Por Arquitasa (@ArquitasaSA)
Durante varias décadas se nos hizo creer que nuestro nivel
de bienestar aumentaría si nos trasladáramos a vivir a una vivienda con jardín,
dentro de una bien dotada urbanización, en contacto con la naturaleza, bien
comunicada por autopista con el centro de la ciudad. E, ingenuos, nos lo creímos.
Ha estado muy instalada, en la
mentalidad de las clases medias de los países de nuestro entorno, la idea de
mejora de nuestras condiciones de vida mudándonos a una casa en contacto con el
terreno, con nuestra propia piscina, rodeados de buenos vecinos, de una
situación socioeconómica similar o superior a la nuestra, que garantizaba que
nuestros hijos crecerían sin malas compañías y con posibilidades de buenas
relaciones futuras. Todo ello en urbanizaciones con buenos servicios, seguras
y, sobre todo, bien comunicadas por medio de rápidas autovías para nuestros
potentes automóviles.
Este nuevo modelo, que luego fue conocido como «ciudad dispersa», venía avalado por muchas bienintencionadas propuestas del Movimiento
Moderno, por utopías higienistas, o por atractivas propuestas como la Ciudad
Lineal de Arturo Soria. Pero todos esos modelos fueron adoptados,
convenientemente transformados y podríamos decir que prostituidos, con fines
meramente especulativos. Crecieron como hongos repetitivas y monotemáticas
urbanizaciones, desparramadas por todo el territorio, como manchas de aceite.
Muchos años después, tal vez ya demasiado tarde, nos dimos
cuenta de que este modelo disperso de ciudad no solo no aumentaba la felicidad,
sino que generaba inmensos problemas individuales y colectivos. Pero, sobre
todo, este nuevo modelo que había sido caro de construir, que había dilapidado
cantidades ingentes de territorio, que había sido depredador de todo tipo de
recursos, que tampoco había conseguido aportar bienestar, era, sobre todo, por
encima de todo, un modelo de ciudad caro, muy caro de
mantener.
Diferentes estudios realizados en diversos países estiman
que el coste de construcción de la ciudad dispersa duplica el coste
de la ciudad compacta, pero el coste de mantenimiento de los servicios llega a
triplicarse. No es posible mantener a costes razonables ni los servicios
sanitarios, ni los educativos, ni los de dependencia, pero tampoco los de
seguridad, policía, bomberos, etc… lo que lleva a considerar el modelo como totalmente
insostenible.
Las viviendas situadas en la «ciudad dispersa» dependen del
vehículo privado, precisando casi un automóvil por habitante mayor de edad,
generando unos grandísimos costes para cualquier tipo de desplazamiento.
Estas viviendas, o mejor estas urbanizaciones, generan mucha «movilidad no
deseada». Para una empresa privada de transporte no es rentable dar servicio a
las referidas urbanizaciones, por su baja densidad y para las
Administraciones Públicas es ruinoso atender las necesidades de desplazamiento
de sus moradores, además de probablemente injusto dar prioridad a estos
servicios antes que otros más necesarios en zonas más deprimidas.
Lo mismo que sucede con el transporte ocurre con el resto de
servicios e infraestructuras urbanos. El agua, el alcantarillado, la
electricidad, las redes para las nuevas tecnologías, etc…. no son solo muy
caras de implantar, son muy caras de mantener en la «ciudad dispersa». Por
supuesto, los servicios de salud, educación, dependencia no pueden ser ubicados
en estas urbanizaciones por su baja densidad.
Tampoco existen condiciones adecuadas para la implantación
del pequeño comercio de cercanía. Es decir, todos los servicios que
ofrece la ciudad compacta no pueden ser implantados en la ciudad
dispersa y si alguien osa a implantar alguno de estos servicios o negocios
tiene su ruina asegurada en un breve espacio de tiempo. Por lo tanto, los
habitantes de estas pequeñas ciudades monotemáticas, dispersas por el
territorio, deben buscar la mayoría de los bienes y servicios que precisan para
la vida cotidiana desplazándose en sus vehículos privados, con el costo añadido que ello implica.
Hoy no nos vamos a detener y profundizar en análisis
urbanísticos, pretendiendo simplemente constatar que todas las cuestiones
relatadas, además de dificultar la vida cotidiana, la encarecen de modo
significativo. Todo ello afecta negativamente al valor de las viviendas de
la «ciudad dispersa». Está claro que al habitar en una determinada vivienda,
con unas determinadas características que encarecen el desarrollo de la vida
cotidiana de sus habitantes, el valor de la referida vivienda disminuye en
términos relativos. Por atractivo que sea el entorno, por grande que sea su
superficie, por elevada que sea la calidad de sus materiales, el valor de
la vivienda es inferior a otra de similares características ubicada en la
ciudad compacta.
La ciudad dispersa genera muchos y muy distintos
tipos de problemas, pero además es cara de construir y carísima de
mantener. Es cara de mantener para la sociedad en su conjunto, ya que los ayuntamientos deben aportar y mantener unos determinados servicios con elevado
coste por habitante. Es cara de mantener para sus usuarios, que deben destinar
porcentajes elevados de sus recursos para desplazarse a adquirir bienes o
disfrutar servicios que en la ciudad compacta son mucho más baratos e
incluso alguno de ellos, gratuito.
En Arquitasa,
tenemos en cuenta, cuando realizamos tasaciones, todas estas cuestiones
urbanísticas y territoriales. No podemos obviar que la ubicación de una
vivienda en la ciudad compacta o en la ciudad dispersa afecta a su valoración. Una
vivienda en la ciudad compacta tiene un valor superior a otra, de las mismas
características, situada en la ciudad dispersa.
Arquitasa es una sociedad de tasación, homologada por el Banco de España, con treinta años de existencia e implantación en todo el territorio español y en varios países latinoamericanos. Edita, además, varias publicaciones periódicas, organiza Foros, Congresos y tiene una considerable presencia e influencia en el mundo digital.
Créditos de las imágenes:
Imagen 01: Ejemplo de ciudad discreta (fuente: Urbanful)
Imagen 02: Comparación de los servicios públicos para las zonas suburbanas y urbanas en Halifax, Nueva Escocia (fuente: Sustainable Prosperity)
Imagen 03: Congestión de tráfico en carretera (fuente: autopista.es)
Imagen 04: Ejemplo de urban sprawl en Arizona (fuente: Christoph Gielen)
Revista Arquitectura
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