¡Qué maravilla, eso de ir al cine a lo loco, sin apenas tener idea de lo que vas a ver! ¡Qué de posibilidades! A lo mejor descubres a tu nuevo actor favorito. A lo mejor es la peli del siglo. A lo mejor es El congreso (The Congress, Ari Folman, 2013) y te mueres del tedio siete veces. El cine es así.
A ver cómo os cuento de qué va, porque hasta eso es complicado. ¿Habéis visto La princesa prometida (The Princess Bride, Rob Reiner, 1987)? ¿No? Bueno, pues Forrest Gump (ID, Robert Zemeckis, 1994). Ésa sí, ¿no? Robin Wright era la susodicha princesa en la primera y Jenny, la churri un poco tarada de Forrest, en la segunda. Pues bien, Robin es la protagonista de El congreso, tanto a nivel de actriz como de personaje. Que hace de ella misma, vamos. Y a mí las pelis en las que los actores hacen de sí mismos me confunden enormemente. ¿Qué es biográfico? ¿Qué está dramatizado para mejorar la trama? ¿Qué se han inventado con el único fin de que después de salir del cine yo me pase dos días investigando a actores que me dan igual en internet para ver qué es verdad y qué no?
El caso es que Robin se encuentra con el percal de tener dos hijos -uno de ellos (Aaron, interpretado por Kodi Smit-McPhee) con una grave enfermedad degenerativa que explican fatalmente mal y que no he llegado a entender- y con llevar más años que la Tana sin participar en una producción decente, con lo que, tras una bronca larguísima de su extremadamente entrañable agente Al (Harvey Keitel), se ve obligada a plantearse el dejarse digitalizar por unos estudios de cine que obtendrán con dicha digitalización los derechos de autor sobre su imagen y su potencial interpretativo. Suena raro, ya lo sé; básicamente consiste en los estudios escaneando actores mientras éstos interpretan (se ríen, lloran, se enfadan, cosas así), para poder después hacer películas con dichos actores como protagonistas, pero sin que éstos estén realmente. Lo que han hecho los de Lionsgate con Philip Seymour Hoffman en la tercera de Los juegos del hambre, vamos. A mí lo de recrear por ordenador a un tío que está muerto me parece, en el mejor de los casos, una falta de respeto, pero tampoco soy un director con una cinta a punto de terminar y chorrocientosmil fans esperando, así que igual es que no me he puesto en situación.
La idea es muy interesante, y estaría relativamente bien si no fuera porque a la mitad del largometraje el foco cambia por completo y pasa a centrarse en una droga que hace que los consumidores entren en un mundo animado que les permite elegir cómo quieren ser. Esto se expone como una manipulación vil hacia el ciudadano medio, y de nuevo es un tema interesante que tampoco resulta convincente porque está horrorosamente explicado y tiene lagunas por todos lados. Por último, no vaya a ser que al espectador le dé tiempo a centrarse, al cabo de un rato la orientación de la película cambia de nuevo y pasamos a ver como único elemento importante la relación de Robin con su hijo. Un jaleo.
El congreso es muy original (y rara. Pero rara rara rara) y tiene conceptos muy interesantes; hace pensar sobre qué es en realidad un actor y sobre cómo la industria del cine a veces nos manipula como le apetece. A mí la parte de animación no me ha gustado en absoluto, pero sí reconozco que las cintas que cambian radicalmente de estética en algún punto del metraje al menos muestran algo diferente. Las interpretaciones no están mal, la música es bonita, hay cameos llamativos, esas cosas; pero no merece la pena. Han sido las dos horas más largas que he pasado en mucho tiempo.
En resumen, El congreso es original y da que pensar, pero es dispersa y extraordinariamente aburrida. No la recomiendo, a menos que queráis impresionar al hipster del grupo o algo así.
A ver si con la próxima tengo más suerte.