Revista Cultura y Ocio

El camino iniciático, nuestra seña de identidad

Por Spartacus
El camino iniciático, nuestra seña de identidad
Hablaba hace algunos días con un H.·. sobre todo lo que se está viviendo en España en estos días y sobre como en muchas ocasiones se piensa que la Logia es un lugar para la política, la pequeña política, la de los gestos más que la de las soluciones, o la reflexión sobre las cuestiones que nos afectan como seres humanos. Terminaba la conversación con un apunte que creo que debemos tener muy en cuenta quienes estamos en esta organización y que marca la diferencia con cualquier otra, me refiero (se refería) a la cuestión iniciática.
En ocasiones nos olvidamos de esa pequeña cuestión, quien ingresa en la masonería no lo hace rellenando una ficha, ni presenta un curriculum para que se valoren sus posibilidades de ser admitido, ingresa en el momento en el que, tras  finalizar las diferentes pruebas que conforman la iniciación, es reconocida/o como francmasón por el resto de sus hermanas y hermanos.  A partir de ese momento se inicia un camino hacia el interior de uno mismo por el que quien lo recorre se irá cambiando, al menos tratará de hacerlo, al mismo tiempo que por una especie de extraña ósmosis va modificando la sociedad en la que se mueve.
Precisamente por esa ósmosis entre el trabajo interior y su proyección al exterior el camino que se recorre tiene dos partes perfectamente definidas la esotérica  y la exotérica. La una sin la otra no tendría sentido pues quien sólo persigue su propio cambio y no busca el cambio social a través del suyo está poniendo de manifiesto una actitud profundamente egoísta que casa mal con los principios que inspiran nuestro trabajo.
Es evidente que ese viaje hacia el interior de uno mismo necesita de unas condiciones especiales, no casa con el ruido de la calle y por esa razón no se debe llevar el ruido de la calle, o nuestros propios ruidos, a la cantera en la que laboramos y en la que únicamente se debe escuchar el ruido el mazo y el cincel atacando nuestras piedras brutas, y haciendo que sus aristas vayan desapareciendo hasta conseguir una perfecta piedra tallada capaz de encajar en el resto del edificio que entre todos construimos día a día.
Debemos ser conscientes de que por mucho que deseemos el cambio social, una sociedad más justa, si no lo hacemos desde el método iniciático, si no somos capaces de dejar fuera de nuestro trabajo la contaminación profana -no rechazable en otro ámbito- estaremos convirtiendo el trabajo masónico en algo diferente, no necesariamente peor, a lo que debe ser: reflexión, fraternidad y búsqueda del Progreso de la Humanidad.
Así pues recojámonos  en el silencio de nuestros talleres y tratemos de aportar, después, el fruto de nuestras reflexiones mediante nuestra actividad diaria en la vida profana.
He dicho

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