Continua leyendo 1/7 de esta historia real que nos conmueve y nos lleva a pensar en el verdadero significado del amor.
Por Angélica Villalba**
El código de los ángeles: Y ella cerró los ojos, mientras su cuerpo se apagaba lentamente. Yo estaba parada ahí, a su lado, viéndola morir, sin poder hacer nada, sin aplacar su dolor.
Segunda Parte
Por fin llamaron al 2378672. En ese momento, las tres no le prestaron atención al hecho de que no le dijeron su nombre de pila. Corrieron a la puerta como si se les acabara el tiempo. A Virginia le pareció un lugar frío y hasta inhumano. Para ese momento su boca ya no le pertenecía, estaba tan torcida que se le dificultaba pronunciar alguna frase.
Eso jamás le había pasado en sus 55 años de vida, la palabra era su característica más privilegiada. Aunque no pudo terminar sus estudios secundarios, ella se jactaba de tener una inteligencia casi sobrenatural.
Hacía 15 años, Se había convertido en maestra de los niños del barrio, les enseñaba no sólo a leer sino a enfrentar la vida con entereza. Tanta era su capacidad de amar, que muchos de ellos la llamaban mamá. Cosa que a Virginia la llenaba de orgullo.
Su trabajo como madre comunitaria la había llevado a ser una líder y sí, hablaba en público sobre los derechos de este trabajo con discursos tan elocuentes, que hasta el mismísimo Jorge Eliécer Gaitán la habría envidiado.
Su hija Ángela, tímida e introvertida, siempre había admirado esa cualidad en su madre, esa capacidad de convencer, de pararse en una tarima a defender lo que le parecía justo. Tal vez, por eso, decidió estudiar periodismo, para algún día ser cómo ella, no como esos periodistas, que no tienen la firmeza de decir lo que piensan, y que no tienen el carácter de hablar con la verdad.
Pero esa noche, Ángela y Cristina no vieron a Virginia sino al código 2378672, su espalda estaba doblada hacia adelante, su cara parecía que envejecía con cada minuto que pasaba. El médico implacable sentenció: es un derrame, se tiene que quedar esta noche.
No dijo nada más. Ahora su mamá no le pertenecía a la libertad que tanto amo, desde ese instante, ese hospital era su prisión y el código era su nombre. Pero cómo ese número se había convertido en la mujer que más amaban, esa que luchó cada día de su vida por ser feliz, era algo que sus hijas no podían comprender.
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Virginia se acostó en la camilla sin decir nada, en un pasillo de ese hospital. Sola pensaba en que tal vez era algo pasajero, y que debía descansar, pero en el fondo de su corazón, ella presentía que su vida se le escapaba.
Tres meses antes, cuando entró por primera vez a ese tenebroso lugar, comenzó a sentir un olor particular, a flores, a sangre, pero recordó que alguien le había dicho que los ángeles se le estaban manifestando y así lo creyó firmemente. ¿Será que los ángeles quieren decirme algo?, ¿será que pongo una vela blanca?, ¿será que me escogieron para alguna misión?
Sentía que ese olor se apoderaba de su cabeza y se durmió soñando que tal vez, por fin, había sido escogida para algo más que ser la esposa perfecta y la madre incondicional. Su boca torcida sonrió pensando que había llegado su momento.
Cuando abrió los ojos, Virginia sintió que de nuevo era ella, los ángeles ahora estaban a su lado y nada la podría vencer, como siempre había sido. Se levantó pero su cuerpo se fue hacia la izquierda y cayó sobre la cama, las enfermeras corrieron para socorrerla.
Pero, ¿cómo podía ser esto?, se supone que los ángeles están conmigo, ¿por qué me siento débil?, me duele la cabeza como si un martillo me estuviera golpeando dentro del cráneo, y ese olor no me deja en paz. ¡Señorita, por favor, quite esas rosas que no soporto el olor!. Señora, cálmese, no hay flores cerca de usted.(Continuará…)
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**Acerca de Angélica Villalba: Periodista. Nuestra redactora de eventos y Boletines de prensa con su emprendimiento Prensa Efectiva. Angie ha participado como productora de contenidos para televisión en diferentes canales. Canal Uno con ‘En Las Mañanas Con Uno’ es su gran orgullo. AVC Es una sensible jugadora del buen ánimo de quienes le rodean. No se rinde hasta sacarte una sonrisa del corazón. Y no para de misionar con “buscando ser libre” E-mail: [email protected]
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