Un frondoso y exuberante bosque le da acceso, donde palmeras y especies exóticas se intercalan con la sobriedad del roble, avisando el visitante de que aquí no encontrará algo igual a otro lugar, a otro castillo. Su contemplación evoca a los grandes y maravillosos palacios bávaros que sirvieron de inspiración para aquellos románticos del siglo XIX que escribieron historias de fantasía, de princesas, dragones y príncipes que les daban muerte y rescataban a su amada. Éste es el Castillo de Butrón, y no, no estamos en Baviera, sino en Gatika, provincia de Vizcaya, a veinte kilómetros de Bilbao.
Sede feudal en la Edad Media
Rodeado de pequeñas poblaciones dispersas, Getxo, Plencia, Munguía, Maruri y Laukiniz, la historia del Castillo de Butrón se remonta a épocas de reconquista, de luchas de moros y cristianos por el control de la Península En su concepción fue una torre defensiva del siglo XI, que se transformó en castillo varios siglos después, en el XIV. A partir de entonces, y mientras avanzaba la reconquista hacia el sur de la Península, el Castillo de Butrón dejó de tener el carácter defensivo de una fortaleza medieval para convertirse en la sede de continuas y cruentas luchas dinásticas entre varias familias de la nobleza vizcaína: los Gamboinos, los dueños del castillo, y los Butrones, cabezas del bando llamado Oñacino, que ejercían un poder feudal sobre toda la comarca apoyados en la fuerza de sus tropas y de su influencia nobiliaria.
Hacia la época de los Reyes Católicos, a principios del siglo XVI, el castillo cayó definitivamente de manos de los Butrones, que dieron fin a las luchas entre las facciones nobiliarias, y pasaría a ser sede habitual de la nobleza. El inexorable paso del tiempo hizo que el castillo se deteriorase, y la pérdida del poder de sus poseedores impidió una y otra vez su remodelación. Para entonces era ya sólo una ruina, un fantasma de piedra que evocaba a épocas de guerras y señores medievales.
La fantasía como arquitecto: la reconstrucción romántica del siglo XIX
Lo que hoy conocemos del Castillo de Butrón poco o nada tiene que ver con la construcción medieval que fue otrora. En el siglo XIX, el marqués de Torrecilla, don Narciso de Salabert y Pinedo, último propietario de las ruinas de Butrón, mandó reconstruir el castillo. El encargado fue el marqués Francisco de Cubas, uno de los arquitectos más famosos de su tiempo —cuya obra más recordada es la remodelación de la Catedral de la Almudena, que comenzaría en 1883, dándole su forma actual—, dio rienda suelta a la fantasía romántica propia de su época cuando abordó la reconstrucción del abandonado Castillo de Butrón.
Hablamos de reconstrucción y no de remodelación porque el marqués proyectó casi de nueva planta el castillo, respetando del medieval sólo los cimientos y parte de las torres cilíndricas. El resto —o lo que es lo mismo, el todo— es un castillo nuevo, donde el gusto germano se aprecia piedra a piedra, producto de las maravillosas imágenes de aquellas cimas bávaras coronadas por majestuosos castillos de decenas de puntas y torres. Su inspiración es, de hecho, de formas góticas, nórdicas y fantásticas, y el arquitecto se inventó almenas, ventanas, cubos y torrecillas por doquier. El resultado es un impresionante edificio con muros de 13 pies se espesor y en donde destacan dos grandes cubos circulares de gran grosor y con multitud de vanos. La Torre Homenaje corona el castillo y desde la misma se tiene una visión global de todos los territorios aledaños.
El Castillo de Butrón es uno de los máximos y pocos ejemplos que tenemos en la Península Ibérica del gusto romántico germano, de construcciones que evocan a la fantasía romántica de los hombres del XIX.