“La gente cree que el dinero es una herramienta pero se equivocan. El dinero es el amo, cuanto mejor le sirvas mejor te tratará”
-Dittmar Rigule (Gabriel Byrne)
La nueva película de Costa-Gavras no defrauda a sus seguidores. Y es que el casi octogenario director, que se diera a conocer en medio mundo gracias a su “Z” (1969) y creador de películas tan inolvidables como “Desaparecido (missing)” (1982), rara vez se ha desvinculado de su tono crítico, y es algo que dada su impresionante pericia narrativa, es de agradecer. Y dada su edad, aún sorprende más que ésta no haya mermado en absoluto una vibrante puesta en escena y un ritmo que posiblemente esten en lo más destacable de un film que, pese a sus casi dos horas de duración, pasa en un suspiro.
Lo primero a tener en cuenta a la hora de analizar esta película es su enfoque. A diferencia de muchas películas que han tomado como punto de partida el documental (como la excelente “The Inside Job”) para desgranar la crisis desde un punto de vista no solo crítico sino informativo, “El Capital”(2012) es una película que utiliza como telón de fondo esta crisis para hablarnos de la naturaleza sin escrúpulos de los artifices de ésta. Así pues, tal y como “Wall Street” (1987) fuera en su momento un retrato casi caricaturesco de los yuppies borsátiles, “El Capital” se centra en esa figura tan enigmática y anónima como es el presidente de un banco internacional.
Hay una labor no solo a agradecer por parte de la dirección, sino también del guión (basado en la novela de Stéphane Osmont), que sabe entrelazar agilmente las tramas políticas con las de corte más íntimo, sabiéndole dar a cada una su justa dosis para que no resienta en la historia principal. Así pues, estamos ante una película cuya forma es el de thriller corporativo con un fondo crítico muy bien contextualizado, y en este sentido solo se me ocurre compararla -salvando las diferencias, sobretodo temáticas- con la muy estimable “El señor de la guerra”. Una interesante ramificación de temáticas que intentan abordar todo el corte intimo de un personaje tan ajeno a nosotros pero a la vez tan presente (desde sus negocios, complots de socios, las opiniones divergentes de sus familias, amantes, etc.).
A priori, si bien es cierto que las comparaciones son odiosas, lo cierto es que “El Capital” logra algo que “Wall Street”, para quien esto suscribe, nunca consiguió, que es transmitir una sensación de verosimilitud, de que aquellos personajes son reales. No estamos ante un personaje tan excesivo como Gordon Gekko (aquí el relevo no es claro pues no existe un claro “bueno” o “malo” en la película), ni estamos ante un alegato bondadosamente obrero (con ese Charlie Sheen como estandarte de la redención humana) que critique cualquier forma de opulencia. Estamos ante un relato cuyo personaje principal (un notable Gad Elmaleh) despierta en el espectador una clara ambivalencia: por un lado estamos de su lado (no nos dan otra opción, porque la historia avanza de su mano, así pues nos vemos volcados a empatizar con él) pero por otro vemos claramente su naturaleza febrilmente depredadora, y sabe mantener muy bien ese equilibrio hasta el final, sabiendo otorgar a su personaje un inteligente tono grisáceo que mantiene de por si en vilo al espectador. Buscamos la redención de un personaje que por momentos parece refugiarse en su peculiar y extraña forma de “humanidad”, y por momentos parece ser la pura encarnación de la ambición. Secundado por interesantes personajes, como es el caso de Dittmar Rigule (Gabriel Byrne), un hombre de negocios que se mueve en la misma línea moral que nuestro protagonista, y el de Maud Baron (una muy convincente Céline Sallette) como aquel mando intermedio que empatiza realmente con la clase trabajadora y sigue manteniendo cierto romanticismo revolucionario, escritos inteligentemente, y que recurren habilmente a alimentar la bipolaridad del personaje principal.
SPOILERS A tener en cuenta, en el sentido de progresión dramática de los personajes, su acertado desenlace, mucho más real, crudo pero a la vez, desquiciante y hasta divertido que el que pudiera ofrecernos la cinta sobre Wall Street. Jugando con la dinámica de los muy acertados momentos OFF que tiene el personaje cuando se nos expone sus pensamientos en determinados momentos, uno no sabe a ciencia cierta si las reacciones de los directivos pretenden ser reales o una interpretación más de los hechos del protagonista. Con un final mirando a cámara a modo de confesión: “Son como niños…” un servidor no pudo sino esbozar una macabra sonrisa al recordar un recurso similar en “Funny Games” de Haneke. FIN SPOILERS
En conclusión, Costa-Gavras ha vuelto rejuvenecido con una ácida y sorprendentemente entretenida película, cuya temática -terriblemente actual- debería ser un plus para todo aquel indeciso por verla. Totalmente recomendable.
Fdo:Moutache