Empiezo a pensar que esto de internet me pilló muy viejo, porque hay muchas cosas que no termino de entender. Supongo que me pesa haber sido criado en la era analógica, cuando los ordenadores tenían pantalla verde y eran siempre propiedad del vecino.
Hace un tiempo, uno de los comentaristas habituales de este rinconcito me contó que cada vez se le hacía más cuesta arriba leer periódicos digitales. Por los comentarios de los lectores. Para él, leer era una experiencia grata, solitaria y reflexiva, pero, ahora, con tantos canales de participación, le daba la impresión de tener a un montón de gente asomada a la página por encima de su hombro berreando y lanzando improperios en cada titular. Le resultaba ya insoportable.
Yo no comento más que esporádicamente y en blogs de amigos. Leo mucho en internet, pero cuando quiero decir algo, lo expongo aquí. Entiendo que, cuando alguien comenta en un blog o en cualquier otro sitio, está entrando en un espacio ajeno y sin invitación, por lo que ha de procurar ser educado y asumir que el dueño del lugar no tiene por qué aguantar la impertinencia de nadie. Por eso no entiendo que se dé con tanta recurrencia esa especie de comentarista cabrón, que insulta desde el anonimato más cobarde.
No puedo meterme en la piel de esa gente. Supongo, simplemente, que internet es un medio perfecto para hacer correr la bilis que corroe a muchos amargados y que no pueden dejar escapar en otros entornos sociales. Eso puedo medio entenderlo. Lo que ya se me escapa por completo es que, cuando el dueño de un sitio decide plantar cara con acritud a quienes le insultan, los ofensores se hagan los ofendidos (como ha ocurrido aquí más de una vez). Y si el dueño de un sitio decide borrar y censurar los comentarios que no le da la gana tener en su casa, se enfadan triplemente con él. A veces, con aire triunfal, satisfechos, como los matones que ven alejarse a su víctima sin presentar batalla: “¿Veis lo que os decía? -proclaman a quienes les jalean en el patio de recreo-: es un cobarde, no tiene huevos para responderme”.
Creo en la crítica libre, no hace falta que lo aclare. Estoy convencido de que, cuando alguien -como es mi caso- se expone con el pecho tan descubierto en la arena pública tiene que estar preparado para recibir críticas y hasta insultos. Tiene que asumir que habrá gente que le odiará, que resultará irritante a unos cuantos o a muchos, y que no todos compartirán la opinión de su madre de que es el más listo y el más guapo del barrio.
También entiendo que puede haber cierta atracción en lo irritante. ¿Quién no lee o sigue a alguien sólo por la tirria que le produce? Joder, es tan odioso, pero no puedo dejar de mirarlo. A mí me pasa con los artículos de Pérez-Reverte y con algún personaje más. Pocos, la verdad.
Me pasa sólo con los artículos de Pérez-Reverte, sus novelas me resultan completamente indiferentes, y él, como persona, me da exactamente igual, ya que no tengo el gusto de conocerlo. Cuando infiero cosas de su personalidad, me refiero al personaje que él ha construido de sí mismo, que no tiene por qué parecerse a su persona. Valle-Inclán tenía un lema: “Constrúyete tu propia cabeza”. Tu propia máscara, tu personaje público. Ese que quieres que vean los demás, y deja para tu casa tu verdadera personalidad. Para Valle, construirse su propia cabeza era parte de su obra literaria.
A mí me irritan los artículos de Pérez-Reverte y la cabeza que se ha construido. Y lo comento aquí cuando me place. Me parece un topic apropiado para el blog y que forma parte de su identidad casi desde que lo arranqué. Permite jugar con los habituales. De vez en cuando, me divierte desbrozar un artículo de este señor.
Y si a alguien le irrito yo -qué honor: supongo que si ladran, cabalgamos-, me parece más que estupendo que me dedique un textito todo lo hiriente que quiera. Pero que lo haga en su casa, en su blog, en su medio o en su plataforma, donde yo sea libre de leerlo o de ignorarlo. Lo que no puedo tolerar es que lo haga en la mía.
Yo puedo escribir muchas tontadas sobre Pérez-Reverte y sobre muchos personajes públicos, pero jamás se me ocurriría llamar a la puerta de su casa a molestarles. Esa sutil diferencia parecen no entenderla muchos, y a mí me parece fundamental: quien se expone en la arena pública, tiene que asumir que otros comenten sus opiniones y sus actos, pero no tiene por qué aguantar que nadie se le presente en su casa a reprocharle nada. Puede responder o no a los trapos que se les lanzan desde otros foros, puede decidir si quiere participar o ignorar el debate, pero no tiene por qué escuchar ninguna opinión que él no haya buscado o requerido. Es una cuestión de educación y de distinción entre las esferas pública y privada.
Quien critica una opinión pública desde un púlpito público está jugando según las normas sociales aceptadas. Quien, amparado en el anonimato, insulta y provoca en casas ajenas, es sencillamente un vándalo y un matón. Y a esos no hay por qué aguantarlos.
Pero vamos, que esto no es doctrina sociológica ni filosofía: es algo que ya se explicó en Barrio Sésamo en su día.
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