Continua leyendo 1/7 de esta historia real que nos conmueve y nos lleva a pensar en el verdadero significado del amor.
Por Angélica Villalba**
El código de los ángeles: Y ella cerró los ojos, mientras su cuerpo se apagaba lentamente. Yo estaba parada ahí, a su lado, viéndola morir, sin poder hacer nada, sin aplacar su dolor.
Primera Parte
Llegó diciembre y con este mes, la música estridente, las luces y por qué no, la fiesta. Ese 8 de diciembre, Virginia, ese era su nombre, compró muchas velas de colores, faroles y se vistió de gala para celebrar como cada año, la noche de las velitas.
A pesar de que no había tenido una infancia fácil, ella a sus 55 años aún mantenía ese espíritu tan joven, vital y poderoso, que hacía que todo un barrio le rindiera pleitesía. Algo que a su familia no le sorprendía.
Pero era de esperarse, ella, la mayor de los 10 hijos de doña Benilda Carrero, había nacido para mandar, para ser obedecida, para ser el núcleo de una familia campesina proveniente de la misma tierra, que vio nacer al caudillo Jorge Eliecer Gaitán.
Y como él, Virginia tenía belleza mestiza: su piel bronceada, su cabello negro azabache y sus rasgos tan finos que aún eran motivo del elogio de algunos caballeros. Pero su carácter era otra cosa, no se dejaba doblegar por nada, ni por nadie.
Por eso, cuando en esa noche de velitas sintió que sus labios fuertes e implacables, comenzaron a torcerse como una viga de acero al calor de las brasas, no sintió miedo. Se miró en el espejo y salió con la frente en alto para decirle a sus hijas: algo anda mal, vámonos para el hospital.
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La noche fría inundaba los pasillos de aquella clínica, Virgina hizo gala de su fortaleza para caminar tan derecha como pudo, mientras sus hijas la miraban preocupadas, pues su boca parecía la de otra mujer.
“Señorita buenas noches, estos son mis documentos, ¿qué debo hacer?”. Esto fue lo que quiso decirle a la mujer, detrás de la ventanilla. Pero las palabras que salieron de sus labios eran confusas y dispersas. Las mejillas de Virginia se pusieron muy rojas. Ángela, su hija mayor rápidamente tomó el control de la situación y le habló a la señorita, mientras Cristina cogió de la mano a su madre y la alejó de la vergüenza.
Mientras esperaban, doctores y enfermeras pasaban por su lado vestidos de un blanco casi celestial, discutiendo sobre las posibilidades de cada caso, que para ellos era eso, un caso. Parecía una escena de sala de urgencias o de Dr. House, pero no. Se habían salido de la ficción, para diagnosticar con la sabiduría que les dieron sus posgrados, maestrías y doctorados en la academia, pero con los escasos recursos provenientes de una crisis hospitalaria, que llevaba casi una década.
Las tres trataban de reír y de recordar tal vez algún chisme, para olvidar el motivo por el cual estaban esperando. Ellas creían firmemente que lo que tenía Virginia era algo pasajero, como esa última visita que había tenido Virginia, a ese lugar, tres meses atrás y que los sabios doctores diagnosticaron como depresión por estrés.
Esa noche Virginia Carrero de Villamarin, cómo le gustaba que la llamaran, ya no tendría más ese nombre, ahora era 2378672. Ese era su número de afiliación al sistema de salud, ese era su código. (…continuará)
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**Acerca de Angélica Villalba: Periodista. Nuestra redactora de eventos y Boletines de prensa con su emprendimiento Prensa Efectiva. Angie ha participado como productora de contenidos para televisión en diferentes canales. Canal Uno con ‘En Las Mañanas Con Uno’ es su gran orgullo. AVC Es una sensible jugadora del buen ánimo de quienes le rodean. No se rinde hasta sacarte una sonrisa del corazón. Y no para de misionar con “buscando ser libre” E-mail: [email protected]
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