Revista Arte

El cambio honesto y la sabiduría conquistarán, al fin, al amor elusivo y desengañado.

Por Artepoesia
El cambio honesto y la sabiduría conquistarán, al fin, al amor elusivo y desengañado. El cambio honesto y la sabiduría conquistarán, al fin, al amor elusivo y desengañado. El cambio honesto y la sabiduría conquistarán, al fin, al amor elusivo y desengañado. El cambio honesto y la sabiduría conquistarán, al fin, al amor elusivo y desengañado.
No toda la Mitología latina fue heredada de la griega, también los romanos mantuvieron sus propias leyendas míticas, generalmente recibidas de uno de los pueblos más peculiares de los que ellos provenían, los etruscos. El poeta latino Ovidio (siglo I) no se limitó, como otros escritores romanos, a recrear literariamente los mitos ancestrales de su cultura grecolatina, también los fabricaría él mismo desde la nada. Así, contaría Ovidio la particular leyenda de dos divinidades latinas (sin referente griego alguno), Pomona y Vertumno. Según la mitología romana, Vertumno fue una divinidad menor romana, un dios curioso del sentido del cambio, de la transformación radical. Pero para los romanos, un pueblo absolutamente pragmático, la noción de cambio la identificaban no ya con la metafísica o la ontología del ser, sino con la Naturaleza y sus modificaciones a lo largo del año estacional. Para ellos, la verdadera maravilla filosófica era variar la Tierra con el propio cambio de sus estaciones. Así, después del crudo invierno, la primavera vendría para renovarlo todo, los colores de sus prados, los frutos multiplicados o la vida renacida ahora con la esperanza de un futuro más prometedor.
Porque la visión de la Naturaleza nos ofrecerá la sabiduría que existe ya cuando la pequeña semilla de un árbol acabe así convirtiéndose en un maravilloso fruto. ¿Cómo es posible que algo tan pequeño, tan insulso y desmerecedor se transforme en otra cosa, algo tan deseado, tan necesario o tan bello? Sólo una divinidad podía estar detrás de algo así según los romanos; de algo muy concreto, sin más consideraciones éticas o estéticas. Y así surgiría desde los antiguos etruscos el dios romano Vertumno, una entidad divina que podría cambiar a voluntad cualquier apariencia que, a ojos de los hombres, ahora su visión representase. Pomona, sin embargo, era la divinidad -femenina, a cambio de Vertumno que era masculino- del resultado de ese cambio, de los frutos que se obtendrían con ese cambio. Pero no de los frutos que la Naturaleza diera ya salvajemente, no, sino de los frutos que el propio ser humano lograse con su propio esfuerzo, con su dedicación o con su arte. Por ello bendeciría Pomona con sus dones sagrados los jardines bien cuidados, su cultivo, su tiempo, su dedicación o su belleza inmarcesible... 
Como mujer diosa, Pomona florecería ella con la belleza que ella misma preconizara además con sus cuidados naturales hacia la vida. Hermosa y distante, rechazaría las insinuasiones, tendenciosas y lujuriosas, de los sátiros o de los dioses desatados de pasión. Ningún hombre -fuese dios o mortal- le interesaba. Como toda Mitología útil, ésta también fue atendida por los pintores de la historia del Arte. Y lo fue porque Ovidio, el original poeta romano, amante de la seducción inteligente, compuso una leyenda de la diosa Pomona perseguida y seducida al fin por los ardides sutiles de la única cosa que el poeta más versara nunca en sus leyendas: con la transformación o la metamorfosis. ¿Y quién era el dios del cambio? Por esto de ahí surgió el mito de Vertumno y Pomona. El dios del cambio trataría de acercarse a Pomona con las transformaciones más sugerentes: con la mejor belleza, con la mayor atracción pasional, con la más admirada fuerza, o con la más sugerente riqueza. Pero, nada, la diosa de los frutos y de los jardines perfectos no hacía caso ninguno de todas esas cosas. Hasta que Vertumno ideó entonces otra al comprender, ahora, qué era lo que ella más respetaría.
Y se transformó en una cándida anciana, un símbolo por entonces -siglo I- de la mayor bondad sincera, de la auténtica sabiduría más respetada y más querida. Con esta treta pudo conseguir él que la bella diosa Pomona accediera a escucharle, atenderle o recibirle. Sólo así, después de mucho tiempo, Vertumno pudo -gracias a su poder de cambiar para poder conseguir ser mirado ahora con los ojos más receptivos del objeto de su deseo- intentar seducir con la verdad de sus sentimientos algo que, antes, nunca hubiese podido conseguir de otra forma. Como una metáfora útil ante la vida, podemos decir ahora que es todo esto una forma de empatía que envuelve así los argumentos de alguien -el más sabio- en una atmósfera de igualdad y nivelación con el otro -el menos sabio- para acercarse así al objeto deseado. Para despertarlo de la ignorancia o de la incapacidad. Vertumno, gracias a su imagen ahora amable, segura, poderosa y sabia de la anciana que él parecerá, pudo conseguir que Pomona accediese a escucharle. Y entonces él -ella, la vieja honesta y candorosa mujer- comenzó a hablar de por qué sus maravillosos árboles frutales brotaban gracias al amor, y así hasta contarle la leyenda de Anaxárete... Ésta era una bella princesa que fue cortejada una vez, sin éxito, por un humilde joven apasionado. Él terminaría quitándose la vida por ese rechazo e implorándole a los dioses una lección a ella, además. Mientras espiaba la princesa los funerales del joven, fue convertida Anaxárete por los dioses en una estatua de piedra.
Luego de escucharle, Vertumno observó ahora como Pomona quedaba fascinada con la leyenda. De pronto él se transformó en sí mismo de nuevo, y ella acabaría comprendiendo la sutil insistencia, la perseverancia inteligente y la capacidad de poder entender las cosas de la vida. Esa misma vida que contaría la historia de amor que pudo, al fin, conseguir vencer la ignorancia de las cosas con el sabio posicionamiento ante la ceguera de la misma. Y los pintores retrataron esa mitología desde el Renacimiento. El desconocido pintor italiano Francesco Melzi (1493-1573) fue alumno del gran Leonardo da Vinci. Pero, no solo fue un alumno suyo sino que le acompañó hasta el final de su vida, cuidando de él y de su extraordinario legado pictórico y literario. En 1522, tres años después de la muerte del genio da Vinci, Melzi pintará su obra renacentista -tan leonardiana- Vertumno y Pompona. Porque en este lienzo está además el universo pictórico del gran Leonardo: el paisaje con las cordilleras puntiagudas al fondo, el manierismo del genio en los brazos lánguidos, o las rocas laminadas de sus suelos pedregosos. Aquí, en la obra de Melzi, veremos cómo la anciana cándida y amable se acercará a la bella y sugerente y clásica Pomona
Pero es el Barroco la tendencia artística más apropiada para contar algo parecido a la leyenda de estos dioses. Porque es el amor conquistado ahora por elementos que no son de Belleza perfecta, de equilibrio entre ambos divinos y opuestos personajes, entre ambas necesidades o entre ambas realidades. El Barroco es desequilibrio, imperfección, error, desajuste que, luego, podrá acaso conseguir alcanzar su deseo. Y en esta maravillosa tendencia del Arte brillarán dos obras sobre Pomona y su amante. Una es la obra de un seguidor del gran Anton van Dyck (1599-1641), o de él mismo, el extraordinario pintor flamenco del Barroco. No he podido descubrir exactamente su autoría. Pero lo importante aquí es ahora la obra artística en sí, una versión extraordinaria de la leyenda de Vertumno y Pomona. En ese alarde tan barroquiano, veremos en esta magnífica obra de Arte cómo ahora Pomona es convencida aquí sin esfuerzo por la figura cálida, comprensiva y amable de la vieja así transformada. Y el pintor hasta retratará aquí al dios del amor -el pequeño Cupido y sus flechas amorosas- abandonando resignado poco antes sus intentos de seducir con su pasión desbordada las atenciones de la bella y desdeñosa diosa.  
Rubens, el magnífico pintor barroco de las exageradas muestras de pasión, no podría ahora pintar la leyenda mítica en su momento inicial sino en el final de la misma, cuando ella transformará aquí su carácter ante la visión -sesgada ahora- de la nueva imagen que ella tendrá de su amante. Por último, el sutil y exultante erotismo del creador frances del Rococó más romántico, Francois Boucher (1703-1770). Aquí hasta la cándida anciana parecerá sobrar ya ante la convencida actitud de una diosa que, ahora, no podrá dejar de pensar ya que el amor lo salvará todo. Vertumno, disfrazado aquí incluso de una atractiva vieja, le dirá al oído a Pomona las cosas que ella ya querría tal vez saber, pero que nadie hasta entonces se las habría dicho. Y esta sabiduría de la vida vencerá desnudando aquí por completo a la bella Pomona. Ya no hay excusa para ello, y el pintor dieciochesco francés lo recrea así en su obra con el ahora más sugerente de los desnudos de Pomona, mucho más que de los que de sus modelos desnudas pudiera haber hecho el pasional Rubens -que incluso cubre parte a su Pomona en su obra de 1619-, ya que los tiempos no dedicarán ahora -siglo XVIII- valor alguno a las veleidades tan antinaturales de la Mitología. Sin embargo, las maravillosas obras barrocas sí dejarán aquí el verdadero sentido de la leyenda: que tan sólo la sabiduría más honesta podrá vencer, alguna vez, a la ignorancia más reticente o a la vida más errónea.
(Obra del pintor Anton van Dyck o de algún seguidor suyo, Vertumno y Pomona, 1627, Colección Particular; Lienzo del gran Rubens, Vertumno y Pomona, 1619, Colección Privada; Óleo del pintor renacentista Francesco Melzi, Vertumno y Pomona, 1522, Museos Estatales de Berlín, Alemania; Cuadro del pintor del Rococó, Francois Boucher, Vertumno y Pomona, 1740.)

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