El bar de Antonio

Ojalá el mundo fuera un lugar tan amable como en el bar de Antonio. El bar donde le guardan a una el billete de lotería premiado con el gordo aunque no lo haya comprado. Les habla, cómo no, del anuncio del momento, el de la lotería, cuyo slogan es acertadísimo: “El premio es compartirlo”. Acertado como lo es toda la puesta en escena del mismo: la decoración, la iluminación, el acting. Porque Manolo es ella, es usted, es todos nosotros. Porque convendrán que el dinero no lo es todo pero cuando es la solución y, de repente, llega lo hace como un regalo.

Como buen anuncio que se precie no está exento de polémica. Que si es demasiado sentimental, que si juega con lo básico, con nuestras emociones, con nuestro pan. Pero la vida es eso. Ilusión. Esperanza. Si no, ¿para qué? ¿Acaso no se trata de eso? Es lo mismo que hace que los niños enloquezcan con las máquinas que encierran regalos en esas bolas de plástico. Ellos no ven las baratijas inservibles que acumulan sus padres cansados. Ellos compran sueños a un euro. Recuerda cuando ella estuvo en el pellejo de Antonio tiempo atrás. Hace 15 años pero parece que ocurrió en otra vida. Un sorteo de Navidad. Un premio. Un gordo. Una periodista rubia sin cupón que no sabía nada acerca de nada pensando que lo sabía todo. En aquella ocasión no hubo solidaridad. Y lo comprende. Supone que una no comparte con los compañeros de trabajo sino con los de vida. Con todo, le parece un anuncio potentísimo que apela a valores por los que deberíamos regirnos todo el año. Un anuncio inmejorabe, después del imposible na, na, na, na, na, na, na, na… del año pasado. Porque la publicidad, como el buen cine, ha de transportarnos lejos. Del bar de Maquinavaja al de Antonio, por ejemplo.