Revista Deportes
Sevilla. Plaza de toros de la Maestranza. Feria de Abril. Quinta. Tres cuartos de plaza, largos. Toros de Garcigrande para Enrique Ponce, el Juli y Cayetano.
Qué ganas tenía la afisión maestrante de ver salir por chiqueros el toro sevillano, ese que va pa'lante, hace el avión, que hace surcos con el hocico buscando la bamba del capote, se va a los vuelos de la pañosa, que se abre pa'fuera y se viene de largo, que no pega miraítas y cabe en la muleta, aquel que trota con buen son, tiene hechuras para embestir -normalmente las de Pulgarcito-, y que no está atacaíto de kilos. El torito sosainas. Pues de esos no ha salido ninguno de Garcigrande. Medios-toros sevillanos, unos cuantos. El primero del Juli, manso, pero de la mansedumbre tonta, la que no saca genio ni chispita, al que le dieron una ovación en el arrastre por irse a morir a toriles. Supongo que sería por la buena memoria del toro, que se acordó por dónde había salido. El quinto también fue ovacionado, y este no se sabe bien porqué, quizás porque se fue sin oreja, que es lo importante. El sexto, lidiado por Cayetano, otro que se fue aplaudido cuando iba de paquete con las mulillas, como recompensa por ser pasaportado por uno de los fundadores de la peña de toreros que este invierno visitaron los ministerios. Los demás ni fú, ni fá, se dejaron estar, afortunadamente no mataron ningún caballo en varas y todos, absolutamente todos, nos sacaron la lengua antes de llegar al tercio de muleta. Y eso no es bonito en Sevilla, la cuna de los silencios y los detalles. ¿En que cambia entonces el descaste y sopor de días atrás con lo de ayer? En que para lo que unos ganaderos es un petardo que lleva a buscar notas, condenar al matadero alguna vaca de vientre y expedientar a un par de sementales, para otros, es un éxito, la culminación cum laude del trabajo de cuatro años escasos que los lleva a extraerle unas pajuelas de semen al que se va sin orejas y que ya está con la moscarda en el desolladero. Por eso nos gustan unas, en las malas, y no nos pueden gustar otras, ni en las buenas.
Nadie puede dudar de la cabeza y la mente despejada que tiene el Juli para entender y lidiar los toros de uno -el mayoritario- de los numerosos encastes que hay. A ambición tampoco le gana nadie, tiene hambre, muchas ganas de triunfar, aunque su manera de entender el éxito comparta código deontológico con el de los últimos indios mohicanos. Estos medían su valía cortando caballeras, el Juli corta pelúas. No importa como se haga, si es con flecha y arco, mediante una emboscada o metiéndole fuego al poblado. Y ahí, en esto precisamente, en las maneras, es dónde el Juli ha vuelto a no estar a la altura de su privilegiada cabeza. Dos toros que eran la nada, uno en manso, el otro en tonto. A los dos los caló pronto. Al manso enseguida le administró los terrenos, le dió la distancia y lo enjaretó en la muleta. Magnífico en la teoría, un placer ver un torero sin telarañas en la vista. En la práctica, lo de siempre, lo reiterativo y monótono, dosis radioactivas de toreo circular, merced al paso que siempre pierde a partir del segundo muletazo, lo que le hace poder dar quinientos pases en una moneda, que por templados y bajos que sean nunca se puede decir que eso sea dominar una embestida, llevar al toro por donde el no quiere, o torear que se ha llamado siempre. En su favor también destacar el ojo que tiene para los públicos y las ratonerías. En Madrid, hace suyo el martinete de Dámaso, que tiene buena -y extraña- acogida por parte del abonado venteño. En Sevilla se ha coscado pronto del antojo de la parroquia y no hay faena donde no se cambie de mano la muleta en dos o tres ocasiones. Curiosamente, o no, su primero le arrebató la muleta en uno de estos preciosistas muletazos y la banda del maestro Tejera siguió dándole caña al Churumbelerías. Salvador Cortés antiayer, con un victorino, vió como le pararon la música por un enganchón cuando la faena cogía vuelo. A este lo mató de un estoconazo trasero y caído marca de la casa. Doble premio. Con el quinto, se inventó la faena, mucho menos efectista, pues el morucho no humillaba, ni se desplazaba, y ahí que tuvo que atacar Julián, con proceder similar al de antes. Un pinchazo y una estocada caída le valieron la otra oreja. Puerta del Principe. Para acabar con las curiosidades en el tiempo, decir que Salvador Cortés también pinchó y mató a la segunda y no se le concedió la oreja, tras petición del respetable.
Enrique Ponce ha sido pitado en Sevilla, con lo que eso tiene que doler. Aún así el hombre no pierde el ánimo. Pero ya no está para estos trotes, cualquier toro en sus manos, sobre todo a la hora de matar, se parece a aquel Lironcito. No tiene valor para pasarselos cerca, tampoco para enredarse con ellos, cosa que puedo entender después de veintiún años de alternativa, con lo cual sería de agradecer que tampoco se pusiera en los carteles. Total, para qué. También agradeceriamos profundamente que su subalterno José María Tejero dejara el terno azul viagra con hilo azul pitufo que vestía, para los carnavales de Cádiz, que también quieren ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad ésa.
Cayetano lleva cinco años de alternativa y ha parecido un becerrista cualquiera. En colocación, en oficio, en dominio tiene lagunas tan grandes como el océano Atlántico. Su carrera se pone cuesta arriba, todas las ayudas de Curro Vázquez son insuficientes, ahora hay que ver de qué pasta está hecho. Se le acabó el favor del público, y lo que es peor, al propio torero se le ha acabado ese combustible que le hacía tirar para adelante, con sus formas y sus planes, esa confianza que tenía para ponerse delante del toro independientemente de que estuviera bien o mal. Se nota que le cuesta y no lo sabe disimular. Pero más nos cuesta a nosotros pagar cincuenta euros por verle.