'El escritor creativo hace lo mismo que el niño cuando juega. Crea un mundo de fantasía que toma muy en serio, es decir, en el que invierte grandes recursos emocionales'
Sigmund Freud
Alguna vez, en uno de sus magníficos poemas, Borges afirmó que si el paraíso existía, entonces éste tendría irremediablemente que subordinarse al espacio de una biblioteca.[1] Quizá ésta invención un tanto esperanzadora para sí mismo era una salida de escape que el autor de «Ficciones» intentó creerse ya que su mundo se redujo al infinito fenómeno de la literatura. Desde muy pequeño sintió una conmovedora seducción por los libros, tal manifestación lo llevó a internarse durante horas en el mágico mundo de la biblioteca de su padre, de la cual, nos dice años más tarde, nunca salió.[2]
Pero el destino que en algunas ocasiones puede ser alcahueta de las decisiones de los hombres, decidió, para infortunio de Borges, ser déspota, otorgándole gradualmente una ceguera absoluta de donde ocasionalmente resucitaba con cierta borrosidad el eterno amarillo de sus tigres y el rojo sangriento de la luna de Quevedo[3]. Quizá esta desagradable estrella que lo acompañó durante el resto de su vida fue como él mismo nos dice, cuando se refiere al encarcelamiento que tuvo que afrontar Cervantes[4], la causa fortuita para ser lo que tenía que ser. Siempre ambicionó ser escritor, no podía darse otra oportunidad, otro oficio hubiese sido un delito moral contra su talento.[5] Su naturaleza, la misma que iluminó a sus maestros: Schopenhauer, Berkeley, Shakespeare, Kafka, Chesterton, Poe, Lugones y Macedonio Fernández, consistía en ese amor infatigable y casi obsesivo por la literatura. Pero, ¿a qué se debe qué Borges haya decidido leerse, valga la hipérbole, el universo entero?
Argentina como tantos otros países latinoamericanos gozaba de aquella influencia casi protectora del conocimiento de occidente. Europa era para aquel triangulo de países sureños de nuestra América el precepto a seguir en cuanto a facultades intelectuales y avances tecnológicos. Los países latinoamericanos fueron contagiados con el modernismo, pero muy lejos de ese hipócrita mundo de plagio e ilusión, en una habitación repleta de libros, un niño demasiado curioso para su edad renunciaba a los escritores de su época, por entretenerse leyendo a solas un texto que figuraba sus historias en los cálidos desiertos del mundo árabe. Aquel niño abandonado a la suerte de unos cuantos libros figuraba en las paredes de su hogar las imágenes del «bucanero ciego de Stevenson, agonizado bajo las patas de los caballos, y el traidor que abandonó a su amigo en la Luna, y el viajero del tiempo que trajo del porvenir una flor marchita, y el genio encarcelado durante siglos en el cántaro salomónico y el profeta velado del Jorasán, que detrás de las piedras y de la seda ocultaba la lepra»[6]; ese niño arrojado a aquel espacio habitado por el silencio era Borges.
Para Borges la juventud fue un distractor desconsiderado de sus verdaderas convicciones. La juventud hipnotiza el ser dejándolo en muchas ocasiones náufrago de sus propias penas. La juventud lo maravilló con la ilusión de una Europa que buscaba nuevas formas de crear; hacia allí marchó el joven ensimismado aún en un recuerdo que jamás olvidaría: su infancia.
Borges creyó siempre en la vocación innata, en el talento espontáneo, afirmaba esto porque descubrió tarde, después de muchos plagios y después de intentar muchos errores barrocos, que su verdadero lenguaje no se hallaba en Europa sino que éste estaba en su lejana tierra, en aquella biblioteca, en aquel barrio de compadritos y cuchillos.
Su forzoso altruismo, ensayo literario que le valió un escaso reconocimiento le enseñó la forma correcta no de escribir sino de fundar. Por eso regresa a su Argentina, por eso decide ensimismarse en un lenguaje para él aún desconocido. Siempre había visto el lenguaje no como una facultad del pensamiento sino como la mejor herramienta para comunicarse; desde niño tuvo que comprender que no existía un solo idioma sino varios y que cada uno de ellos servía para poder hablar con alguien.
Borges sin saberlo hablaba desde muy temprana edad un inglés perfecto para jugar, conversar y en otras escuchar a su abuela; este idioma tan sólo era para él esa forma casual y maravillosa de hablar con un ser admirable; pero había otro idioma, ese español con el cual solía dialogar sorprendentemente con su padre; a estos idiomas les correspondió la familiaridad pero también esa infancia oculta: la de los libros, esa maravillosa magia de «escuchar con los ojos»[7] en dos idiomas distintos. Al regresar de Europa observa que el español que tan 'bien' manejaba era aun parco para alcanzar sus intereses. Sabía que su misión era fundar, y que artificiosamente esa fundación estaba maquinada en otro idioma, un idioma que descubrió en los gauchos y en el malevaje de los puertos, en la lectura de una historia de una Argentina olvidada. Es allí donde encuentra su lenguaje, esa sorprendente y magistral, como lo afirma él mismo, «modesta complejidad»[8]; para Borges entonces todo está claro, su destino es ser escritor, pero éste artificio no se lo debe a una reflexión tardía de su propio talento, éste develamiento se debe a que quizá alejado de su hogar y de sus libros, iluminado en Ginebra por los ardientes juicios de los clásicos, advirtiera que gracias a la biblioteca de su padre era que debía su pasión, su infatigable hedonismo por la literatura.
La madre de Borges solía comentar con agradable sumisión que después del incidente que sufriera su hijo mientras subía las escalas que llevaban a su apartamento, y el cual lo tuviese durante cierto tiempo casi al borde de la muerte, al salir de dicho trance, no volvió a ser el mismo. En su juventud intentó desligarse de su infancia, la veía (imagino) parca, por tal razón desafió nuevos horizontes, en 'El tamaño de mi esperanza' se puede advertir tal rebelión, tal búsqueda de un estilo, pero de un estilo ajeno. Quiero creer que gracias a ese incidente que lo tuvo al borde de la muerte fue que pudo lograr su ulterior estilo, el propio, esa voz que tanto ha maravillado. Imaginemos a Borges asediado por un sin fin de delirios, la fiebre, la incomodidad de la cama, el sudor en su frente, su madre y su hermana llorando y rezando por que piensan que no saldrá victorioso de la enfermedad, analicemos este Borges delirante, visitado por su infancia, por esa infancia que había olvidado, y que regresa a él para torturarlo con las visiones obsesivas que tanto había cultivado su imaginación, pero no las observemos tan complejas como el solía plantearlas, no imaginemos el espejo y la duplicación como ilusiones abstractas, tampoco el tigre, y la espada, y la más compleja de imaginar, la palabra que da nombre a los objetos[9], figurémonos a Borges en su delirio, ¿cómo llegarían a él estas obsesiones, cómo lo asediarían día y noche? Me es factible pensar en un atropello de ilusiones similar al que sufrió el pintor francés Toulouse–Lautrec cuando se fracturó las piernas y donde se cuenta que el dolor era tan insoportable que el artista vivía constantemente repleto de delirios aterrorizantes.
Por eso tengo para mí que Borges nunca maduró, a Borges le estaba dado ser niño siempre. Luego de salir de tan delirante mundo 'Georgie' como solían llamarlo, se levanta de su cama y su madre y su hermana entienden que su Borges jamás volverá a ser el mismo. La consecuencia de tan caprichoso fenómeno que hemos citado es que Jorge Luis comprende que nunca tuvo que haber salido de la biblioteca de su padre, que su búsqueda a terminado al fin, que el lenguaje y el estilo han llegado a él, o lo que es más descabellado, siempre estuvieron en él.[10] Si observamos la vasta y maestra obra de Borges podremos darnos cuenta de este hecho. Borges afirma que al incidente que sufrió debe su posterior creación de cuentos fantásticos, yo sé que no es a esa enfermedad, sino a su infancia que harta de ser discriminada por el intelectual, ya fatigada de querer formar parte de la historia de ese hombre inescrupuloso decidió visitarlo con cruentas arengas ilusorias.
«Soy muy haragán»[11] afirmó en alguna ocasión; a esa haraganería debemos la carencia de novelas en la obra borgiana, pero para qué, Borges no pretendía crear una obra sublime que se extendiera en la historia como un hito magnífico del intelecto de un hombre y de una época; Borges buscaba recrearse, jugaba como un niño al rol de ser escritor, empleaba los mismos métodos que inconscientemente emplean los infantes: ensueño, asombro, ironía, alegría, placer y esa infinita curiosidad casi intelectual que los profundiza en largos silencios cuando lo que están haciendo los logra sacar de la realidad.
Borges hacía lo mismo con su literatura, escribía jugando, yuxtaponiendo diferentes eventos, los enfrentaba en un mismo fenómeno y los hacia participes de una realidad imposible. Así mismo leyó y lo esclarece fácilmente: « yo he hojeado libros, no creo haber leído ningún libro del principio hasta el fin»,[12] y claro que no lo hizo, lo que sacaba de los libros no era una hermenéutica que luego interiorizara y después lúcidamente presentara en uno que otro diálogo de forma sorprendente, lo que Borges hacía era observar, escuchar, leer una que otra cosa que lo estimulara; era un curioso, lo maravillaba que pudiese existir esa forma de comunicarse, ésa silenciosa representación de expresar algo, la escritura fue para Borges ese (como afirmó Freud) lenguaje del ausente, y le gustaba eso, por tal razón él confesaba que si hubiera recuperado la vista indudablemente se hubiera quedado en la casa de su padre, «hojeando enciclopedias, ya que para él era la mejor lectura que podía tener»[13].
Borges se describe «ocioso» quizá porque era la mejor y más secreta forma de darse el título de algo que muy pocos sabían. Thomas Hobbes sentenció para la humanidad que «el ocio es la madre de la filosofía», entonces, qué mejor título que llamarse ocioso, y es que lo que sorprende siempre en Borges es esa Lucidez y erudición con la cual deambula por todos los campos del conocimiento, a Borges no le hizo falta la vista, ya su niñez le había brindado el máximo secreto de su lucidez: el asombro. «Si no me hubieran dicho que leer y escribir eran facultades innatas, lo hubiera creído»[14] se lo hubiera creído porque para él estas actividades eran totalmente naturales como respirar o caminar.
«El hombre que sueña es un gran poeta y cuando despierta vuelve a ser un pobre hombre», lo afirmó y de una u otra forma su meta consistió no en el olvido porque para él a éste ya había llegado antes[15]; su meta era la utopía. Cuando Borges logra ser universal y es asediado por un lado y por el otro, es cuando entiende a Quevedo y al igual que este poeta se dedica a buscar la utopía: «el lugar que no existe». Borges a sus setenta años recupera un poco la vista y es visitado por una de sus amigas de la juventud luego de aquélla visita nos dice: «Me es preferible seguir en las tinieblas», ya el mundo de su época era un lugar desconocido, él era un fantasma reconocido mundialmente, el tartamudeo de su voz era el eco de algo que siempre ocultaba y que dejaba entrever sólo a través de una insinuada sonrisa; sus tinieblas no eran tinieblas, él nos ocultaba algo, este fantasma que solía sobrevivir en un mundo que no era el suyo buscaba la puerta que lo devolvería a su secreto. Hay una persona que sé, compartiría este comentario[16], Borges siempre tuvo la puerta hacia el otro mundo, la tuvo a su lado hecha mujer, esposa y cómplice de sus travesuras literarias, en su vejez se dedicó a enriquecerla con elogios y con esa escasa pero eterna compañía, Borges sabía de antemano que Kodama en Japonés quería decir pequeña esfera, que esa pequeña esfera se remitía a su Aleph infinito y que ese Aleph era la puerta para volver hacia su infancia, a la utopía, a aquella niñez que era su mayor atributo porque de ella emergía su prolijidad literaria, su enorme evocación enciclopédica y su vastísimo y arduo idioma fantástico.
Sus mejores amigos fueron siempre, aquellos que ya no estaban en el mundo de los vivos, unos amigos que le hablaban desde las tímidas hojas, a éstos debe su clásica frase: «que otros se jacten de los libros que han escrito yo me jacto de los que he leído» considero que Borges no sólo leyó el universo sino que lo releyó y lo interpretó de formas diferentes. En su cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges deja entrever una nueva interpretación del universo, una un tanto más metafísica, un tanto más sublime y esclarecedora; En 'La Lotería de Babilonia', un universo perverso, bárbaro, caótico, inverosímil; En 'La Biblioteca de Babel', el universo más cercano a su propia fortuna, a su propio destino; En 'El Inmortal', quizá la más bárbara y monstruosa; en un 'Teólogo en la Muerte', quizá la que se está viviendo; la de ilusión; en el 'Aleph', la más milagrosa y religiosa; En 'Ragnarök', la más mítica e infantil; en 'El Informe de Brodie', la más cercana a nuestra literatura fantástica, pero es quizá en 'Utopía de un Hombre que esta Cansado' donde podemos encontrar la lectura de la profecía quizá más justa del porvenir de nuestro tiempo.
Para Borges, conversar tan sutilmente de temas complejos era en si la forma más fácil de acceder a la infancia, toda su vida esta plagada de esa época, toda su obra y anarquía inofensiva tiene el sello distintivo de una niñez profunda; Quizá si Borges hubiera olvidado su niñez no hubiera sido tan asequible, quizá hubiera abandonado la literatura y su fino humor, quizá no hubiera deseado viajar tanto.
Que otros lo elogien y lo critiquen ya que esta es la maldición que pesa sobre todo inmortal, a mí sólo me queda afirmarlo como el hombre que supo en todas las edades de su vida mantenerse en una que lo describiera y lo representara, esta sin lugar a dudas se remite a una habitación repleta de libros y láminas, se remite a las conversaciones complejas de su padre que siempre le hacían creer a 'Georgie' que el mundo y el universo podían desaparecer en cualquier momento[17]; a esta época, a esta niñez eterna es que Borges debe su obsesión por leerse el universo fenomenológico de la literatura.
«Siempre la gloria es una simplificación y a veces una perversión de la realidad; no hay hombre célebre a quien no lo calumnie un poco su gloria»[18], Borges lo predijo y lo aceptó con cariño como un niño que sabe que sus triquiñuelas serán juzgadas pero siempre perdonadas. Toda su escritura es una obra de arte y hace que todo individuo que la analice la observe como algo que tiene que aceptar o como lo afirmara él mismo; «cuando las cosas están muy bien hechas parecen no sólo fáciles sino inevitables»[19]
«Yo querría saber que sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron»”[20] aquel día en que por fin logró olvidar sus obsesiones y su infancia; donde el mundo indiferente a tal acontecimiento siguió girando ya sin él. Acaso lo visitarían los delirios, sus hábitos, o tan sólo la mágica palabra que dejó escapar el poeta del 'Espejo y la Mascara'[21]. Quizá fue éste su último deseo, quizá lo logró; ya había leído el universo entero lo último que le faltaba era el símbolo que lo resumiera, a lo mejor aquel 14 de junio de 1986 Borges descubrió cual era la palabra, aquel día 'Georgie', el niño prodigio, se llevó para siempre el signo que resume el universo, a lo mejor fue así.
Zeuxis Vargas Álvarez.
[1] El poema que se cita es el 'Poema de los dones' Borges Jorge Luis. El hacedor, Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina, Enero de 1972, pág 54, verso veintitrés:
'Yo, que me figuraba el paraíso
Bajo la especie de una biblioteca'[2]
En el prólogo a su libro de poemas 'El otro, el mismo' afirma. «Menos que las escuelas me ha educado una biblioteca, la de mi padre» Jorge Luis Borges. Obras Completas, Emecé, Editores, Buenos Aires, Argentina, 1974, pág, 858. También en el prólogo de su libro 'Evaristo carriego' se encuentra: «Yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires ... Lo cierto es que me crié en un jardín detrás de una verja de lanzas y una biblioteca de ilimitados libros ingleses» Jorge Luis Borges. Obras Completas, Emecé, Editores, Buenos Aires , Argentina, 1974, pág, 101
[3] Esta afirmación se encuentra en el poema 'la luna' en el verso treinta y dos: «Y la luna sangrienta de Quevedo» Borges Jorge Luis. El hacedor, Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina, Enero de 1972, pág 68. El verso original reza así: «Y su epitafio la sangrienta luna» del poema 'Memoria inmortal de don Pedro Girón duque de Osuna, muerto en la prisión' Quevedo Francisco de, Antología poética, Editorial Norma, Bogotá Colombia, 1998, pág 10
[4]Para Borges la obra de Cervantes no hubiera sido posible si éste no hubiese tenido que pasar por la cárcel, para Borges la cárcel fue la causa secreta que nos deparó a las letras universales el Quijote. En uno de sus poemas de Trece monedas del Libro 'El oro de los Tigres', de Jorge Luis Borges, Obras Completas, Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina, 1974. Págs, 1091-1092., defiende tal pensamiento exaltando el destino de Cervantes y su obra:
Miguel de Cervantes.
Crueles estrellas y propicias estrellas
Procedieron la noche de mi génesis
Debo a las últimas la cárcel
En que soñé el Quijote.
[5] Al respecto: «Este es mi destino; lo supe siempre. Yo no imagino ningún otro que no sea éste. Yo quiero ser feliz a la manera de todos. También Miltón Intuyó ser escritor antes de serlo y lo fue. Toda mi vida he sido un escritor más o menos secreto…» En 'Borges, el palabrista', de Esteban Peicovich.
[6] Borges Jorge Luis, Obras Completas, Evaristo Carriego, Emecé, Editores, Buenos Aires , Argentina, 1974, pág, 101
[7] La cita es de Quevedo, El verso original reza así: «Y escucho con mis ojos a los muertos» del poema 'Desde la Torre' Quevedo Francisco de, Antología poética, Editorial Norma, Bogotá Colombia, 1998, pág 24
[8] Al respecto Borges afirma: «Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad». Jorge Luis Borges. Obras Completas, Emecé, Editores, Buenos Aires , Argentina, 1974, pág, 858
[9] Borges al respecto complementa: «Lo determinante de la palabra es su función de unidad representativa y en lo tornadizo y contingente de esa función» Tomado de 'El Idioma de los argentinos' pág 21, para mayor lustración consúltese el ensayo 'Borges: El reloj de arena y el tigre mutilado' de Mark Garnett de la University of Exeter.
[10] Al respecto Borges expone: «Yo antes escribía de una manera barroca, muy artificiosa, me pasaba lo que le pasa a muchos escritores jóvenes, creo. Por timidez, creía que si hablaba sencillamente la gente creería que no sabía escribir. Sentía la necesidad de demostrar que sabía muchas palabras raras y que sabía combinarlas de un modo sorprendente. Yo creía que la literatura era técnica y nada más, pero ya no estoy de acuerdo con eso» James E. Irby, 'Encuentro con Borges' Vida universitaria, Pág 14
[11] «El cuento corresponde a una unidad estética según lo advirtió Edgar Allan Poe. La novela en cambio suele ser una mera acumulación. En segundo término, soy muy haragán» El espectador Domingo, 15 de Junio de 1986 página 12-A
[12] El comentario reza así: «No, no yo he hojeado libros. No creo haber leído ningún libro del principio hasta el fin, o muy pocos» En Magazín dominical de 'El Espectador' Nº 100 febrero 24 de 1985. Entrevista por Ángel Beccassino, pág 6
[13] El texto original reza así: «Si yo recuperara la vista; yo me quedaría en esta casa hojeando enciclopedias, la mejor lectura que puede tener un hombre ocioso y curioso como yo» En Magazín dominical de 'El Espectador' Nº 100 febrero 24 de 1985. Entrevista por Ángel Beccassino, pág 6
[14] «Si me hubieran dicho que leer y escribir eran facultades innatas, lo hubiera creído» En Magazín dominical de 'El Espectador' Nº 588 de Agosto de 1994 entrevista por Ramón Chao e Ignacio Ramonet
[15] Borges denuncia esta creencia en uno de sus grandes poemas de la colección 'Trece monedas' del Libro 'El oro de los Tigres', de Obras Completas Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina, 1974. Págs, 1091-1092:
Un poeta menor.
La meta es el olvido
Yo he llegado antes.
[16] Maria Kodama, esposa de Borges ya que solía afirmar con afecto que Borges era un soñador y un niño.
[17] «Yo era chico, tenía nueve años y fuimos a Montevideo. Mi padre me dijo: quiero que te fijes en las banderas, en las aduanas, en los uniformes, en los militares, en los cuarteles, en los curas, porque todo eso va a desaparecer y podrás contarle a tus hijos que lo has visto» En Magazín dominical de 'El Espectador' Nº 588 de Agosto de 1994 entrevista por Ramón Chao e Ignacio Ramonet.
[18] El espectador Martes 24 de agosto de 1999 página 1-C
[19] Consejos de Borges a un joven escritor, declaración a Rita Guibert en 1968
[20] Borges Jorge Luis, El cautivo del libro 'El hacedor' Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina, Enero de 1972, pág 18.
[21] Borges Jorge Luis. 'El espejo y la mascara' del libro 'El libro de arena' Alianza Editorial S.A. Madrid 2000.