Parecía como si el fin fuera ponerle el cascabel al gato para que cada vez que se acercara a nuestros derechos con la intención de arañarlos primero para comérselos después, pudiéramos oir la alerta y defender nuestros feudos. Bien, el cascabel ya está en su cuello. Las voces de denuncia aquí y allá que han coreado una y otra vez los atropellos con efecto sorpresa del poder han encontrado por fin complicidad y han quitado la máscara a muchos. Y la indignación ha crecido como crecen improvisadas hierbas entre los adoquines y nos pareció que no nos iban a coger nunca más desprevenidos.
La diferencia es que ahora somos conscientes y nos indignamos. Pero no hay que bajar la guardia. Puede aparecer una marca de ropa que saque una colección primavera-verano para indignados. Ocurrió con las protestas de los 60, con el punk en los 80. En la zona alta de Barcelona, por ejemplo, los retoños de las clases adineradas gustaban de la estética punk y siniestra e incluso había tiendas especializadas para sobresalto del vecindario. Pese a ser una estratagema muy manida, continua siendo eficaz: banalizado y deglutido por el sistema el movimiento, vuelve a ganar el depredador mientras suena el cascabeleo.