

El Consejero nos cuenta la historia de un abogado que viendo oportunidad de hacer una fortuna, no dudará en aliarse con un mafioso en un asunto de tráfico de drogas. Abatido por el dilema moral y ético, moviéndose entre esa necesidad codiciosa de realizar una mala acción y la necesidad de proteger a su novia, se encontrará encerrado entre sus dilemas. El problema llegará cuando todo se tuerza, y se vea en el medio de una encrucijada de la que no sabrá como escapar.

Como apuntábamos, hay en El Consejero, la necesidad de una carga filosófica en cada uno de sus diálogos. No cabe duda que todas las palabras que McCarthy pone en la boca de sus personajes pueden resultar muy interesantes, aunque eso sí, siempre que estén sacadas de contexto. Incluso podríamos decir que una película que no duda en citar a Machado debería ganar nuestro beneplácito rápidamente. Pero la sensación que deja toda esta continua diarrea verbal es la de que los personajes no paran de hablar y filosofar continuamente sin contar nada. Esto conlleva una serie de graves problemas, entre tanto dialogo denso, el espectador realmente nunca llega a conocer las intenciones de sus personajes, da la sensación de que en lugar de tratar de dibujarles, simplemente se limita a usar marionetas que le permitan poner sobre el papel todas sus divagaciones. Aparecen continuamente personajes nuevos, que tan sólo cuentan con un breve momento en el que soltar su oportuno discurso, e incluso personajes principales, como el interpretado por Brad Pitt, no tienen demasiado sentido en la trama, más allá de un fantástico momento final, en el que nos muestran un acto que llevamos esperando vislumbrar desde el principio de la película.Y es que simplemente a través de las narraciones llegamos a encontrar con puntuales momentos capaces salvar de la película. Llama especialmente la atención, y no sé muy bien si por ser vergonzoso o por tratarse de una genialidad, la cariñosa escena que Camerón Díaz comparte junto a la luna de un coche. ¿Pero qué utilidad tiene todo esto para que la película avance? Absolutamente ninguna. Cuando llevamos más de la mitad de la película, tenemos la sensación de que aún no ha pasado nada, hasta que de repente, en un solo momento, todo circula y pasa rápidamente, hasta colocarnos en una larga recta final, donde se hace más hincapié en recalcar que los personajes están condenados a cae en su propio infierno, que en hacerles caer. Lo peor de todo es que Ridley Scott tampoco sabe muy bien qué hacer con este material, rueda con desgana y sin pasión, escenas, como la de la persecución del final, carecen de la tensión necesaria. A veces, la película deja la sensación de que la locura videoclipera de su hermano Tony Scott hubiera sido lo único capaz de salvar a la película de entre tanto diálogo tonto y rimbombante, pero la búsqueda de profundidad de Ridley, no hace más que subrayar todas las deficiencias de su guión.
