Iván Yákovlevich Bilibin
Este es uno de los bellos dardos de El Cantar de las huestes de Ígor, acaso el mejor poema épico de la literatura rusa, dicen los expertos, y que, como el Mío Cid el anonimato nos enmascara para siempre la identidad de su autor. Lo cierto es que no he conseguido dar con el libro. Con este cantar trágico, con este poema largo del que he leído tan solo un fragmento aquí y allá. Rastreé con la precisión de un contable la red de Bibliotecas de Barcelona y pregunté en algunas librerías donde me miraban con cara de pobre colgado, qué me está preguntado éste.Así que tras varios intentos infructuosos llegué a la conclusión de que esta historia, que relata la derrota del príncipe Igor en su campaña militar contra los polovtsianos, de la que habla como “una obra única en la literatura universal, de valor incalculable”, es en realidad un libro inexistente o acaso una obra ilocalizable.
A lo mejor este cantar de gesta forma parte de la Biblioteca de Babel, gestada en la mente de Jorge Luis Borges: «El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente.
La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos.»
Así ando yo buscando El Cantar de Igor, saltando como un sapo gafapasta de hexágono en hexágono. Además, Alejandra Pizarnik lo cita en El Sueño de la Muerte. Concretamente la cita es esta:
Esta noche, dijo, desde el ocaso, me
cubrían con una mortaja negra en
un lecho de cedro.
Me escanciaban vino azul mezclado
con amargura.
Y busco fragmentos. Y me debo conformar con pedacitos desbrozados y desordenados por la red de redes, que quizá vista desde la luna también se trate de una red hexagonal.Lo cierto es que pocas obras han inspirado a tantos artistas. Un tal Borodin convirtió El canto del príncipe Ígoren uno clásicos de la ópera rusa, titulado El Príncipe Ígor. También los pintores rusos se inspiraron en esta historia, como es el caso de Iván Yákovlevich Bilibin y de Víktor Mijáilovich Vasnetsov.
Víktor Mijáilovich Vasnetsov
Igor, el príncipe de Novgorod ataca a los polovcanos en una ofensiva que acabará en tragedia. Estamos a finales del siglo XII, cuando los principados rusos (algunos dicen que fueron fundados por los vikingos, incansables buscadores de botines y esclavos (“eslavos”)) estaban siendo invadidos por los polovcanos, que es como conocen los rusos a los cumanos, un pueblo de las estepas orientales primo hermano de los mongoles. Uno de los estados que son atacados por estos cumanos es el de Novgorod.Ígor, su príncipe, no consiente que estos demonios de las estepas aniquilen a su gente y arrasen sus tierras. Así que decide llevar acabo una expedición para expulsar a los polovcanos de las estepas de Ucrania. Acompañado por su hermano, su hijo y algunos otros príncipes eslavos, Ígor se dirige hacia la región tomada por estos jinetes. La mala suerte hizo que el príncipe fuera capturado en la batalla y las huestes del principado vencidas. Pero Ígor consigue escapar y volver con su esposa para poder preparar la venganza contra los cumanos. ¿Acaso esta no es la historia que se repite miles de veces a lo largo de la historia, como si en verdad estuviéramos encerrados en unos de esos laberintos que imaginó Borges? ¿Un mundo circular o es la mente humana que es circular?
« Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. (…) La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.»
La Biblioteca es interminable y un servidor anda perdido. El ferragosto contraataca y debilita mis escasas fuerzas. Les pregunto, uno a uno, a mis tres gatos donde encontrar El Cantar. Uno nada dice, el otro responde Miau y el tercero afirma que justamente iba a decir lo mismo. No me sirven de nada los gatos sin respuestas como de poco sirve un libro que no has leído, a lo mejor un libro que has imaginado, dormido en unos de esas celdas hexagonales de la Biblioteca Interminable de Borges. Si de verdad existió El Cantar de Igor una de sus citas podría ser esta:
«Las mujeres rusasgimieron clamando: ¡Oh, nuestros amados, ya no podremos imaginarlos con la mente, ni recordarlos con la memoria, ni mirarlos con los ojos, y ni siquiera tocar el oro y la plata».
Y también se rodó una película en clave operística (qué locura) que por aquí dejo:
El Cantar de Igor