P: 10
Revista Cine
El juego del billar es la gran excusa - no se han realizado muchas películas sobre este juego y ninguna mejor que ésta - para presentar una gran reflexión sobre los estadounidenses y su relación con el éxito y el fracaso. Porque Eddie Felson lo arriesga todo por ser el mejor: parece ser que no le importan tanto las ganancias económicas que le pueda reportar su victoria sino más bien el saberse triunfador. Su contendiente en la primera parte de la película es un magnífico Jackie Gleason que no puede estar mejor en su papel de el Gordo de Minnesota. Aquí se enfrentan la pasión, el genio y el exceso de confianza de Felson contra la frialdad y carácter de el Gordo. Gana el primero, pero eso no hace sino estimular el deseo del protagonista, que acaba cayendo en las garras de un patrocinador que lo explota. En cualquier caso, el principal enemigo de Felson es su propio interior. No quiere ser un perdedor, pero no puede evitar serlo. Y algo parecido le sucede en la relación que establece con una peculiar mujer que encuentra alcoholizándose en una sórdida estación de autobuses. Para la mujer es la última oportunidad de encontrar el amor o, más bien, de agarrarse a algo que evite su definitivo naufragio vital. La relación de esta pareja es otro de los ejes de la película, que entronca perfectamente con los conflictos internos del protagonista. Magnífica fotografía en blanco y negro, magnífico cinemacospe, inolvidable sonido de las bolas chocando y entrando en los agujeros en una obra sencillamente apasionante y compleja y a la que uno siempre quiere volver.