Revista En Femenino

¡El champú es una mierda!

Publicado el 12 febrero 2015 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Con el método no poo este grito se extendió por la red, y cuando las celebrities estadounidenses se unieron a la revolución que reinventaba la rueda, ni te cuento.

Desde luego mi abuela no siempre usó champú (mi abuelo tampoco, pero por otras razones y vicisitudes capilares) y tenía el pelo estupendamente. Cuando bajaba a vernos cada tarde en los noventa, pero también cuando se había dejado fotografiar treinta, cuarenta y cincuenta años antes.

Ante este argumento que se formaba en mi psique, en abril o en mayo de 2013 decidí hacer la prueba: dejé de lavarme el pelo con champú, también yo. Al principio, no las tenía todas conmigo, pero después la cosa mejoró. De las cuarenta y ocho horas límite para frotarse la almendra, pasamos a las setenta y dos, y luego a las noventa y seis; cual tabú lo guardé en secreto, mientras a mi alrededor se asombraban de mi pelo suave y brillante.

El mejunje se hacía con agua y bicarbonato, y algún día que mi chica me cogía por banda me echaba un potingue de clara de huevo. Se aclaraba y te tirabas vinagre de manzana rebajado en agua para mantener el pH (o eso leí). Hasta que, durante unos cuantos días consecutivos, me lié con la mezcla. Me irrité la cabeza (bueno, el cuero cabelludo) y terminé por volver al champú de toda la vida (con sus parabenos, y su todo, supongo).

Meses después, volví a intentarlo, pero no resultó como lo recordaba. Y me rendí ante la evidencia a las pocas semanas. Busqué por Google y pregunté aquí y allá, y me tomaron por loco rápidamente. Eso es una modahombre, me dijo el dermatólogo; yo me quedé dudando —y hoy sigo con esas dudas— sobre qué coño se tiraban por la cabeza los hombres y las mujeres hasta 1930, o varias décadas después todavía en esta España nuestra.

Como médico que era el individuo que tenía frente a mí, quise hacerle saber lo importante que es la defensa de una postura analítica activa en la que se plantean los beneficios y los perjuicios; y de un posicionamiento ético que no acoja más el silencio cómplice que nos acerca a aquello que odiamos. Del decir, por el no callar; del mejorar antes que del contentarse, y sobre todo de ser activo, y no pasivo, y así evitar que te den por culo; que, al final, es a donde me mandó, de buenas formas.

 


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