Revista Viajes

Tierra a la vista

Por Toni

Tierra a la vista

Foto en el Museo de la Guerrilla de Perquín (Morazán)


El Salvador es un paíschiquitito y pobre que debe prácticamente toda su fama internacional a laviolencia. Guerras, guerrillas, batallones de la muerte, masacres de civiles eimpunes asesinatos, incluso de relevantes personalidades como obispos yjesuitas vascos, salpican la historia reciente del país y, últimamente, elfenómeno conocido como maras o pandillas causan una media de doce homicidioscada día. Poco se oye en cambio de la increíble belleza de sus paisajes, su verdaderamente eterna primavera, sus imponentes volcanes, sus kilómetros de playas ymanglares, sus aguas brotando de las piedras, la excepcional densidad depoblación con la que esta tierra ha sido bendecida, la creatividad de sushabitantes, su rara sensibilidad para el arte, su original manera de acomodarversiones culturales de multitud de procedencias, sus bellos pueblos, susmágicas casas de adobe y teja, sus antiguas iglesias con solucionesarquitectónicas y plásticas a prueba de terremotos y clasificaciones de estilo,la proliferación de santos populares e imágenes de culto únicas en el mundo… Sin embargo estaparcialidad no solo es fruto del desdén con que este tipo de países es tratado porparte de los medios de ese otro tipo de países que llevan la voz cantante.Tampoco es fruto exclusivo de la ignorancia del recién llegado y su necesidadde agarrarse a cualquier tópico que simplifique su primera aproximación a unarealidad nueva. No; se trata de una imagen sesgada promovida ante todo porbuena parte de los propios salvadoreños: las clases medias y urbanas queproducen y consumen los medios de comunicación de masa como la tele, la radio,los periódicos y ahora el inter. No se trata de la totalidad de la sociedadsalvadoreña pero si de su porción más ruidosa y embaucadora, aquella a la que lastimosamenteprestan ávidos oídos las agencias exteriores de noticias y los organismos diplomáticose transnacionales que tanto peso tienen en la configuración de opinión yautorepresentación.Desde luego los mediosde comunicación aquí no hablan de otra cosa y los consumidores de talesproductos mediáticos consideran esta su mayor preocupación y la razón por laque prefieren no pisar la calle, relacionarse con otras personas o prescindirde armas, vigilantes, murallas y otras formas de intimidación y defensapersonal. Se trata de un problema vasto y serio en tanto que lo impregna casitodo o, al menos, todo lo relacionado con lo público. El tema de la inseguridadciudadana es tan importante y consume tantos recursos del estado (en realidad de su pobre imaginación) que parececomprensible que un país chiquitito y pobre como El Salvador apenas se ocupe deotras cuestiones relacionadas con el bienestar de la ciudadanía, ladistribución de la riqueza o la justicia social. El caso es que en El Salvadorde hoy reina una desigualdad salvaje que permite y fomenta la explotacióndiaria de miles de personas por parte de unos pocos.En esta tosca introducciónya han salido a relucir sin embargo dos características de la sociedadsalvadoreña que han gozado de una continuidad extraordinaria a lo largo deltiempo; una continuidad muy superior a la propia existencia de El Salvador entanto país. Los primeros retratos de las sociedades mesoamericanas y caribeñasproducidos hace quinientos años por los castellanos destacaron el carácterviolento de los indígenas: la falta de misericordia con el enemigo, la crueldaden la ejecución de reos, la práctica ritual y constante de sacrificios humanose incluso su inhumana inclinación hacia el canibalismo. Casicontemporáneamente, otro tipo de castellanos, con intereses diversos, ponen demanifiesto los desmanes del dominio castellano, el maltrato generalizado a losnativos, la masiva esclavización de la población y la consecuente debilitacióndel cuerpo biológico y civil que quedaba así trágicamente expuesto a lasenfermedades, las epidemias y la más absoluta desesperación. Ambos discursos sehan ido desarrollando y fortaleciendo con similares argumentos desde entonceshasta nuestros días y han acabado por imponer una retórica de confrontacióncomo principal y más duradera característica de la historia moderna de CentroAmérica.Hace unos días fuiinvitado a dar una charla en el seminario de doctorado de la Universidad CentroAmericana José Simeón Cañas UCA dirigido por Roberto Valdés en la que aprovechépara abordar este tema de la confrontación desde la perspectiva de misinvestigaciones sobre los orígenes de la modernidad. Lo cierto es que mientrashacía uso de mi tiempo de plática tuve la sensación de estar excediéndome, detratar asuntos muy complejos de manera demasiado simplificada y de hacer uso deun lenguaje algo agresivo. El caso es que decidí seguir adelante y poner porescrito mis pensamientos – a los no se me ocurrió darle otro título queHistoria Grosera de la Modernidad – y enviárselo a los amigos de Webislam (aquí está). Aun después seguí con la sensación de que el ensayo oscilaba entreterrenos y registros no muy bien definidos y que los párrafos realmenteimportantes no estaban bien acompañados ni debidamente respaldados por el restodel texto. El escrito parecía ser más indicativo que explicativo, pero yoseguía sin tener manera de averiguar en qué dirección apuntaba. Poco después de lacharla vino hasta San Salvador una modesta y discreta feria del libro a la queentregué un buen número de horas. Caminar entre estantes, hojear libros,mantener tantas conversaciones con tantas personas diferentes en un mismoespacio me produjo una sensación tremendamente placentera. No son muchos loslugares en esta asediada ciudad donde uno pueda pasear y conversar tanalegremente, y que todo eso ocurriera en torno a ese objeto fetiche que es ellibro me produjo una inusual sensación de reafirmación; tanto que se me vino ala cabeza la osada idea de escribir sobre ello y enviárselo a los amigos de laAcademia Salvadoreña de la Historia (que también lo publicaron, aquí está). Laverdad es que no sé de donde me pudo venir tan enfática apología de la lectura a noser que fuera de un ansia reprimida por despotricar contra esas monstruosasmoles que aquí llaman malls y que,con sus custodios en cada puerta y sus hipnóticos zumbidos, capitalizan lo quequeda de vida pública en la ciudad abduciendo mentes potencialmente brillantespara convertirlas en seres aislados y exclusivamente concentrados en desempeñarsu triste papel de consumidor lo mejor posible.Pero además de labanal posibilidad de dejar constancia de mi opinión pseudo-periodística, la feria dellibro me dejó con unos cuantos libros entre las manos. Uno de ellos, el másbonito, deseado y caro es “La Modernidad Liquida” de Zygmunt Bauman (México, Fondo de Cultura Económica, 2003) autor alque conocía por referencias indirectas sobre teoría política, ensayos dispersos sobre el Holocausto y los trozos que Google deja ver de alguno de sus  muchos libros.No sé muy bien si este post es para recomendar la lectura de tan formidableobra o para proclamar a los cuatro vientos la secuencia y los pormenores de tanmágico encuentro. El libro aborda el tema de la modernidad desde una perspectivacon la que estoy plenamente de acuerdo pero más importante aún, lo hace echandomano de unos conceptos que son tremendamente similares a los que tantrabajosamente he venido desarrollando a lo largo de estos últimos años. Nodigo que Bauman y yo digamos lo mismo (más quisiera uno) sino que desde mipequeño conflicto con las palabras he dado con soluciones que me dan accesodirecto e intenso a las ideas de Bauman. La circunstancia merece agradecimientono solo por liberarme de esa creciente sospecha de estar diciendo babosadasnomás sino por devolverme el alivio de la compañía.

Tierra a la vista

Medicina contra los males modernos en el Mercado Central de San Salvador

En esta obra Baumaninsiste en la enorme distancia que en nuestros días separa al individuo de iuredel individuo de facto. Según el autor «nos sentimos libres cuando nuestraimaginación no excede nuestros verdaderos deseos y ni una ni los otrossobrepasan nuestra capacidad de actuar (22)». Ahora bien: «En cualquiera de susinterpretaciones, el impulso modernizador conlleva una crítica compulsiva a larealidad. La privatización de este impulso implica una autocritica compulsivanacida de una perpetua falta de autoestima: ser un individuo de iure significano tener a quien echarle la culpa de la propia desdicha, tener que buscar lascausas de nuestras derrotas en nuestra propia indolencia y molicie, y no buscarotro remedio que el de volver a intentarlo con más y más fuerza cada vez (43)».O sea convertirnos en «alguien que anda hurgando en la niebla del propio yo yse vuelve incapaz de advertir que ese aislamiento, ese solitario confinamientodel ego es una condena masiva (ibid)»Esa niebla tiene ciertamentesu encanto: «Vivir en un mundo lleno de oportunidades – cada una más seductoraque la anterior, que compensa por la anterior y da pie a pasar a la siguiente –es una experiencia estimulante. En un mundo así no hay casi nada predeterminadoy menos aun irrevocable. Pocas derrotas son definitivas, pocos contratiemposson irreversibles y pocas victorias son esenciales. Para que las posibilidadsigan siendo infinitas, no hay que permitir que ninguna de ellas se petrifiquecobrando realidad eternamente (68)». Es por eso que «(el capitalismo liviano) dioexistencia y permitió que coexistieran una cantidad tan numerosa de autoridadesque ninguna de ellas puede conservar su potestad durante mucho tiempo y menosaun calificarse de exclusiva… Cuando las autoridades son muchas, tienden acancelarse entre sí, y la única autoridad efectiva es la de quien debe elegirentre ellas. Una autoridad se convierte en autoridad por cortesía de quien laelige. Las autoridades ya no mandan, sino que intentan congraciarse con loselectores por medio de la tentación y la seducción (70)». «La opción es entreuna verdad condenada a ser impotente o un poder condenado a no ser fiel a laverdad (53)»Este librito está escrito en Inglaterra, a las alturas del 2000 por un sociólogo judío de origenpolaco; pero si esta información no apareciera en la solapa del libro, el texto de por sí no nos permite fijar con exactitud el lugar, el momento y la experiencia vitaldesde la que están lanzadas estas observaciones. No sé si es la cualidad proféticade una obra o el don de la ubicuidad lo que confiere el grado de clásicoa un libro; éste, sin duda alguna, lo sería. Bauman aprovecha sus poco más de doscientaspáginas para abordar temas candentes y graves y, más importante aún, de maneraconcatenada. La inmigración y la globalización, el consumismo y la tiranía delmercado, la obsesión por la seguridad personal y la salud, la falta de liderazgoy el comunitarismo (de los que las pandillas salvadoreñas no serían sino una expresiónmás), la banalidad de los medios de comunicación y la colonización de la vidapública por temas que antes eran considerados privados e inadecuados paraexponer en público (como parte del abrumador proceso de privatización de lo público),la frustración y el cinismo en las transacciones emocionales cotidianas: tratartodo esto como manifestaciones de un mismo proceso civilizacional es una tarea queni el propio Jiddu Krishnamurti fue capaz de solventar de manera tan convincente.«En una notable inversiónde la tradición de más de un milenio, los encumbrados y poderosos de hoy sonquienes rechazan y evitan lo durable y celebran lo efímero, mientras quequienes ocupan el lugar más bajo – contra todo lo esperable – luchan desesperadamentepara que sus frágiles, vulnerables y efímeras posesiones duren más y les rindanservicios duraderos (19)».«Las institucionessociales están deseosas de traspasar a la iniciativa individual el incordio querepresentan las definiciones y las identidades a la vez que resulta difícilencontrar principios universales contra los cuales rebelarse (28)». «La única novedad esque lo que importa ahora es el control de cada individuo sobre su propiopresente. Y para muchos, quizá la mayoría, el control individual que ejercen sobresu presente es por lo menos endeble, cuando no nulo… Los puertos seguros paraamarrar nuestra confianza son pocos y están alejados unos de otros… Fiel a sucostumbre, la ciencia captó rápidamente el mensaje de la nueva experiencia históricay reflejo el espíritu emergente con una proliferación de teorías científicassobre el caos y al catástrofe…. Fieles a su costumbre también, los científicos devuelvenel mensaje científicamente procesado al ámbito en el que se originó, o sea, almundo de los negocios y las acciones humanas (145)». «Hay una conexión masentre el consumismo de un mundo precario y la desintegración de los vínculos humanos.A diferencia de la producción, el consumo es una actividad solitaria (175)». «El aspecto más notabledel acto de desaparición de las antiguas seguridades es la nueva fragilidad delos vínculos humanos. El carácter quebradizo y transitorio de los vínculospuede ser el precio inevitable que debemos pagar por el derecho individual deperseguir objetivos individuales, pero al mismo tiempo es un formidable obstáculopara perseguir esos objetivos efectivamente (181)».No creo que con esta descuidadaselección de fragmentos consiga trasladar en lo más mínimo la complejaprofundidad de las ideas de Bauman por lo que mejor será dejarlo. Ideas lassuyas en todo caso tentativas e, insisto, lanzadas desde la plataforma de lasociología (aunque esta distinción entre cátedras no hace la más mínimajusticia a la envergadura poética de la obra de Bauman). En concreto a mí meinteresa particularmente por dos razones. Una ya la he dicho: hace ya años queintuyo un aspecto en los orígenes de la modernidad (la sacralización de laruptura) que entre sus muchos otros aspectos destaca por ser capaz de darcontinuidad a las varias manifestaciones de la modernidad desde el siglo XIVhasta nuestros días de Modernidad Liquida o como hasta hace poco gustaba deautoproclamarse, posmodernidad. La otra razón me entusiasma aún más y es que llevandotantos años con esa carga a cuestas, el encuentro con la obra de Bauman me parece elpunto ideal para dejarla a un lado del camino y descartar viejas obsesiones queson aprehensibles solo en parte. Bauman no las ha atrapado del todo pero a míme vale. Además, lo que depara el nuevo camino es sin duda mucho más saludable; ahora lo que toca averiguar es dónde no está la modernidad.

Tierra a la vista

Hermano Macario Canizalez de Izalco


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