Puesto porJCP on May 31, 2014 in Autores
La mundialización ha entrado en una fase de «expulsión». En estos dos últimos decenios, un número creciente de personas, de empresas y de lugares físicos han sido como «expulsados» del orden económico y social, en todos los paises. Algunos trabajadores pobres carecen de cualquier clase de protección social. Millones de familias perdieron su hogar tras la crisis de las subprime. En las grandes metrópolis del mundo entero, las «clases medias» se ven poco a poco expulsadas del centro de las ciudades, inaccesibles ya a su bolsillo. La población carcelaria ha aumentado en un 600 % en estos últimos cuarenta años. La fracturación hidráulica de los suelos para extraer gas de esquisto transforma en desierto los ecosistemas, se contaminan el suelo y el agua, como si se expulsaran de la biosfera trozos de vida. Centenares de miles de aldeanos han sido desalojados desde que potencias extranjeras, estatales y privadas, han ido adquiriendo tierras en las cuatro esquinas del mundo: desde 2006, 220 millones de hectáreas han sido objeto de compra, principalmente en África.
Todos estos fenómenos, sin vínculos manifiestos, ¿responden a una lógica única?. No, están desconectados en apariencia unos de otros y cada uno se explica por separado. La suerte de un desempleado excluido no tiene evidentemente nada que ver con la de un lago contaminado en Rusia o en los EE.UU. Lo que no impide que se inscriban en una nueva dinámica sistémica, compleja y radical, que exige un marco de lectura inédito. Tengo la sensación de que en estos últimos años hemos franqueado una línea invisible, como si hubiéramos pasado al otro lado de «algo». En muchos terrenos – economía, finanzas, desigualdades, medio ambiente, desastres humanitarios –, las curvas se acentúan y las «expulsiones» se aceleran. Sus víctimas desaparecen igual que se hunden los barcos en alta mar, sin dejar rastro, por lo menos en la superficie. Ya no cuentan.
El excluido es una víctima, un infortunado más o menos marginal, una anomalía en cierto modo, mientras que el expulsado es consecuencia directa del funcionamiento actual del capitalismo. Puede ser una persona o una categoría social, como el excluido, pero también un espacio, un ecosistema, una región entera. El expulsado es producto de las transformaciones actuales del capitalismo, que ha entrado, a mi modo de ver, en lógicas de extracción y de destrucción, su corolario.
Antes, durante los «treinta gloriosos» en Occidente, pero también en el mundo comunista y el Tercer Mundo, pese a sus fracasos, el crecimiento de las clases obreras y medias constituía la base del sistema. Predominaba una lógica distributiva e inclusiva. El sistema, con todos sus defectos, funcionaba de esta manera. Ya no es el caso. Esa es la razón por la que pierden pie la pequeña burguesía e incluso una parte nada despreciable de las clases medias. Sus hijos son las principales víctimas: han respetado las reglas del sistema y han hecho concienzudamente todo lo que se exigía de ellos – estudios, prácticas, bastantes sacrificios – con el fin de proseguir la ascensión social de sus padres. No han fracasado y, sin embargo, el sistema les ha expulsado: no hay sitio suficiente para ellos.
¿Los «expulsores» ? No algunos individuos, ni siquiera multinacionales obnubiladas por sus cifras de negocios y su cotización en la Bolsa. Se trata de «formaciones predadoras»: una combinación heteróclita y geográficamente dispersa de directivos de grandes empresas, de banqueros, de juristas, de contables, de matemáticos, de físicos, de élites globalizadas secundadas por capacidades sistémicas extremadamente poderosas – máquinas, redes tecnológicas… – que agregan y manipulan saberes y datos tan compuestos como complejos, inmensamente complejos, a decir verdad. Nadie controla el conjunto del proceso. La desregulación de las finanzas, a partir de los años 80, ha permitido poner en pie esas formaciones predadoras y la clave son los productos derivados, funciones de funciones que multiplican las ganancias lo mismo que las pérdidas y permiten esta concentración extrema e inédita de riquezas.
Las consecuencias del paradigma son que, amputadas de los expulsados – trabajadores, bosques, glaciares… –, las economías se contraen y la biosfera se degrada, el recalentamiento del clima y la fundición del permafrost se aceleran a una velocidad inesperada. La concentración de riquezas alienta los procesos de expulsión de dos tipos: el de los más desfavorecidos y el de los superricos. Se abstraen de la sociedad en la que viven físicamente. Evolucionan en un mundo paralelo reservado a su casta y ya no asumen sus responsabilidades cívicas. En resumen, el algoritmo del neoliberalismo ya no funciona.
El mundo que se saca a la luz fenómenos subyacentes, todavía extremos para algunos. Y la lógica denunciada coexiste con formas de gobernación más refinadas y más sofisticadas. Hay que hacer sonar la señal de alarma. Estamos en un momento de vaivén. La erosión de las «clases medias», actor histórico fundamental de los dos siglos precedentes y vector de la democracia, es preocupante. En el plano político es muy peligroso, se constatará por doquier de ahora en adelante.
¿Cómo resistirse a estas formaciones predadoras?. Es difícil: debido a su naturaleza compleja, estos amontonamientos de individuos, de instituciones, de redes y de máquinas son difícilmente identificables y localizables. Dicho esto, creo que el movimiento Occupy y sus derivados «indignados», a saber, las primaveras árabes o las manifestaciones de Kiev, pese a contextos sociopolíticos eminentemente diferentes, son respuestas interesantes. Los expulsados se reaproprian del espacio público. Anclándose en un «agujero» – siempre una plaza mayor, un lugar de paso – y poniendo en marcha a una sociedad local temporal hipermediatizada, los expulsados, los invisibles de la mundialización crean territorio. Aun cuando no tengan ni reivindicaciones precisas ni dirección política, reencuentran una presencia en las ciudades globales, esas metrópolis en las que la mundialización se encarna y se despliega. A falta de apuntar a un lugar de autoridad identificado con sus sinsabores – un palacio real, una asamblea nacional, la sede de una multinacional, un centro de producción… -, los expulsados ocupan un espacio indeterminado simbólicamente fuerte en la ciudad para reivindicar sus derechos pisoteados de ciudadanos.
La suerte está echada, en efecto. Pero el movimiento de las nacionalidades en el siglo XIX y el feminismo comenzaron también con pequeños toques, hasta que las células disparen comenzaron a llevar a cabo su conjunción y formar un todo. Estos movimientos acabarán quizás por incitar a los estados a lanzar iniciativas globales en el terreno del medio ambiente, del acceso al agua y a los alimentos. .
¿Qué acontecimiento podría desencadenar la «conjunción»? No sé, tal vez una nueva crisis financiera, que acabará por llegar. Los mercados son demasiado inestables, hay que analizar demasiados datos, demasiados instrumentos, demasiado dinero, Occidente ya no es el único en regir los mercados. No sé cuándo intervendrá esta crisis ni cuál será su amplitud, pero tengo la impresión de que algo se cuece a fuego lento. De hecho, tenemos todos la impresión de que el sistema es muy frágil.
Saskia Sassen