Revista En Femenino

El color maldito

Por Expatxcojones

El color maldito

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Lo conocí un jueves. Lo recuerdo porque es el día que voy al zoco a comprar el pescado. El mercado del pesado ocupa una sala bastante grande, separada del resto de puestos. Todas las paradas están juntas. Todos los pescaderos son hombres. Las piezas que venden son grandes. Muchas, no las conozco. No hay cámaras frigoríficas. Sólo trozos de hielo. El suelo está encharcado y el olor es fuerte.
Él me pidió dinero. Yo le dije que le pagaría por llevarme las bolsas. De camino hasta el coche empecé a hacerle preguntas: ¿De dónde eres? ¿Cuántos años tienes? ¿Dónde vives? ¿Cuánto tiempo llevas en Marruecos?
Hay bastantes como él. Pidiendo. Hombres jóvenes y fuertes intentando buscarse la vida como pueden. Una de las maneras es cargar con las bolsas de la compra. Así se ganan algunos dírhams, lo justo para echarle algo a la cacerola, aunque sólo sea arroz. Cuando llegué me daba cosa que me las llevaran. Me veía como una colonialista. Africanista. Explotadora. Luego entendí que es una manera honrada de ganarse la vida y ahora siempre que puedo, los ayudo.
Las chicas también piden. Ellas lo hacen en los semáforos. Paras con el coche, y de repente, te aparecen tres o cuatro. Llevan ropas de colores y niños colgando en la espalda.
Es poco frecuentes verlos en otro lugar. O están pidiendo o no están. Son invisibles. Pasan desapercibidos. Y no me extraña. Aquí la gente no les tiene mucho cariño. Me hace gracia cuando se refieren a ellos como “los africanos”. Como si Marruecos no estuviera en el mismo continente.Hay muchas historias sobre ellos. La última que me han contado es ésta:
   —¿Sabes que han cerrado la pizzería que hay al lado de tu casa? —me comenta la cajera del supermercado.   —No me había enterado ¿por qué?    —Pues por los negros. Es que estos negros…   —¿Qué les pasa? ¿qué han hecho?   —Pues que entraron unos que tenían el Sida. Se sacaron la sangre infectada con una jeringuilla y la metieron en los botes de kétchup.   —¡Qué dices!. Como van a ir rellenando las botellas así, delante de la gente. Y ¿por qué iban a querer hacerlo?   —Porque son malos…   —Que no me lo creo.   —Es verdad. Lo han dicho en las noticias de la tele.
Cosas así me han contado unas cuantas. A cuál peor y más extravagante. Rumores. Chismes. Leyendas urbanas. Nosotros tenemos a la chica de la curva y el perro de Ricky Martín; ellos tienen a los negros.
Lo que sí es cierto es que hace un par de semanas asesinaron a un joven senegalés. Sucedió en Boukhalef, un barrio a las afueras de la ciudad, donde vive una comunidad importante de africanos. El chico salía de la mezquita. Había ido a rezar con unos amigos. A la salida los esperaban un grupo de marroquíes gritando “Viernes de sangre y de yihad”. Iban armados con palos y machetes. Los persiguieron. Los negros empezaron a correr pidiendo auxilio. Llamando a la policía para que interviniera. Cuando lo hicieron era demasiado tarde. Al chico lo habían degollado. Hubo media docena de heridos más.
Así son las cosas para los negros en Marruecos. Feas. Peligrosas. El suyo es un color maldito. Por eso cuando me encuentro a uno de ellos pidiendo le doy conversación. Y así es como lo conocí a él. Se llama Frank y es de Nigeria.
Un día mientras andábamos y le escuchaba hablar pensé: ¿por qué no le haces una entrevista? Quería oír su historia. Toda. Quería que otras personas la conocieran. Frank tiene voz. Sueños. Miedos. Tiene, exactamente, lo mismo que todos nosotros. No es sólo un negro más pidiendo limosna. Frank es uno y son todos. Porque todos, igual que él, tienen su propia historia.
Quedamos en vernos en dos semanas. Intercambiamos nuestros teléfonos. Pasados siete días me llamó. Quería decirme que se iba. Adelantamos la entrevista que teníamos prevista.Nos veríamosal día siguiente.
Por la mañana llevé a Terremoto al colegio y de vuelta en casa empecé a preparar el quipo. No se lo había dicho. Se me acababa de ocurrir. Tendría que avisarlo. Esperaba que no hubiera ningún problema. Mientras reviso que lo lleve todo: cámara, trípode, micros, cables, pilas, cinta adhesiva, auriculares ¡Coño! ¿Dónde están mis auriculares?
   —¿Has visto mis auriculares? —le pregunto al Kalvo que está a punto de salir por la puerta.   —¿No están en el cajón?   —Ya he mirado y no los encuentro. ¿No los habrás puesto en otro sitio? —le digo, porque a veces me los coge y escucha música mientras trabaja con el ordenador.   —Hace días que no los he tocado. ¿Dónde vas?   —A hacerle una entrevista a Frank.   —¿El nigeriano?   —Sí, ese. Frank   —¿Y piensas ir sola?   —Vente conmigo.   —No puedo. Tengo que ir a Ceuta.   —Pues nada. Vete tranquilo. Yo me voy a su casa. Haremos la entrevista allí para estar más tranquilos.    —¡Tú estás flipando! Como te vas a ir sola a casa de unos negros que casi no conoces. No me hace puta gracia; qué quieres que te diga.   —Eh…Tranquilo. Que es buena gente. No me va a pasar nada.   —Aún así prefiero que vayas con alguien.   —Y ¿qué quieres que haga?   —Déjame pensar —Y se va a la cocina. Enciende la máquina de café. Abre la nevera. Pone la leche en una taza y me grita —¡Ya lo tengo! Que te acompañe el taxista.   —Sí hombre. ¿En plan guarda espaldas?   —No. Como un ayudante. Te lleva en su taxi, carga con el material y, de paso, vigila que no te pase nada.
Al principio la idea no me gusta. Ni que fuera una niña. Pero, poco a poco, lo voy pensando y no me parece tan mal.
Se llama Hamid y siempre que necesitamos un taxi lo llamamos a él. Tiene unos cincuenta años, barba y un poco de barriga. Habla un español perfecto. Es discreto y callado. No es como ir con Fernández, mi colega de rodaje por excelencia, pero es mejor que ir sola. Acepto pulpo como animal de compañía.
Hamid me recoge a las nueve y nos vamos a buscar a Frank. Hemos quedado en el zoco. Cuando llegamos no está. Por un momento pienso que no va a aparecer. Lo llamo al móvil. Contesta. Viene de camino.
Cinco minutos después aparece. Sonriente, como siempre. Se monta en el taxi. Le cuento lo del Kalvo. Nos reímos. Y ponemos rumbo hacia su casa.
Ese día le hice la entrevista. Vi dónde y cómo vivía. Conocí a sus amigos y, también, su historia. Ahora estoy trabajando en ella.

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