Revista Cultura y Ocio
Mientras el Partido Popular (PP) sigue desmoronándose en las encuestas (cosechando lo que ha sembrado) y el PSOE comienza a desperezarse hacia arriba (nadie sabe porqué, pero así es), las formaciones pequeñas siguen siendo eso, pequeñas y distantes de los dos grandes (doblan resultados, pero venían de casi nada). Los nacionalistas "periféricos" continúan en lo suyo: ni ganan ni pierden (tienen la clientela hecha y estable desde hace muchos años). El orden reina en Berlín, ya saben. A diferencia de Grecia o Italia el bipartidismo español sobrevive pues sin mayores problemas, y las expectativas de sorpassos, salvo en zonas muy concretas como Catalunya, son inexistentes. Izquierda Unida doblará o triplicará escaños, pero continuará lejos en escaños y en voto popular del PSOE a pesar de que éste vive sus horas más bajas en democracia; en la derecha, la "centrista" UPYD de la pizpireta y gritona Rosa Díez tendrá su puñado de diputados, pero lejos, muy lejos, del sueño de adelantar al PP en el pastoreo del voto de derechas de los patriotas de bien españoles. ¿Por qué se equivocan tanto quienes auguran el fin del bipartidismo español, y no perciben que lo que se está produciendo es una simple redistribución de fuerzas en ambos lados, derecha e izquierda, del espectro político español y no el Apocalipsis? Pues aparte de que algunos (o muchos) analistas confundan la realidad con sus deseos, lo que suele nublarle el entendimiento en estos asuntos a más de uno y de dos, sucede que el bipartidismo español contemporáneo remite al período de la Segunda República (1931-1936) y no al de la Restauración borbónica (1870-1923). Quiere ello decir que el sistema se basa no en dos partidos que se turnan sin solución de continuidad ni "acompañantes" menores, sino en dos fuerzas políticamente hegemónicas aunque no solitarias que a su pesar y con evidentes molestias para muchos de sus dirigentes al menos por lo que hace al PSOE, encarnan la lucha de clases en este país desde el comienzo de la Guerra de España a nuestros días. El PP es el heredero natural de la corriente política franquista, que ha sido la única derecha española posible desde el 17 de julio de 1936, bajo formas cambiantes y adaptadas a cada momento histórico sucesivo eso sí: Falange, Movimiento Nacional, UCD, AP, PP. Por su parte el PSOE ha recogido fundiéndolas en una sola las tradiciones de la izquierda de origen marxista reciclada a la socialdemocracia (las clases medias progresistas), del republicanismo español (la derecha ilustrada española) y del anarquismo posibilista (el movimiento obrero y campesino español más genuino). A finales de los ochenta entra en crisis no esa amalgama -social más que ideológica- que sigue funcionando y garantiza un suelo electoral de hierro al partido, sino las gentes que la dirigen, que han buscado acomodo en el sistema por la vía del desclasamiento como modo de hacerse hueco personal en las élites consolidadas del país. Alrededor de ellos bailan formaciones políticas que juegan un papel complementario, pero que difícilmente llegarán a sustituir a esas dos fuerzas. El PP morirá más pronto que tarde de un empacho de corrupción y abuso de poder, pero no será la formación de Rosa Díez quien le sustituya sino un partido más a la derecha del perfil público (que no del real) del partido que teóricamente lidera el todavía presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy. IU por su parte, vive lastrada por el peso que aún sigue teniendo en ella no tanto el PCE como ente orgánico sino la mentalidad hispano-comunista, una verdadera reliquia de museo procedente no de la Guerra Fría sino directamente del Pleistoceno Medio. La situación es diferente en Catalunya y Euskadi, desde luego, porque en realidad ambas comunidades tienen sistemas políticos propios desde al menos los inicios de la democracia parlamentaria en España, en pleno siglo XIX. En esos dos países todo el juego político es más complejo, matizado y cambiante, porque sus respectivas estructuras de clases y los intereses que estas esgrimen son asimismo más complejas, matizadas, y cambiantes. En estos dos casos el nacionalismo "periférico" no es en realidad un factor determinante sino un síntoma claro de realidades sociales muy distintas a la española, aunque no por ello menos opresivas que las propias de ésta. En definitiva el bipartidismo español responde a adscripciones muy arraigadas en el ADN social, político y cultural de los sectores más responsables de una ciudadanía desencantada, indignada y en cambio evolutivo permanente, pero aún fiel a su identidad histórica (a diferencia de las cúpulas de los partidos que les representan). El votante franquista tradicional o "modernizado" seguirá votando al PP o a las siglas que la derecha instrumente para el caso, y el de izquierdas continuará votando al PSOE o engrosando la abstención. En el sistema español, los demás deberán volver a conformarse con los magros resultados que suelen venir recogiendo, un poco mejorados eso sí; lo cual no es mucho, habida cuenta que llevamos ya un quinquenio viviendo bajo el arco en ruinas del modelo económico y social español imperante en las últimas décadas.