Figuras de un Belén napolitano. Museo de San Martino, Nápoles
Fotografía: Johnnyrotten - Fuente
La ciudad de Nápoles vivió un especial resurgir a finales del siglo XVIII. En la complicada trama de relaciones diplomáticas y dinásticas que dominaba el siglo de las Luces europeo, Nápoles, independiente pero bajo la órbita de los Borbones, es gobernada por Carlos VII desde 1734 hasta 1759, futuro Carlos III de España. Monarca ilustrado, representante por excelencia de lo que se dio por conocer como Despotismo Ilustrado, inicia una serie de reformas destinadas a la mejora de la estructura económica de la ciudad italiana con el objetivo último de hacer del progreso el motor básico en el desarrollo de Nápoles. El rey, gran protector de las artes, fue el artífice de la Fábrica de porcelana de Capodimonte, a imagen y semejanza de la alemana de Meissen, y un mecenas de las artesanías napolitanas. Precisamente, este aspecto explica que Carlos, cuando llega a España para ocupar su trono en 1759, trajese consigo una de las tradiciones más arraigadas entre los napolitanos: el Belén, el presepio. Belén napolitano en el Museo Diocesano de Álava
Fotografía: Juan Quintas - Fuente
No existe una teoría clara que pueda dar razón del origen de la costumbre belenista. Existe multitud de leyendas y, por lo tanto, infinitas hipótesis más o menos creíbles: San Francisco de Asís en el siglo XIII, un origen centroeuropeo o, incluso, catalán. En el concilio de Nicea, ocurrido en el año 325 de la Era, se aprueba la festividad de la Natividad de Jesús. Es fácil suponer que a partir de ese momento se instituyen las diferentes formas de celebrar el nuevo dogma, las oficiales y las populares. Entre estas últimas se incluye el pesebrismo, la representación figurada del momento evangélico del nacimiento de Cristo. La escenografía incluye complicados montajes, multitud de personajes y accesorios que hacen de este arte durante el siglo XVIII un ejemplo del paroxismo y la teatralidad tan propia del Barroco, destacando en esta artesanía los talleres napolitanos.Figuras en un taller actual de Nápoles - Fuente
Todo el arte del Belén napolitano se concentra en sus figuras vestideras. Las partes visibles del cuerpo se hacían en madera y los rostros solían ser de terracota. En ellos se concentraba la capacidad estética del artesano, con una amplia galería de gestos, muecas y expresiones, en algún punto cercano a la caricatura. El cuerpo se hacía de alambre recubierto de estopa, lo que aseguraba la movilidad de la figura. Se vestía con ricas telas, sedas, terciopelos, hilos de oro y plata y un largo etcétera que otorgaba una rica suntuosidad a cada pieza. Se engalanaban de acuerdo al personaje que debía desempeñar dentro del conjunto. Finalmente, se diseñaba una complicada escenografía, con arquitecturas propias de la ciudad de Nápoles del siglo XVIII y ruinas clásicas sobre las que situar el Nacimiento, ejemplificando la victoria de la fe sobre las creencias paganas o, más bien, los recientes descubrimientos arqueológicos de Pompeya y Herculano. Todo este escenario se completaba con multitud de figuras, accesorios y demás elementos que componían majestuosas representaciones que, en ocasiones, podían llegar a incluir miles de figuras.Figura de un Belén napolitano, Bayerischen Nationalmuseums, München
Fotografía: Andreas Praefcke - Fuente
Una de las peculiaridades de estos belenes reside en la representación de tipos populares y urbanos del Nápoles del XVIII. Son auténticas pruebas documentales de la vida en la ciudad italiana en esos momentos finales de siglo y principios del XIX. La ciudad resurgía y recobraba una destacada importancia comercial en el mundo mediterráneo. Sus calles bullían llenas de actividad y afluían numerosas embajadas llegadas de todas partes del mundo. Parece demostrado que estas comitivas extranjeras, especialmente las llegadas desde Oriente, inspiraron a los artesanos belenistas para representar las escenas de adoración de los Reyes Magos. Es evidente, por lo tanto, que en estos belenes encontraremos un reflejo fidedigno de cómo era la vida en aquella época en Nápoles, siendo un arte de un interesante valor documental.La subida al trono español de Carlos III en 1759 hace que la tradición belenista se extienda en tierras ibéricas. Primero entre las clases altas asociadas a la monarquía para después convertirse en una tradición de gran sabor y raigambre popular. Gracias a ello en la actualidad se conservan en algunos museos españoles belenes napolitanos, de una excelente calidad, recuperados después de la dispersión sufrida por los ejemplares de la Casa Real: el del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, el del Nacional de Artes Decorativas de Madrid, el del Nacional de Cerámica de Valencia o, incluso, el propio de Palacio Real, restaurado en 1989, entre otros.Luis Pérez Armiño