Avanza el verano y cada mañana, cuando comienza a apretar el calor, las escasas flores que ahora se abren en el monte mediterráneo se llenan de visitantes deseosos de libar. Es el tiempo de numerosas especies de abejas solitarias, que se afanan en las flores del cardo corredor, de los ajos silvestres y las espuelas de caballero. Junto a estas abejas encontramos toda una fantástica variedad de avispas cazadoras y parásitas, como la que muestra este dibujo, la Leucospis, una de las mayores avispas calcídidas. Este grupo de avispas suele desarrollarse consumiendo a otros insectos, y la Leucospis no es una excepción en esto pero sí por su insólita víctima, porque esta avispa se las ingenia para poner sus huevos dentro de un verdadero búnquer, el nido más fortificado de cuantos hay en el matorral mediterráneo, el de la abeja albañil, la Chalicodoma.
Las Chalicodoma, de distintas especies, son abejas solitarias que construyen nidos sobre las rocas o en las ramas, usando una especie de cemento durísimo que fabrican amasando el polvo de la tierra con su propia saliva, añadiendo alguna piedrecita bien encajada para reforzar esta argamasa. Cada abeja hembra prepara varias celdas hechas de este mortero, y en cada una almacena miel y pone un huevo flotante, tras lo cual procede a sellar totalmente la jarrita y comienza con otra. Terminadas todas las celdas, la abeja cubre todo el nido con una gruesa capa de mortero, y os aseguro que la estructura final tiene al menos la misma dureza que un trozo de cemento. Es en esta fortaleza de sólidos muros donde la Leucospis ha de poner su huevo. ¿Cómo logra semejante hazaña? Lo consigue utilizando un arma secreta: cuando se posa en el nido de la abeja albañil, la Leucospis despliega una especie de larguísima "cola" que lleva plegada sobre el dorso. Es su ovipositor, un filamento negro, tan fino como un pelo, con cuya punta pone los huevos. La avispa lo puede mover a voluntad, y lo dirige en vertical hacia el muro del nido. Utilizándolo como un taladro, la Leucospis va perforando lentamente el cemento, tan despacio que parece que no está haciendo nada, pero al cabo de aproximadamente una hora alcanza el interior de una celda de abeja, y entonces inyecta un huevo e inmediatamente extrae toda su maquinaria de sondeo, sin dejar apenas señal alguna en la superficie del nido. Dentro de la celda, del huevo nace una larva con forma de gusano, que rápidamente se agarra a la crecida larva de abeja. Como una especie de vampiro, la larva de Leucospis crece a costa de succionar los fluidos de la larva de abeja, pero lo hace sin herirla en ningún momento, simplemente sorbiendo a través de la húmeda piel, haciendo ventosa con la boca. Este siniestro beso termina invariablemente con la larva de abeja marchita y muerta, y entonces la larva de Leucospis queda como única ocupante de la oscura celda. Pasará el invierno dentro, soportando temperaturas bajo cero, y en el siguiente verano emergerá de los muros en que ha nacido, lista para reanudar un año más la extraña historia de su especie. Así viven estas avispas, uno de tantos letales visitantes de nido en el mundo de las abejas mediterráneas.
Más sobre la Leucospis y la abeja albañil en los Souvenirs Entomologiques de Fabre.