El secretario general del Partido de los Socialistas Catalanes, Pere Navarro, ha sido el último en agitar las nunca tranquilas aguas del Concierto Económico vasco y el Convenio navarro. Por la torpeza con que lo ha hecho y la supina ignorancia que, al hacerlo, ha demostrado, es más que probable que su invectiva no pase a mayores. Ni sus propias colegas del partido asociado, el PSOE, han querido tomarla demasiado en serio, prefiriendo atribuirla a la intensa presión que el líder de los socialistas catalanes está teniendo que soportar por parte del soberanismo que se ha instalado en su tierra.
Sin embargo, a nadie se le oculta que, por inoperante que sea la salida de tono del líder del socialismo catalán, las dos citadas instituciones privativas de los territorios forales están siendo atentamente escrutadas por innumerables ojos, que no son por lo general benévolos. Las tensiones que se han abierto o reabierto en torno a la estructura territorial del Estado, así como los problemas de financiación, junto con la crisis que el país atraviesa, han hecho que las miradas de todos se dirijan hacia la "excepción" para ver de encontrar en ella una parte al menos de la causa y de la solución del embrollo. ¡Como si cosa tan diminuta, en términos cuantitativos, como el sistema económico-financiero vasco-navarro fuera capaz de causar o de solucionar los inmensos problemas que la crisis ha hecho aflorar tanto en la estructuración como en la financición territorial del Estado.
Pero ¡qué se le va a hacer! Las excepciones suscitan recelos y estos suelen alimentarse de la ignorancia. Muy pocos sabrán decir, fuera de Euskadi y Navarra, en qué consiste el Concierto o el Convenio y por qué subsisten los dos en el sistema constitucional. Yo mismo he llegado a leer, escrito en un prestigioso periódico, de mano de quien a su firma añadía el título de historiador, que tanto uno como otro fueron una concesión al nacionalismo por la presión que ejercía el terrorismo en la Transición. Sin llegar a tal extremo, por desgracia bastante extendido, pocos habrá que no incluyan en la definición de esas instituciones forales, como concepto determinante de su esencia, la idea de "privilegio" o, de modo más vulgar, de "chollo". A partir de ahí, y en momentos de crisis, a la ignorancia y al recelo se añade la animadversión.
Buena parte de culpa en esta ignorancia y en sus secuelas la tenemos quienes nos aprovechamos del "chollo". Quizá porque también nosotros temamos que el "privilegio" define la esencia del sistema concertado, lo exhibimos con orgullo en casa, pero lo escondemos con vergüenza fuera. Las instituciones vasco-navarras, probablemente por ese sentimiento vergonzante que causa el disfrutar de lo que los demás no tienen, no se han atrevido a explicar con toda claridad lo que esta peculiaridad significa y supone. Hoy, cuando su cuestionamiento está llamado a ir en aumento, la explicación se ha hecho una necesidad inexcusable.
No haría falta extenderse demasiado en la historia. Bastaría con hacer ver que el Concierto o el Convenio representa el último y más escuálido residuo -o sucedáneo- de lo que desde tiempo inmemorial ha sido el "modo de estar" en España de los territorios forales. Nunca, si no es en el desgraciado período de la dictadura franquista, en lo que concierne a las provincias traidoras de Bizkaia y de Gipuzkoa, han estado en España. Navarra y lo que hoy es Euskadi de una manera "no foral" o, sustitutivamente, "no concertada". El Concierto y el Convenio son los últimos y más tenues vestigios de ese "modo de estar". Por ello, no habría sido en absoluto concebible ni que la Constitución de 1978 hubiera ido más allá que la dictadura franquista hasta arrebatar a Navarra y Araba lo que ésta les había mantenido en vigor, ni que la ciudadanía vasca hubiera aceptado la no reintegración a Bizkaia y Gipuzkoa de lo que esa misma dictadura había dejado incólume en los otros territorios forales. La historia era para entonces más que historia pura. Se había hecho ya convención por todos asumida.
Desde esa perspectiva, el Concierto y el Convenio no pueden considerarse ni meros arreglos meramente económico-financieros entre los territorios forales y el Estado. Son pactos de un hondo calado político cuyo espíritu invade en cierta medida todo el sistema de relación entre ambas partes. Por esa razón, el cuestionamiento que de tales instituciones está haciéndose hoy día desde las más diversas instancias debería ser consciente de que implica también el cuestionamiento paralelo del statu quo que ha regido ininterrumpidamente esas relaciones, y que supone por ello un muy grave riesgo de desestabilización política y social de incalculables consecuencias.
Las grandes fuerzas políticas españolas sí son conscientes de ello. Por eso, sin tocar el Concierto o el Convenio, hablan sólo de revisar el Cupo. Pero, como advierte acertadamente estos días el nacionalismo vasco, Concierto y Cupo forman un todo. No para decir que el Cupo sea irrevisable al alza o a la baja, sino porque teme que, tras la revisión del Cupo, se quiera enervar la potencia política que encierra el Concierto, haciendo que sus efectos económico-financieros sean "neutros" respecto de la financiación del sistema autonómico común. Y es que el sistema concertado, al ser por esencia un sistema de riesgo en cuanto a pérdidas y ganancias, que se rige además por sus propias normas internas, entre las que se encuentra la de aportación y solidaridad, no puede ser vaciado desde fuera hasta que, en sus resultados, se iguale al sistema general.
* José Luis Zubizarreta (Orduña, 1938), es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada y Master of Arts por Oxford. Fue director y viceconsejero de Bienestar Social en el Departamento de Sanidad entre 1980 y 1986. Al año siguiente se convirtió en asesor del lehendakari José Antonio Ardanza, puesto que ocupó hasta 1988. Tras dejar el Gobierno volvió a su plaza de funcionario en la Diputación de Bizkaia, en la que se jubiló en 2003. Actualmente colabora en El Correo y El Diario Vasco como analista político.