My Fair Lady es una historia de records y curiosidades. La famosa adaptación de la obra Pigmalión de George Bernard Shaw, hizo nada más y nada menos que 2.700 representaciones en Broadway. Fue en 1962 cuando Jack L. Warner pagó $5.500.000 (una barbaridad para la época) por los derechos para adaptarla a la gran pantalla.
La dirección estaba pensada para Vincente Minnelli gracias a su gran trabajo en Un americano en Paris y Melodias de Broadway 1955. Sin embargo, debido a desavenencias económicas no llegó a un acuerdo y el proyecto fue a parar a las manos de George Cukor.
La obra de teatro estaba protagonizada por Julie Andrews y Rex Harrison, pero la producción del film no quería a actores que ya la hubieran representado en teatro. Para el papel del Profesor Higgins se pensó en Peter O’Toole pero Warner prefería a Cary Grant. Pese a que el papel le venia como anillo al dedo, Grant se negó a rodarla porque admiraba a Rex Harrison. Tanta era esa admiración que le dijo al productor: “Si no la hace él, no iré a verla al cine”.
My fair Lady no es un musical al uso. Es una comedia que opta por unas lyrics muy trabajadas pero en la que escasea la coreografía. A cambio, Cukor y todo su equipo logran un cinta muy estilizada y elegante conjugando a las mil maravillas las diferentes facetas artísticas. El vestuario corrió a cargo de Cecil Beaton y es sencillamente deslumbrante. Un derroche de imaginación en el que las formas y los colores sorprende al espectador y que a buen seguro, hará las delicias de los amantes de la moda. No en vano, Cecil Beaton trabajó como fotógrafo en revistas como Vogue o Vanity Fair.
La dirección artística es maravillosa, una de las mejores de la historia sin lugar a dudas. Los decorados están llenos de cientos detalles. El trabajo realizado con la biblioteca es digno de admiración y todo un referente en la materia. Pero mi favorito es la recreación del barrio londinense de Covent Garden. Personalmente estoy muy cansado del entorno digital. No me gusta que se abuse tanto del trabajo con el ordenador y el croma. Cuando uno ve el trabajo artesanal de las calles, el mercado o los bares, se acuerda del buen gusto que había en el cine en la década de los sesenta. La mejor muestra son los minutos de Ascott, dónde Cukor y Beaton se gustan y se recrean hasta el límite. Es escandaloso el nivel de minuciosidad y detalle que alcanza el diseño artístico en esa escena de 10 minutos.
En cuanto a la trama, se ponen de manifiesto temas como la diferencia de clases, la misoginia del típico soltero adinerado y el carácter de la juventud.
Una historia en la que Audrey Hepburn no canta, pero en la que luce resplandeciente con el vestuario y el maquillaje. A eso le añadimos su carácter indomable y tenemos una adorable interpretación. Harrison, como no podía ser de otra forma, clava el papel que tantas veces ya había hecho. Su manera de cantar encaja a las mil maravillas con la personalidad del personaje. Sin duda, el papel de su vida. Un profesor pijo, refinado, con un carácter a ratos caradura, a ratos bonachón, al que irremediablemente acabas cogiendo cariño.
Destacar también a Stanley Holloway en el papel del padre de la joven. El número “With a Little bit of luck” es fantástico y tremendamente pegadizo.
En fin, una obra de arte sin parangón, un película artísticamente perfecta, un referente a nivel de vestuario y decorados, unas interpretaciones carismáticas, varios números musicales inolvidables y todo bajo la dirección del gran George Cukor, que con 65 años convenció a la Academia y se llevó el Oscar (fueron 8 en total) que tanto ilusión le hacía.
En mi opinión, My Fair Lady forma junto a Cantando bajo la lluvia, Melodias de Broadway 1955 y Oliver el cuadrado perfecto de los musicales.