El caso es que estaba sentado en la orilla de la silla donde cada mañana me pongo los calcetines. Ese tiempo que discurre, casi eterno, entre que se me secan los pies y me pongo estas las calcetas, es uno de los momentos más difíciles del día. Puedo estar con la mirada clavada en el piso por 10, 15 minutos sin decidirme a seguir con el ritual o dejarme vencer por los demonios de la hueva.
Durante esos largos minutos suelo pensar en muchas cosas: ¿qué hago exactamente todos los días haciendo lo mismo? ¿para qué lo hago? ¿qué gano con hacerlo?, pero la que más me saca de onda es ¿quién soy realmente?
Y luego de no encontrar respuestas, imagino simplemente cómo sería mi vida si no tuviera que ir a trabajar, si no necesitara salir de la casa y pelearme por unos centímetros de espacio en el metro y luego en el metrobus. Qué haría si sencillamente no tuviera que trabajar.
Pero tampoco obtengo respuestas. Es sólo un largo y tedioso tiempo perdido en preguntas que después, ya en la calle, me parecen tontas, pero día con día regresan a la misma hora.
¿Qué estás haciendo y para qué lo haces?
Eso me preguntó mi terapeuta en la última sesión que tuvimos hace dos semanas. Entonces yo estaba muy deprimido por una mala noticia que recibí y no recordaba ninguna razón de valor para hacer una y otra vez lo que hago todos los días. Fracamente no recuerdo a qué conclusión llegué esa mañana, pero la depresión se disipó durante la semana siguiente a la terapia.
Ahora no recuero exactamente las razones por las que me levanto todos los días. He pasado los últimos 10 años pensando en eso y creo que me voy a morir sin saberlo a bien. Ahora me conformo con saber que tengo algunas deudas económicas y que por eso tengo que ir a trabajar.
También me acuerdo de los largos meses que pasé, hace cerca de cuatro años, sin trabajo y sin nada que hacer, simplemente vegetando en el sillón y el tremendo esfuerzo que me costó retomar mi vida...
Y sí, esas son algunas de las dos grandes razones por las que voy a trabajar, además, claro de tener a mi esposa a mi lado, que ya el solo hecho de haberla conocido hace valer la pena pasar por este mundo.
Lo bueno de cada mañana es que una vez que me doy cuenta de que llevo 15 minutos de retraso para llegar al trabajo, acabo por ponerme los calcetines, termino de vestirme y cumplo religiosamente con mi ritual diario, del cual, por cierto, a veces creo que mi vida depende al 100%.
¿Qué sería de mí sin los rituales?