Revista Cine
El personaje de Arturo de Córdova (Antonio Ituarte) intenta por todos los medios controlar “su deseo”, esa “fuerza que te obliga, que te impulsa a obtener lo que quieres, y a conservarlo una vez obtenido”, la misma que “puede crecer tomar cuerpo, volverse libre superior a ti” como el mismo dice en una de las primeras escenas de La Diosa arrodillada. A mi Roberto Gavaldón, su director, me recuerda mucho a Luis Buñuel, por lo menos en su etapa mexicana en esta película de 1947, quien nos cuenta una historia bajo una atmósfera parecida a la del cine negro, sin tomar partido por ninguno de sus personajes.
Antonio Ituarte esta “felizmente casado” pero se ha enamorado de otra mujer, bueno seria muy fácil para cualquiera (me incluyo) enamorarse de Maria Félix (Raquel Serrano), quien representa todas las “bajas pasiones” y los “deseos” de este hombre hasta ahora moderado y responsable. En contraposición con su esposa Helena (Rosario Granados), la Félix encarna el rol que fue convirtiéndose con el paso de los años “su personaje” favorito.
Típico: la esposa es perfecta, hermosa y cándida, aunque no se engaña y sabe lo que pasa a su alrededor, la otra, una mujer de vida dispendiosa y desordenada, quien no quiere ser la amante toda la vida. Viéndolo así, no seria ni una historia llena de originalidad, ni una opción viable para gastar dos horas siendo participes de ella, sin embargo, todo cambia cuando la cinta avanza.
La forma en que nuestro protagonista sucumbe ante el deseo, para luego retractarse, tendrá un final inesperado en medio del film, pues de esta cinta podría decirse que tiene dos “finales”. Luego de las primeras escenas el relato va avanzando hasta “ponerte en situación”: personajes, trama, lo básico, después todo cambia, claro que no todo será como se nos plantea, las apariencias engañan, incluso en el cine. Si te quedas viendo “La diosa arrodillada” te darás cuenta que no todo es lo que parece y quizás eso es lo que atrapa de esta película, la -o las- vueltas de tuerca que te impone su director.
“No hay nada peor que engañarse a sí mismo” dice Antonio Ituarte y esa parece ser la frase que lo acompañara durante todo el film, su empeño por no engañarse a sí mismo, por ser coherente lo lleva a… mejor no te cuento. Mas allá de los diálogos cargados de un lenguaje “dramático” de la época, la historia de la película de Gavaldón se desarrolla de un modo mas bien moderno, dándole un tratamiento “nuevo” a un tema que pudo haber tenido un desenlace tradicional.
Momento de frivolidad: el vestido de Maria Félix en la escena del Aniversario de su amante Antonio, la hace lucir espectacular, me muero de ganas por hacerme uno igual, claro no tengo dinero “ni nada que dar” como cantarían en la patria de La Doña.