“Pude ser feliz
y estoy en vida muriendo
y entre lágrimas viviendo
el pasaje más horrendo
de este drama sin final”.
Algunos espectadores cuestionarán la decisión de cerrar con un tango abolerado un documental sobre mujeres que visitan a sus hombres presos, pero lo cierto es que la letra de Sombras nada más expresa con justeza los sentimientos de las –sobre todo– esposas que Jorge Leandro Colás retrató en tres escenarios circundantes al trágico penal de Sierra Chica: la pensión donde las chicas pernoctan, el almacén donde compran mercadería para llevar a los detenidos, y la suerte de triple corral donde esperan de pie y a la intemperie la autorización para ingresar a la cárcel.
La voz de María Martha Serra Lima acentúa la perspectiva femenina –acaso feminista– de esta aproximación a vínculos amorosos que resisten, no sólo la separación del ser querido, sino el maltrato que el sistema penitenciario ejerce sobre la familia del reo. Con una sensibilidad libre de los lugares comunes que el cine y la televisión suelen explotar cuando abordan el universo carcelario, Colás entrevista a algunas mujeres pero se dedica más a filmarlas en determinadas circunstancias: apenas bajan del ómnibus que las deja en la localidad de Sierra Chica, mientras conversan en la pensión de la Bibi, mientras tratan con el dueño de la despensa, mientras caminan hacia la unidad penitenciaria, mientras esperan que comience el horario de visita.