Con el premio de la Crítica en el Festival de Sitges y como mejor largometraje de animación según los Premios del Cine Europeo, "El Congreso" llega más que presentada. Además, haber escogido una novela de Stanislaw Lem (que cada vez está más de moda) y hacer que Robin Wright vuelva a lucir en la gran pantalla (que desde "House of Cards" nos tiene a todos encantados, aunque para esta ocasión haya perdido un poquitín de su encanto al adelgazar demasiado), es carta sobre carta sobre la mesa de juego para asegurarse una partida ganadora.
Las ilustraciones son una auténtica maravilla y el planteamiento de un mundo que inevitablemente se dirige hacia la irrealidad es bastante atractivo. Ahora bien, es una película difícil, con todos los condicionantes para convertirse en una cinta para minorías, y que debería incluir nota de aviso tipo "PADRES DEL MUNDO. A ESTA PELI SÍ QUE NO TRAIGÁIS A VUESTROS VÁSTAGOS." Lo digo por esos pequeños nenes con los que compartí patio de butacas con las suficientes filas de distancia para escucharles preguntar a sus padres que de qué iba todo aquello, cuando ni siquiera sus progenitores estaban preparados para dar una respuesta.
Me remito a las palabras de Luis Martínez en El Mundo, segura de que ha dado en el clavo al definirla:
"Descabellada, febril, irresistible y... un desastre. Todo junto. Pero, ¿es buena o es mala? Respuesta: no existe, no es una película, es otra cosa. Y eso, aunque sólo sea porque nos hace dudar, es bueno. Mucho incluso."
Yo, por mi parte, os invito a probar.