Revista Cine
El crepúsculo de los dioses (Sunset boulevard, Billy Wilder, 1950)
Publicado el 24 febrero 2014 por Juanjo85Olvido y muerte
Una de las (muchas) cumbres de su realizador, el austro-americano Billy Wilder, un melodrama con algo de film noir y ya a gusto del consumidor, incluso de auto-parodia, que reflexiona trágicamente sobre la propia industria del cine, dando una imagen amarga, oscura y nada glamourosa de la misma, de modo que podemos encuadrarla dentro del género del llamado meta-cine, entre las cuales ya hemos comentado la estupenda Cautivos del mal(The bad and the beautiful, Vincente Minnelli, 1952, ver http://movieallure.blogspot.com.es/search?q=Cautivos+del+mal), aunque ésta última entraría dentro del llamado cine dentro del cine. Su originalísima puesta en escena (un guionista sin escrúpulo alguno- un genial William Holden- yace muerto en la piscina de una antigua estrella del cine mudo que desea, de forma ilusa, regresar al estrellato, y desde ahí el ahogado rememora, en voz en off, los acontecimientos que le han llevado a estar, pues eso, muerto en esa piscina), más el tono que confiere Bilder a la película, monumental y trágico a partes iguales, y con continuas y crueles reflexiones la convirtieron en un imperecedero clásico americano.
Supone una brillante radiografía sobre lo efímero del éxito por parte de Wilder, tema que el cineasta volvería a abordar, casi treinta años más tarde, en su menor (ya estaba en el ocaso de su carrera y cerca de su muerte) Fedora (1978), un trabajo menor aunque igualmente notable dado el talento de su firmante.Wilder, más conocido por el gran aficionado por su faceta cómica (pese a que ha tratado, con sobrada solidez, multitud de géneros, como el noir , el bélico o el drama judicial), faceta eso sí, cómica pero desangelada y/o desoladora, como resultan Con faldas y a lo loco (Some like it hot, 1959), El apartamento (The apartment, 1960) o Irma la dulce (Irma la douce, 1963), tres de sus realizaciones históricamente más populares, nos deja aquí una crónica negra donde cabe el humor justo.
Billy Wilder pasa por ser un virtuoso de la narración cinematográfica clásica (pese a que la teoría clásica y convencional de los géneros no es muy aplicable a él, ya que en su cine se suelen mezclar varios), demostrándolo aquí de una forma, una vez más, espectacularmente absorbente, pero aquí se toma algunas licencias, como por ejemplo empezar la película por el final (una de las escenas más recordadas, la del muerto en la piscina y el anterior travellinga ras de suelo- la mítica Sunset boulevard, o el paraíso de los sueños- para mostrar los créditos) y que ese mismo muerto narre, en un largo flashback hacia atrás, su propia devenir hasta llegar a donde está en esa situación, además del continuo contraste entre lo que es realidad (el propio Wilder empezó su carrera en el cine como guionista de cine mudo, como el muerto de dicha escena y protagonista del film) y lo que no es.
La mayor crítica de la película es al propio mundo del celuloide, donde el éxito es de un efímero que asusta: tan pronto crea estrellas como las olvida, centrándose (quizás porque se trata de una película del llamado período clásico) en las antiguas estrellas del cine mudo, dejadas de lado una vez se descubrió el sonido para las motion pictures (imágenes en movimiento, o sea, películas) allá por finales de los años 20 con El cantor de jazz (The jazz singer, Alan Crosland, 1927) y a las que muy pocas supieron o pudieron reciclarse y/o adaptarse. La muerte también tiene un elemento importante en el filme, tanto físicamente (el guionista) como metafóricamente (el estupendo primer diálogo entre Norma y el guionista, donde hablan de la muerte del cine), y también la muerte creativa del guionista, aceptando una vida fácil al lado de Norma y despechando al otro personaje femenino, Betty (Nancy Olson), la bella mujer que se enamora de él.
La propia mansión, de lúgubre y abandonado aspecto representa ese olvido y decadencia que sufrieron las primeras stars del cine, y toda la carga irónica y sarcástica del filme tiene que ver con el carácter europeo de su realizador, alejado del ingenuo americanismo.
El estereotipado personaje de la diva, egocéntrica y narcisista a partes iguales está excelentemente desarrollado por la gesticular Gloria Swanson, curiosamente una antigua estrella de las silent movies.Si la escena inicial (ácida a más no poder) destaca por su indudable grandeza, no es menos la que cierra el filme (de una crueldad escalofriante), con Norma (Gloria Swanson) descendiendo las escaleras de su casa para ser detenida por la policía, rodeada de focos y cámaras, como si siguiera siendo la estrella que un día fue (y en su cabeza nunca dejó de ser), mientras todo esto es contemplado atónita y emotivamente por su criado Max, interpretado por el director, real, Erich Von Stroheim, actor mudo y firmante de, entre otras , la referencia del cine mudo Avaricia (Greed, 1922). Resulta paradójicamente excelente la inclusión de este personaje. Stroheim fue un actor y director que tuvo multitud de problemas en su carrera real, de modo que aquí Wilder lo subleva, simbólicamente, a los caprichos de una estrella venida a menos.
Pero hay más puntos en común con la realidad, destacando la escena de la visita a otra eminencia del cine como Cecil B. DeMille, otro realizador real, influyente tanto en el cine mudo como en el sonoro (no olvidemos que la escena del filme es la visita al rodaje (antológica escena también), REAL una vez más, de la REAL Sansón y Dalila (Samson and Delilah, 1949), una de las obras más populares de DeMille, o también la escena de la reunión del personaje de Norma con las llamadas “figuras de cera”, antiguas estrellas del cine mudo como Buster Keaton (visiblemente envejecido) o H.B. Warner, que interpretó a Jesucristo en el Rey de reyes (The king of kings, 1927), del propio DeMille en su etapa muda, que Nicholas Ray se encargó de rehacer en 1961 en la etapa de mayor esplendor del cine bíblico y bigger than life
Por si fuera poco, la película presenta no pocas convenciones de un género bien alejado del que realmente trata, como es el de terror: el personaje de Joe, guionista fracasado, huye de sus acreedores en coche hasta sufrir un pinchazo, lo que le lleva a refugiarse en el garaje de una casa de aspecto decrépito, siendo observado por alguien desde uno de los ventanales y accediendo a su interior con el personaje observador (Norma, la antigua estrella de cine) confundiéndolo con un enterrador, por no hablar del plano que cierra el film, con el personaje de Norma mirando a la cámara, totalmente perdida en los recovecos de su locura, provocando un terrible estremecimiento en el espectador y en el propio personaje. Por lo demás, el resto de elementos creativos del filme (música, fotografía) están a la altura del resto del conjunto, es decir, resultan apabullantes.
Destacar que antes de su estreno comercial, se hizo un pase privado para la gente de Hollywood en el que Louis B. Mayer, amo de la MGM y mandamás de la industria por aquél entonces la tuvo con Wilder, llamándole de todo y acusándole de desprestigiar la industria del cine y de morder la mano que le dio de comer durante tantos años. Obtuvo once nominaciones a los Academy Awards de aquél año, embolsándose tres: mejor guión, mejor dirección artística y mejor banda sonora original. Sin duda mereció todos los demás, pero los premios más gordos se los llevó Eva al desnudo (All about Eve, Joseph L. Mankiewicz)
Sin duda alguna una de las piezas más poderosas, redondas y relevantes del cine estadounidense de todas las épocas. Y, como dice Norma a Joe tras dispararle al final, “las estrellas no tienen edad”. Quizás esa frase tenga validez para una obra como El crepúsculo de los dioses” absolutamente atemporal en el recuerdo. Una película sobre Hollywood sin el célebre happy end hollywoodiense.