El gran río al que Egipto debe su ser, es a la vez la fuente de todas sus bendiciones y su mayor peligro. Hinchazón con una uniformidad, bien calculada para despertar la gratitud y la admiración del hombre, casi desde un día fijo en cada año, y continuar aumentando constantemente durante meses, gradualmente se extiende por las tierras, cubriendo todo el suelo con una nueva capa de los más ricos posible aluvión, y así asegurar al país una fertilidad perpetua e inagotable. El mecanismo de la naturaleza es tan perfecto, que el ascenso año tras año apenas varía un pie, y es casi exactamente el mismo ahora que cuando el primer Faraón derramó su libación al dios del río desde el terraplén que había hecho en Memphis;
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