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Hemos contactado con un carpintero porque queremos hacer unas estanterías para el comedor. Necesito espacio para colocar los libros. Puedo comer en el suelo. No me importa. Pero no soporto tener los libros cogiendo polvo dentro de las cajas.
El carpintero se llama Mustafá. Viste chilaba. Encima, una bata gris de operario. Es bajito, delgado y con barba. Lleva un lápiz en la oreja. Viene acompañado de otro hombre. Es un amigo que ha vivido en España y hará de traductor. Mustafá no habla español ni francés y nosotros no hablamos árabe.
El Kalvo le explica lo que quiere mientras le enseña un croquis que ha hecho. Indescifrable. El amigo se lo traduce y, entre los tres, tratan de entenderse. Los miro y me acuerdo de cuando éramos pequeños y jugábamos al teléfono.
Después de tomar las medidas llega el momento de negociar el precio. Mustafá le habla en árabe a su amigo y éste se lo traduce al Kalvo:
—600 dírhams cada una —le dice. —Dile que 400. No pienso pagar más —contesta el Kalvo. —Dice que 600. —Pero si son unas estanterías súper sencillas —se queja el Kalvo —ni que fueraa hacérmelas de oro. —600 es su último precio. —¿500? —prueba el Kalvo, otra vez. —Es que son cuatro… —600 —repite el amigo y no se le mueve un músculo de la cara al decirlo.
En Marruecos el regateo es el deporte nacional y nosotros no estamos entrenados para ello. Lo intentamos pero al final siempre nos acaban metiendo el gol. Me da la sensación que sólo por el hecho de ser extranjeros pagamos el doble por las cosas. Y como los precios no están marcados en ningún sitio, nunca sabes si has pagado de más, de menos o qué cojones ha pasado.
Mustafá sabe que el Kalvo quiere las estanterías. Sabe eso y que tiene dinero para pagarlas, así que espera. Sonríe. Pone cara de buena persona y se acaba saliendo con la suya. Al final, el Kalvo y él se dan la mano en señal de trato.
—Espero que queden perfectas porque conlo que me está cobrando —le dice el Kalvo al que hace de traductor. —No te preocupes. Es el mejor carpintero de la ciudad. —Ya…
Mustafá lo mira y sonríe. Me gustaría saber lo que está pensando. Seguramente que somos idiotas. Yo también lo creo. Recoge su lápiz, se guarda el croquis en el bolsillo de la bata y hace un gesto al colega para irse. El Kalvo los acompaña a la puerta. Antes de cerrarla les pregunta:
—¿Cuándo las tendrá listas? —Espera —y el traductor mira a Mustafá que pone cara de no entender nada. —No es que las necesite para mañana pero… ya ves como estamos —continúa diciendo el Kalvo.
Los dos hombres se ponen a hablar en árabe. Mustafá mira el móvil, abre el calendario, se rasca la barba y moviendo el lápiz entre las manos suelta algo que nos es incomprensible.
—Dice que te llamará cuando estén terminadas —y justo acaba la frase, el colega se ríe y añade —aunque no se como vais a entenderos.