular capitales suficientes. Otro asunto distinto, y que aquí tiene gran importancia, es el endeudamiento irresponsable y los riesgos inherentes a otorgar y recibir créditos cuando la capacidad de devolución es dudosa. Ahora bien, el debate como tal no está focalizado en para qué vale este proceso, sino en por qué entes privados tienen semejante privilegio. Desde la consolidación del sistema capitalista a finales del siglo XVIII, quien tiene dinero es quien tiene el poder, por lo que no hace falta explicar qué poder se puede llegar a atesorar si se tiene la capacidad de crear ese dinero.
El BCE, banco de la banca
El escenario antes relatado funciona sin problemas cuando la economía se encuentra en un ciclo de crecimiento; hay demanda de crédito, los tipos de interés no son excesivamente altos y los bancos tienen bastante margen para prestar. Sin embargo, en un escenario de recesión, con el consumo y la inversión a la baja, insolvencia e impagos al alza y con muchos activos bancarios comprometidos por la llamada titulización, todo este mecanismo se empieza a ralentizar, derivando en serios problemas para los bancos tanto de liquidez como de valor. Esto es, a grandes rasgos, lo que ha ocurrido en la última y todavía presente crisis financiera en Europa.
En la Eurozona, las competencias monetarias están transferidas al Banco Central Europeo (BCE), que controla el correcto funcionamiento y estabilidad del euro. Cuando los bancos privados europeos no tienen suficiente capacidad de financiación – porque no obtienen suficientes depósitos o porque otros bancos no les prestan –, recurren a financiarse vía BCE. En los últimos años este mecanismo ha sido bastante habitual.
Por norma, el Banco Central Europeo celebra una subasta de liquidez a la semana. La cuantía del dinero que pone sobre la mesa y el interés del mismo es lo que ha utilizado para controlar la cantidad de dinero que circula dentro del sistema. Si quiere reducirlo o mantenerlo, las subastas serán parcas en fondos y altas en interés, mientras que si quiere inyectar liquidez al sistema bancario, ofrece dinero a tipos de interés bajos.
Estas comentadas subastas de liquidez tuvieron un antes y un después en octubre de 2008, prácticamente al mes siguiente a estallar la crisis financiera. Hasta el momento, las subastas desde Frankfurt eran a ciegas. El BCE revelaba la cantidad de dinero que se subastaba, pero el interés sería el de la media de todas las ofertas recibidas. Así, los bancos tenían que enviar al organismo bancario su oferta de manera secreta, esto es, la cantidad solicitada y el tipo de interés que estaban dispuestos a pagar. Una vez finalizado el plazo para recibir ofertas, se descubría el tipo de interés. Aquellos que habían ofrecido lo mismo o más que el tipo de interés medio recibían su préstamo al interés que ellos habían ofrecido; los que se habían quedado cortos no recibían nada. Este procedimiento, además de no generar demasiada liquidez, fomentaba que los bancos acudiesen al mercado interbancario – aquel en el que los bancos se prestan entre ellos –, encareciendo el crédito y creando interdependencias entre entidades que luego se han comprobado peligrosas. Además, la creación de dinero se daba sí o sí; bien lo creaba el BCE o lo creaban las entidades al prestarse entre ellas. Si lo daba el Banco Central, simplemente se hacía una anotación a favor del banco que reflejaba el préstamo. Así de fácil se creaban miles de millones de euros.
En octubre de 2008 el BCE cambia el sistema y adopta lo que se conoce como la “barra libre”. Para dotar de liquidez suficiente al sistema y en vista de que no hay peligro de inflación, las subastas pasan de ser a ciegas a ser totalmente abiertas (). El tipo de interés es conocido y fijo – acorde al precio del euro – y las cantidades disponibles son casi infinitas, ya que se han llegado a subastar 400.000 millones de euros. Ningún banco se quedaría fuera ahora por no dar en la diana. Se daba vía libre al funcionamiento de lo que se conoce como “la máquina de hacer billetes”.
Hecha la ley, hecha la trampa
Con este torrente monetario es como se lleva funcionando siete años y es en gran medida como se ha estado inyectando liquidez en la Zona Euro. Sin embargo, los problemas de financiación en los dominios del BCE no han terminado por respaldar a los bancos con miles de millones. Sí es cierto que en términos generales, la batería de rescates bancarios, quiebras y problemas de liquidez de las entidades se ha resuelto de esta manera, pero ni mucho menos se ha dado solución a la cuestión de la financiación de los estados, especialmente los del sur de Europa, que han ido observando a lo largo de los sucesivos años cómo su deuda no paraba de crecer e incluso con algún riesgo de impago.
Y es que los estatutos del BCE prohíben que el propio organismo preste a los estados. Esta decisión política provoca, como veremos, que los estados necesiten financiarse a precios de mercado, encareciendo en gran medida su obtención de liquidez. El BCE por tanto sólo puede prestar a entidades bancarias que reciban la aprobación de Frankfurt y cuya solvencia no esté en entredicho. Sin embargo, el Banco Central Europeo sí que ha financiado indirectamente con miles de millones a los estados. En una estrategia encaminada a limpiar de activos tóxicos las entidades y a dotar de liquidez y estabilidad a los estados con problemas, la autoridad bancaria europea ha utilizado insistentemente dos políticas. La primera, financiar a bajo interés a los bancos privados para que estos comprasen deuda pública de los estados, produciéndose un supuesto win-win bancario y estatal. Los mayores beneficiados de esto eran claramente las entidades, ya que con la compra de deuda pública conseguían activos de gran calidad a un interés bastante superior que el que les imponía el BCE, obteniendo así unos beneficios aceptables. De hecho, así es como se han ejecutado los rescates en Grecia, Irlanda o España, utilizando de intermediarios a los bancos. La segunda práctica ha sido la del “banco malo” – en España llamado SAREB –, esto es crear una entidad pública – para el caso español es una entidad público-privada – que comprase todos los activos peligrosos del sistema bancario con dinero procedente de Frankfurt. Esto ha saneado las cuentas de los bancos pero a costa de pasarle la deuda al estado, que dado que no puede vender los activos – comprados con sobrecoste – por su nula calidad, ha de responder ante el interés del BCE. Para ambas soluciones ha habido un claro ganador y perdedor, personificados en la banca y las cuentas públicas respectivamente.
¿Una nueva gobernanza del euro?
El sistema bancario y financiero ha mostrado su cara más débil en el aspecto funcional y la más fuerte en el político. El BCE, incapaz de renovarse en su cometido por el inmovilismo político de las dos Europas afronta el futuro con dudas. Son bastantes las voces que reclaman cambiar la imposibilidad de que desde Frankfurt no se pueda prestar directamente a los estados. Como hemos visto, existe una posibilidad indirecta de financiar a los países de la Eurozona a costa de extenderles un coste extra por usar al banco de intermediario, que cómo no, quiere sacar beneficio del asunto. Por tanto, resulta poco comprensible tener que hacer semejante rodeo financiero para acabar llegando al mismo punto. Sin embargo, cambiar semejante mecanismo supone una confrontación política gigantesca. Excluir a los bancos de la financiación estatal, o al menos obligarles a ofrecer unos intereses mucho más bajos, supondría apartarles de la gallina de los huevos de oro, y es que anualmente los estados de la Unión Europea pagan unos 350.000 millones de euros – y subiendo – en concepto de amortización de deuda pública. Ni ellos, actores con un enorme poder, ni probablemente algunos estados que verían perjudicados sus intereses nacionales, estarían dispuestos a perder semejante cuota de poder. El punto intermedio parece haberse encontrado con la unión bancaria, todavía en fase de diseño, y los “eurobonos”, una idea surgida en plena crisis de deuda y ahora aparcada en un rincón de Bruselas.
Igualmente arrecian las presiones ante la necesidad de cambiar la orientación del BCE de mero “médico” del euro a controlador de la economía en general de la Eurozona. Esos son, por ejemplo, los cometidos de la Reserva Federal estadounidense y otra gran cantidad de bancos centrales. Si se ajustase por tanto la política monetaria a las necesidades generales de la economía comunitaria – que ya de por sí son dispares –, las decisiones dejarían de velar ya sólo por el euro. Al menos el camino de la integración lleva irremediablemente a ello.
Y es que cambiar el funcionamiento de la actual forma de crear dinero es prácticamente imposible. La única manera es jugar con los elementos de política monetaria en bancos centrales, supervisar las actividades de la banca y permitir que los estados recuperen cierta cuota de poder en su relación con los bancos. Pocas veces en la economía algo tan sencillo como es la creación del dinero había sido tan difícil de controlar. Quizás por eso dicen que la banca siempre gana.