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El capitán de la resignación

Publicado el 09 abril 2012 por Marianofusco

El capitán de la resignación

Desde hace una década, víctima de la desidia y de los turbios negociados de sus dirigentes, River atraviesa la peor crisis futbolística e institucional de su historia. La caída es irrefrenable. El pozo no tiene fondo. La humillación hacia la grandeza infinita del Millonario no cesa. “Siempre se puede estar peor”. Primero fue José María Aguilar, con su mano derecha Mario Israel, el encargado de vaciar al club, herirlo de muerte y destinarlo a un infierno que heredó Daniel Passarella. El Kaiser, excelso jugador y respetable director técnico, triunfó en las elecciones más apretadas de la historia con una premisa: “Nacido para defender a River”. Sin embargo, su soberbia y omnipotencia lo llevaron a subestimar una situación que derivó en el descenso del conjunto de Núñez a la B Nacional. Ambos procesos comparten un punto en común: la sorprendente obsecuencia o el eterno silencio de algunos sectores preponderantes del periodismo deportivo argentino.

Detrás de años de tétrica gestión a cargo del dúo Aguilar-Passarella hay historias y nombres propios que, con mayor o menor incidencia, cargan responsabilidad en la pesadilla y el calvario que, día a día, aqueja a uno de los grandes del fútbol argentino. Matías Jesús Almeyda ha sido actor protagónico en los últimos cachetazos a la estírpe Millonaria. Capitán del modelo que descendió y técnico del rejunte de individualidades que intenta devolver a River a una categoría que jamás debió haber abandonado, es el principal responsable de las últimas estacas del sufrido hincha que, como hace un año, vuelve a resignarse y entregarse al destino.

Después del fatídico empate frente a Belgrano en el Monumental que consumó el descenso a la segunda división del fútbol argentino, el Pelado colgó los botines y se calzó el traje de técnico. Se destacaron su valentía y su enjundía para aceptar tamaño desafío en medio de la catástrofe. También su inconciencia y, principalmente, la de Passarella para elegir a un flamante ex jugador reconvertido a las apuradas en inexperto entrenador para navegar en aguas demasiado turbulentas. El objetivo, se sabía, era una obligación: ascender inmediatamente a Primera División. Justo él, que como líder había fallado a partir de aquella tarde en La Bombonera en la que se besó la camiseta frente a la hinchada de Boca después de su expulsión. Justo él, que pese a su experiencia no logró liderar a su equipo hacia la permanencia. Justo él, aceptó el reto e imaginó que con su chapa de ídolo podría comandar a River rumbo a Primera.

Veintiocho partidos y casi diez meses más tarde, River sigue inmerso en su infierno. El último domingo sucumbió frente al débil Atlanta en un partido para el olvido, en otra actuación preocupante de un equipo que actualmente debería jugar un desempate con Quilmes para determinar quien ascendería directamente a Primera y quien jugaría la tan temida promoción. No es el resultado el que preocupa porque, si bien la campaña está a un abismo de ser la ideal, se mantiene dentro del cuarteto que luchará palmo a palmo por los dos boletos sin escala hacia la máxima categoría del fútbol argento. Inquietan las formas, el rendimiento de un equipo que nunca fue tal y que vive de individualidades. Así acumuló sus 52 puntos, sin fórmulas colectivas y con chispazos de jugadores desequilibrantes que se fueron alternando a lo largo del campeonato para mantener intactas las aspiraciones del Millonario. Primero fueron Fernando Cavenaghi y Alejandro Domínguez, con aportes protagónicos de Carlos Sánchez y Lucas Ocampos. Después, David Trezeguet oxigenó un 2012 que aparentaba ser aterrador. Pero nunca, jamás a lo largo de la treintena de partidos que River disputó en la temporada, triunfó por virtudes grupales. Pero los partidos fueron sucediéndose uno a uno y Almeyda nunca encontró el equipo ni logró imprimirle a su equipo una identidad definida.

El capitán de la resignación

Dentro de las feroces (y merecidas) críticas al Pelado, una lanza en su favor: siempre debió limitarse a aceptar los refuerzos que, casi fortuitamente, fueron arribando a River. Tuvo que amoldarse al famoso campeonato económico de Passarella, otro rubro en el que el Kaiser fracasó más de lo que festejó. Con recursos limitados por la cruenta realidad institucional, las críticas hacia la decisión de entregarle la misión de volver a primera a un técnico sin rodaje se agigantan hasta límites insospechados. Pero Presidente y DT no pueden escudarse detrás de balances ni de antiguas administraciones fraudulentas. Ambos conocían la realidad y tomaron decisiones en plenitud de sus facultades. En ese contexto Carlos Sánchez, Martín Aguirre, Agustín Alayes, César González y Luciano Vella aterrizaron en Núñez. Cavenaghi y Domínguez resignaron dinero para retornar al club en un gesto de gratitud que, además, fue un negocio perfecto para ambas partes: los jugadores encontraron la continuidad que no mantenían ni en Inter de Porto Alegre ni en el Valencia español y los dirigentes se colgaron la medalla de dos gestiones que llegaron a buen puerto, jerarquizaron el plantel y cimentaron las ilusiones de hinchas todavía golpeados por el descenso.

En enero, River se reforzó con lo que pudo y no lo que pretendía. Llegaron David Trezeguet y Leonardo Ponzio, dos fichajes criticados que terminaron conquistando a los hinchas en base a destacadas actuaciones. Sin embargo, en ese momento, la realidad del Millonario aguardaba imperiosamente por un caudillo para la última línea y un generador de fútbol o un delantero que complementara la presencia de Cavenaghi.

Almeyda falló en practicamente todo desde que asumió en River. Como líder espiritual y, principalmente, como director técnico. Nadie podrá dudar de su dedicación total a un objetivo que seguramente le carcome la cabeza noche a noche pero sus responsabilidades en el caótico presente Millonario son demasiadas como para evadirlas. Armó un plantel desequilibrado y corto, con un letal potencial ofensivo y una endeble defensa que jamás pudo afirmarse a lo largo de todo el torneo. Se equivocó en los refuerzos. Nunca pudo encontrar el once titular ni logró que las individualidades formaran un equipo. River solo tuvo destellos de buen fútbol pero nunca jugó bien. Por supuesto, tampoco desplegó un fútbol vistoso. Jamás encontró mecanismos colectivos que potenciaran un plantel que, sin dudas, es el más importante de la historia de la B Nacional. No solo no los potenció, sino que los confundió al punto de llevarlos a la apatía. Él es el principal responsable de queRiver no pueda sentar a Domínguez en el banco de suplentes, acorde a sus últimas actuaciones. Un equipo que se alimenta de inspiraciones jamás puede dejar afuera a su jugador más talentoso y creativo.

Tampoco pudo manejar el estado anímico de un equipo que jamás demostró rebeldía. Menos aún logró calmar a un Chori Domínguez que parece estar peleado consigo mismo y con el mundo entero. Hoy por hoy, parece estar perdido. River está entregado a su destino, como hace un año cuando peleaba por no descender. Antes como jugador, hoy como técnico, Almeyda es nuevamente el capitán de la resignación.


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