Revista Arte

El crudo progreso, sin un sentido que le dé sentido.

Por Peterpank @castguer

El  crudo progreso, sin un sentido que le dé sentido.
La emoción no es la emocionalidad que le da un sentido humano a la razón. La emoción le devuelve la intensidad al mundo de la existencia, desenmascarando la alucinación que da entidad y vida a la razón, y la coloca en su realidad: una simple herramienta por la cual no hay que obsesionarse.

Como individuos modernos opuestos a los primitivos, en comparación hecha por Ortega en su libro Deshumanización del Arte, somos cada vez más movidos por un infinito o imaginario colectivo en un “allá”, útil al individuo en vías de adquirir la razón pura. Así, somos víctimas de lo que Hume llama la “cristalización” del yo en la medida que logre este “arquetipo ideal”. Hume fue un empirista radical, no como Bacon que finalmente pacta con el racionalismo de Descartes, usando la inducción para sistemáticamente hacer deducir una concepción racional del mundo. Una concepción sostenida en el aislamiento con el mundo que abre el paradigma de los noúmenos, entelequias, ideas o campo de información.

Para la razón pura lo que es una especie de camino al encuentro de la identidad sublime (alucinación en términos de Richard Dawkins), es para Hume la cristalización, la perdida de ductibilidad, de sensibilidad y sentido de emoción conectada con el mundo.

La emoción es calificada de “baja” o de “menor categoría” para la razón, porque simplemente es su mayor amenaza, ámbito que nunca podrá domesticar, pero si reprimir o peor sublimar disuadiendo justamente con esta “cristalización del yo” y sentido de las “bellas artes”, lo apolíneo, lo solar, un espejo (W. Benjamín), espejismo de un otro ajeno que parece uno, pero realmente ajeno a la fundamental pulsión que nos mueve sin ver: la entidad dúctil en el mundo y permeable a la vida real que placenteramente nos mata (que sostiene Prigogine), el mundo encantado y trágico mas que informativo y esperanzador de Shannon, en que los limites del lenguaje determinan los límites del mundo.

Mientras la noción o conciencia de “vida” es aislarse para conectar con este campo de información por el cual se compite y cree compartir un ordenamiento mágico (tipo demonio de Maxwell), la conciencia de la muerte más que neurotizar y desenfrenar un erotismo desesperado (Bataille mal entendido), es rendirse al placer de estar en el mundo y compartir ese misterio con otros, el hecho de simplemente estar y mirarse en una fragilidad desnuda y no escénica tipo martirización criatural.

El prisma racional que reduce la realidad hacia este “cristal”, crea un centro “otro” desde donde proviene, “o hemos sido hechos creer que proviene”, el impulso de vivir. Más que decir que la razón tiende a maximizar la utilidad, que es una deducción racional lógica del efecto que la acción individual genera en un medio, que así quiere que operemos premiando o castigando por eso, deberíamos preguntarnos: ¿“Que nos induce primero como accionar puro, sin efecto medible, a deducir después que este efecto es más útil en la medida que nos posicionamos en escenarios de maximización”?

Esto es lo que en definitiva se considera inteligencia racional desde los párvulos hasta la jubilación. La inteligencia emocional opera en las mismas lógicas, ya que es la capacidad de leer al otro (llamado empatía) para hacerlo parte “voluntariamente” de una representación por la cual cree decidir, es el paradójico auto sentido aparente de una imposición en definitiva. La emoción es un mecanismo de manipulación más complejo que la razón, ya que la razón requiere deducciones lógicas por parte del afectado, en cambio la emocionalidad basta con que gatille un ambiguo “sentimiento”. Esta imprecisión del “As if” de Vahinger, es lo que permite el “creer” ir en vías de una liberación. Alivio, paz o calma, cuando se va hacia una cristalización, interactuando en un campo sugestivo y especulativo en que finalmente lo síquico ataca lo somático, el instrumento de la razón en control como una entidad, una antena que toma vida y transmite voces telepáticas, conciencias, anhelos y mundo ajenos.

La base de la razón es la emoción (Maturana), de acuerdo, y esto no se refiere a algo básico o elemental posible de trascender como la razón cree, como tampoco una imagen inspiradora y sentida que movilice la razón. Sería más drástico Hume en decir que la razón es un instrumento de la pasión, ni siquiera una entidad a su servicio, pero como el Golem o un gran robot, la razón es un amo inanimado que ha organizado con tal obsesión el mundo, que ha hecho de las creencias (incluido la religión) y sus estereotipos serviles… una ilusión apetitosa, una dulce enseñanza a la fuerza, que calumnia y anestesia la emoción real, la traiciona y evade adhiriéndonos a su espejismo u opuesto, como un real mundo invertido o “al revés”. Lejos de ser una herramienta salvadora, la razón es un virus inductor, filtro seudo-liberador, que descafeína la vida, y la encausa al ámbito de una fe-razonable (Agustín). La razón y la emoción son aliados en el campo de la dinámica especulativa y las representaciones mentales sugestivas, lejos de intensidades vivas, del cara a cara, la piel y cercanía real.

El racionalismo formal (Acusado por Weber) nos introduce en esta dinámica especulativa en busca de los centros de poder por medio de la “información”, pero como dice Balzac: “La vida esta paradójicamente en sus límites o bordes”. Wittgenstein dijo también que un medio de comunicación eficiente no necesariamente significa comunicación y con esto no me refiero a que la solución es saber decodificar la comunicación no-verbal. ¿Para qué anhelar ir al centro en busca de maximizar la utilidad propia en un determinado paradigma colectivo? ¿Por poder? ¿Por necesidad de aceptación? ¿Por la necesidad de atenuar la propia incertidumbre? ¿Por carencia? ¿Por salvar la brecha de Lacan? ¿Por imbecilidad autoproclamada inteligencia?

En la medida que nos acercamos al centro, sentimos tener más habilidades para resolver problemas (obvio si disponemos de un rol o posición más jerárquica respecto a otros), pero tenemos menos juicio para realmente plantearnos los problemas que importan (motivo por el cual las cúpulas finalmente se pierden en las cúpulas). El lenguaje es fácil de aprender teniendo una enorme complejidad, Chomsky acusa este fenómeno, a diferencia de los números en el cual operan con naturalidad una minoría. El lenguaje y su capacidad representacional (imaginario-sugestivo-geométrico descriptivo) abren un ámbito de aparentes certezas (suposiciones individuales generales) que explica luego los malos entendidos si se precisa lo que se entiende por una suposición general, que en la mayoría de los casos se adopta por ser políticamente correcta, convencional, aceptable… razonable, atenuando incertidumbres y permitiendo la inclusión en círculos, independiente a lo que realmente motive o se sienta como entidad. La verdad es que este acercamiento paradójicamente distancia.

La distancia con otros (posición o rol) permite sincronismos para con un proyecto colectivo funcional (tipo panal de abejas), en que uno se salva y salva al colectivo por medio de una acción conjunta de la más compleja interdisciplinariedad. Esto sin embargo es muy distinto a acercarse a otros en un simplemente estar ante, y “lenguajear” (Maturana) por ejemplo, o abrazarse en la penumbra hasta que una epifanía desenmascare la empatía funcional. (Rolando Toro).

El distanciamiento y falta de cercanía de los grupos, en la medida que se extienden en la impersonalidad, requieren de la representación para simular las afectividades reales de intensidad que han sido atomizadas con la extensión y complejidad de los círculos urbanos. Permite la admiración sugestionada por ídolos jamás vistos, sean rockstars o dioses, como ideas de baja probabilidad de acceso. La emoción a escala de intensidades reales es muy distinta a una emocionalidad representativa de gran escala (global), la distinción no es clara y el orden mundial lo sabe muy bien. Los afectos se confunden y estar conversando cara a cara puede ser interrumpido por un televisor encendido que también pretende emanarnos afectos.

Edward Hall hace una distinción muy interesante entre lo intragrupal e intergrupal. Es muy distinto una nación o persona que se abre con astucia, que una que se abre por desesperación y sin sentido… ¿el 99% de nosotros? El 1% es el que si bien juega también en esta puesta en escena, no tiene como perder, ya que distingue las categorías que a la mayoría confunden.

Entramos al escenario de los compromisos y formalidades globales, la especulación informativa que cristaliza la ductibilidad de la emoción real, situándola en una categoría casi errante y marginal, la que debe ser extirpada por la creciente lumbrera de elegidos, pequeños burgueses recientes ex – proletarios, proletariado que ahora aborrecen. Ser comunista hoy es un cáncer, todos quieren ser fachos carismáticos.

El animal social (gregario) se siente a ratos y se manifiesta real y ajeno, a la devoción por el hipnótico conducto regular que nos mantiene sobre “alineados paralelos” que “se miran y no tocan”, acompañándose así en una paradójica soledad existencial, que sólo anhela liberarse del complejo de autoridad sagrada (tabú y antítesis), por otra sagrada salvación (yo cristalizado, inmortal e intocable tesis), que hace ver el mundo real de todos los otros como “medio para mi propio reino de salvación”. Esto incluye como “medios” los papeles de filántropo o altruista, quienes misericordiosamente dan trabajo permitiendo el “chorreo de Dios”.

Hablando del catecismo neoliberal, la ciencia social no puede implementar metodologías de la ciencia exacta como lo pretenden Chicago Boys. Su precisión y tendencia a óptimos, traiciona el mismo principio humano de boicot a los óptimos, existen fuerzas que se resisten a la estabilidad de los sistemas, donde la necesidad regenerativa no puede ser denominada autodestrucción. Lo social es un fenómeno histórico, con emergencias y accidentes que dan fluctuación. Las ciencias duras que suponen procesos perfectibles, tiende a exigir a sus partes roles arquetípicos rígidos que lo lleven a su máximo potencial preestablecido como ideal. Lo exacto aspira a modelos de movimientos rectilíneos y uniformes, sin imprevistos, lo cual lo califica de “perfectos”. La verdad es que las partes funcionan a la perfección cuando no cuentan con resistencias del medio, corrosión o exposición. Las partes aisladas, conservadas, preservadas, tienen más vía útil, menos deterioro, como un cadáver en tumba piramidal. Ciertos artificios conservan, pero crean una obsesión por la eterna juventud, su oro y droga. El poder por la inmortalidad o la vida eterna inevitablemente aísla del flujo de los fenómenos e ingresa a un flujo de los noúmenos.La juventud está percibiendo algo potente, su falta de idealismo, su pragmatismo y desencantamiento con las clase política y la democracia, que ha prometido desde los orígenes construir una sociedad más justa.

Se está acusando finalmente la hipocresía liberal, en que la tolerancia a las emociones, sentimientos, pulsiones y experiencias subjetivas minoritarias que tratan de posicionar en escena ciertos “liberales” al establishment rígido defendido por razones obtusas de conservadores puritanos, lo hacen para que esa diversidad le de frescura e inyecte dinámica y novedad al modelo de progreso, renovando el sentido al progreso sin cuestionarlo sin embargo como tal.

Esta apatía de la juventud acusa que no se quiere renovar el sentido del progreso sino ver su sin sentido. Esto implica desacelerar el absurdo “progreso por el progreso” independiente a la forma de turno que lo justifique y de “sentido” (Kant). La pasión o emoción al aparecer en la escena de la razón no es un agente liberador que desboca la razón, sino una medida que la calma y sitúa en su lugar sin represión sino una especie de “marco fenomenológico”. No es darle una nueva aventura o cruzada, un nuevo sentido liberador y movilizador (romántico, utópico, humanista, ecologista, religioso-liberador, conservador-salvador, mesiánico anti-apocalíptico), sino por lo contrario acusar su simple sin sentido, en su crudeza, su propia realidad sin sortilegios disuasivos que lo re signifiquen. ¿Para que cambiar los aliños si la carne es mala?

La emoción y razón nunca han estado en dicotomía, pero la razón más que dar mensura al desboque de la pasión, lo que hace es construir este paralelo emocional (no emotivo) en vías de la cristalización salvador, que neurotiza, obsesiona y finalmente explota por su escala desbordada y sincronismo forzado… en resumen el sentido último de un progreso a secas, que da poder a pocos y no beneficia a nadie. ¿Para que seguir alimentando y renovando la posible unidad global si lo único que crea es discordia y soledad en una globalidad planetaria?

Cuando digo “progreso”, no me refiero a uno abstracto, genérico y común, me refiero a cada pequeña y solitaria tensión, cada sentimiento de tedio y soledad en un orden lleno de tensiones absurdas, casi imperceptible por incluso la misma víctima, que encuentra en hitos como Hidro-Aisen, un pretexto, una válvula de escapa, para reclamar. Esto no es algo emocional o simplemente caprichoso, señor Tironi, es la manera como aparecen pequeños caballitos de batalla, pequeños sentidos al sin sentido, pequeñas convergencias donde podemos colectivamente calmar nuestras frustraciones individuales. Lo triste es que no pasara nada, y se creerá se hizo pelea por algo… todos ganas ¿O no?

of Paloblanco – Cajanegra


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