Revista Diario

El civismo alemán

Por Mamaenalemania
Cuando vivíamos en Berlín (y no teníamos jardín) iba todas las tardes al parque con mi hijo.
Nuestro piso estaba en una zona relativamente tranquila, llena de estudiantes “serios” y familias jóvenes (Kreuzberg-Graefestr.). El parque al que iba estaba muy bien: grande, más o menos limpio, con zonas para todas las edades – entre ellas un arenero enorme de arena fina – y, por supuesto, miles de cafeterías y restaurantes alrededor.
El caso es que estaba yo una tarde de verano en el arenero con mi hijo mayor que, por aquel entonces, rondaba el año y de pronto se acercó un alemancito de unos 5 o 6 años. Nos miraba atentamente y parecía inofensivo, así que no le di mayor importancia hasta que, sin más, agarró un puñado de arena y me lo estampó en la cabeza. Mi reacción creo que fue la normal: antes de decirle nada, busqué a su adulto correspondiente con la mirada. Lo normal, digo yo, es que, si este ha visto lo ocurrido, se acerque inmediatamente a reprender a su hijo, no? Pues no. Ahí estaba el padre, sentado tan tranquilo en un banco mirando a su hijo jugar (o sea, no estaba leyendo el periódico y pasando o algo así, le estaba vigilando de verdad) y sin inmutarse. Yo seguía mirando al padre incrédula cuando me cayó encima el segundo puñadito de arena, a lo que mi mirada de incredulidad se tornó en mirada pero-no-le-vas-a-decir-nada? Y sabéis lo que pasó? Pues que el papá del niño se incorporó y me dijo en un tono paternalista-eres-tonta-o-qué “Ains, es que le tienes que decir que no te gusta que te tiren arena en la cabeza”…
¿Cómo? Resulta que YO le tengo que decir a SU hijo que no haga eso porque no me gusta a MÍ, en vez de decirle USTED, SU padre, que eso no se hace sin más! Pues sí, resulta que aquí en Alemania se ha puesto de moda (sobre todo entre padres jóvenes) educar así: Los padres no les ponen límites a sus hijos, se los ponen los demás. O sea, que los niños pueden estar tirando arena en la cabeza de los demás adultos, que sus padres no intervendrán, o podrán colarse en la cocina del restaurante, que tendrán que ser los camareros lo que les digan que eso no se hace, o podrán emborracharse y conducir, que tendrá que ser la policía la que les diga que eso no se hace y traepacáelcarnetchaval…etc.
En España somos más pasionales, más de darnos golpes de pecho y hacer las cosas por mis coj****, más orgullosos, más burros, más lo que queráis. Y luego llegamos aquí, a la “avanzadísima” Alemania y pensamos “Joer, qué educados son estos alemanes, qué formales que son, qué correctos, deberíamos de aprender de ellos." JA! Aprender? No hace falta aprender nada… Si queremos ser como los alemanes sólo tenemos que legislar hasta las horas de ir al baño.
Reconozco que para algunas cosas merece la pena: Conducir en Alemania, por ejemplo, es una gozada. El civismo de la gente al volante me impactó, sobre todo viniendo de Madrid, que ya sabéis que allí conducir es como intentar pasarte la última pantalla del Mariobross sin experiencia previa. Pero luego me entero de que de civismo tiene poco. No lo hacen porque está mal, lo dejan de hacer porque está prohibido (y multado): Está prohibido ir por la izquierda si no estás adelantando, está prohibido darle luces al de delante para que te deje adelantarle, está prohibido hacerle un corte de manga al imbécil por el que casi te estrellas…etc. Aquí los límites te los ponen fuera, no hace falta que te los pongas tú o, en caso de ser pequeños, te los pongan tus padres porque para eso ya están los camareros, los profesores, los demás padres protegiendo a sus hijos, los vecinos…etc.
Así que ya sabéis: no os dejéis cegar por el civismo alemán porque no es tanto como lo pintan. Y no os sorprendáis si aquí os encontráis rodeados de adultos reprimidos y niños asilvestrados (todos asegurados, claro, porque si no le vas a decir que no se puede usar de portería la ventana del vecino y este resulta que se ha despistado, más te vale tener al nene asegurado y no tener que estar pagando ventanas nuevas hasta que aprenda). Y, por supuesto, no os reprimáis a la hora de regañar a un alemancito/a delante de sus padres si hace alguna de las suyas, porque si no lo hacéis, el niño seguirá y sus padres encima os dirán que es culpa vuestra por no pararle.
Y ahora me voy a hacer la maleta que nos toca visitar a mi biocuñada este fin de semana y, por supuesto, educar a su hija porque su madre no la quiere coartar (a.k.a. levantarse de la mesa en el restaurante e interrumpir la conversación sobre remedios naturales para decirle a la niña que se meta en la cocina a jugar con los fuegos)...

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