“Somos los que pensamos”
Una frase que ya tenemos incorporada hasta en los imanes que pegamos en nuestras heladeras.
Pero hasta qué punto la volvemos conciencia?
Cada una de nuestras emociones son el resultado de un proceso mental, del modo en que nuestra mente interpreta en una mínima fracción de segundo el hecho que sirve de estímulo, desde allí se produce la emoción.
Una canción puede despertar la tristeza de aquel que la estaba escuchando justo cuando le dieron la noticia de la muerte de un ser querido,
la alegría de quién la estaba escuchando al instante en que se mudaba a la primera casa de su propiedad,
la melancolía para quién la oía mientras recordaba su patria en el exilio,
la sonrisa para quién la escuchaba en el momento en que su mejor amiga se resbalaba en la pista de patinaje y ambas rodaban entre carcajadas,
la furia del productor que la rechazó porque creyó que no tendía futuro y ahora es un éxito mundial y él ha perdido millones,
el orgullo de un autor que creyó en ella a pesar de ese rechazo y no se detuvo hasta grabarla….
Y NADA HEMOS DICHO SOBRE LA LETRA DE LA CANCIÓN, O SOBRE SU MELODÍA.
Nuestro modo de interpretar las cosas depende
de la cultura en la que estemos inmerso, la educación que hayamos recibido, la colección de nuestras experiencias y los modos particulares de nuestra neuroquímica.
Esto construye redes de neuronas que de tanto activarse juntas se enlazan, y tienden a permanecer en un entramado único.
Estamos diseñados biológicamente para que este entramado sea un filtro ineludible, de modo tal que construyamos aprendizaje, experiencias y logremos madurez psicoemocional.
Es decir que, hay tantos modos de interpretar y significar un hecho como individuos en el planeta.
Como somos seres holísticos, nuestro cuerpo físico está en permanente contacto con nuestro cuerpo emocional, y dado que nuestras emociones tienen su parte física en la química de nuestros cerebros, y que el cerebro es de hecho el tablero de comando de nuestra biología, el cuerpo se convierte en el traductor de nuestro emocionar.
Cuando nuestro mundo de interpretaciones nos enfoca en las emociones que no nos permiten alcanzar la mejor versión de nosotros mismos, empieza a hacer impacto en el cuerpo físico.
Esto se produce porque cuando nuestras percepciones pasan por el entramado de nuestras interpretaciones, dan origen a un proceso químico que es el que formula las componentes biológicas de las emociones.
El hipotálamo comienza a formar cadenas de proteínas particulares que se llaman neuropéptidos, constituyendo una fórmula química específica que alimenta redes de neuronas especialmente conectadas a los efectos de la interpretación.
Se provoca así una respuesta bioeléctrica que impactará sobre TODA nuestra biología.
Si el conjunto de redes neurales es activados permanentemente (si una y otra vez interpretamos del mismo modo) la demanda de neuropéptidos se mantiene constante (una y otra vez sentimos la misma emoción) hasta el punto en que nuestra biología se adapta a esa interacción y la constituye como natural, buscando reproducirla para asegurar el sostén de la dosis que ahora considera “vital” (es decir que una y otra vez buscaremos situaciones que nos permitan esa emoción).
En términos simples nos volvemos adictos a estos neuropéptidos
que es lo mismo que decir que nos volvemos adictos a nuestras experiencias pasadas,
a través de nuestras interpretaciones
y por medio de muestras emociones.
Si la “adicción” continúa, el cuerpo termina formando una enfermedad como un modo de darnos la posibilidad de tener un observable, algo material que nos permita reconocernos y rediseñarnos.
Pero como este “re-conocernos” también está sujeto a nuestro mundo interpretativo, corremos el riesgo en quedar atrapados en una victimización que pondere a la enfermedad como un vehículo para conseguir atención y un modo de amor, que si bien no es de alta calidad contribuya en cualquier modo a paliar algo de nuestra permanente carencia de caricias.
El psicoterapeuta Claude Steiner, desarrolló una teoría denominada:
“La necesidad de estímulos amorosos es tan influyente en la armonía del desarrollo humano que cuando no recibimos una cantidad mínima para sobrevivir, el cuerpo entra en una dinámica de enfermedad y muerte que es al mismo tiempo una manifestación de esa carencia y una búsqueda de resolverla”
Es decir que corremos es riesgo de usar la enfermedad como una suerte de pedido de limosna (e incluso una toma de control) para tratar de paliar una necesidad que cada vez se hace más fuerte; porque el modo de “caricias” que recibimos, que parten de la pena, la lástima o el miedo no contiene la fuerza vital suficiente para saciarnos, lo que hace que no consigamos sanar y el circulo no tiene final.
Para una saludable interpretación del proceso de enfermedad que necesitamos ante todo comprender que la enfermedad nace como un proceso “conmemorativo” (de “Conmemorare”. “acompañar con la mente completamente”) es decir se basa en una acumulación de experiencias que ya son pasado y las mantiene en el presente permanentemente en forma de dolor y deterioro.
Dado que como conmemoración es una re-presentación de lo ocurrido, nos hace vivir en el pasado impidiéndonos romper el ciclo bio- neuro- químico
El primer paso para la sanación es aceptar que estamos declarándonos VÍCTIMA
y el segundo es cambiar esa declaración de víctima por la de PROTAGONISTA
El primer acto para ello es el PERDÓN.
- Perdón a habernos expuesto a situaciones que nos dañaran sea de un modo consciente o inconsciente.
- Perdón hacia las personas que participaron en ese daño porque al fin de cuenta fueron los maestros que nosotros usamos para nuestro aprendizaje.
- Perdón a las circunstancias fuera de nuestro control que se sintonizaron para agravar el daño.
- Perdón por todas las potencialidades no realizadas ( “si yo hubiera…”)
El perdón es un acto de amor poderoso, que rediseña incluso la química de nuestros cerebros.
Declara obsoletas ciertas redes neurales lo que impide que sigan demandando neuropéptidos y al mismo tiempo propicia otras redes que estimulan químicas más saludables.
El segundo acto es la ACCIÓN
La DECLARACIÓN DE PROTAGONISTA conlleva el accionar en nuestro mayor beneficio.
Sanar implica cambios en nuestros modos de emocionar , y por lo tanto implica un rediseño de nuestras interpretaciones.
En muchos casos esto podrá significar pedir ayuda de un profesional; que nos brinde un observación que no esté teñida de nuestras creencias, y experiencias que nos impiden cambiar visiones.
Además demandará de cambios en nuestra dieta, o nuestra actividad física, o en nuestro modo de relacionarnos con el ocio.
En la medida que las veamos como las puertas de acceso directo a lo menor de nuestra vida y no como “perdidas” los cambios será ecológicos y fáciles de instrumentar.
El tercer acto es FLUIR
Aceptar que nos movemos en un espacio de eterno presente, que nuestras interpretaciones son las que construyen el mundo percibido, y que nuestras declaraciones lo rediseñan, y que habrá cosas que no podremos cambiar pero siempre podremos elegir quiénes queremos ser frente a esas cosas.
Esto nos permitirá navegar por ese mar inmenso de la vida,
libres de sufrimiento,
ligeros de las pesadas sobrecargas del pasado
y con la seguridad de estar siempre arribando
a los mejores puertos para la construcción
del ideal de nosotros mismos.
“SOMOS LO QUE HACEMOS
CON LO QUE HICIERON DE NOSOTROS”
-Sartre-
NAMO VAH
Autora: Sri Ganga Mata
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