Revista Ciencia

El complejo camino de la agorafobia

Por Davidsaparicio @Psyciencia

El diario El País ha publicado un reportaje muy interesante sobre la agorafobia y el trastorno de pánico. Me parece valioso que un medio de tanto prestigio aborde esta problemática con un enfoque descriptivo y fundamentado en evidencia científica:

Águeda González tuvo el primer ataque de pánico a los 18 años. De ahí a estar encerrada en casa fue solo cuestión de tiempo. “Empecé a dejar de hacer cosas por miedo al pánico y cuando más cerraba el círculo, más ansiedad sentía”, cuenta. Llegó a no salir de casa si no iba acompañada e incluso a no poder estar sola en casa. Su única preocupación era evitar la ansiedad y el miedo. “Cuando era niña ya tenía comportamientos agorafóbicos. No iba nunca a casa de mis amigas a jugar, ni a excursiones, ni podía estar mucho tiempo sin estar al lado de mi madre”, recuerda. Después, desde los 14 hasta los 18 años, vivió una especie de tregua en la que notaba ansiedad, pero no le impedía hacer cosas.

El problema no es la ansiedad, sino la lucha contra ella:

La incertidumbre es la piedra de Sísifo para las personas con agorafobia. El cerebro del ser humano está programado para sobrevivir y una forma de controlar el entorno es la certidumbre. Pero las personas con ansiedad son, según Casado, más vulnerables a la incertidumbre. “Si te fijas, en realidad la ansiedad no es el problema, es el intento de solucionar la ansiedad, esa incertidumbre, lo que es el problema”. La evitación es una vía para huir de esa incertidumbre: si se evita la situación, no se siente lo que provoca esa situación: “Si cogemos el metro y sufrimos un ataque de pánico, vamos a evitar el metro para no volver a vivir esa sensación”.

Según el experto, la terapia cognitivo-conductual es muy eficaz para tratar la agorafobia. En cuanto al trastorno en sí, y sus mecanismos de funcionamiento, considera que recursos como la terapia de exposición y el trabajo de diálogo emocional son especialmente útiles. Pero considera importante señalar que la mayoría de las veces, cuando una persona llega a consulta, no llega con un trastorno sino con un determinado estilo de vida. “Esto es lo difícil: enfrentarte a una forma de vida que la persona puede llevar décadas manteniendo y que le ha provocado este trastorno. El reto es poder cambiarlo”. Aquí, los recursos emocionales, económicos y familiares, así como un trabajo personal, juegan un papel protagonista para alcanzar ese cambio.

Puedes leer el artículo completo en El País.


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