“El cuadro del dolor” es el debut poético de la jovencísima y talentosa Ana Castro. Es un libro que parece haber sido escrito por necesidad, por plasmar sobre el papel el dolor que se empeña en no abandonarla y que, por ser invisible, es necesario nombrarlo para conseguir la empatía y la comprensión de los demás. Pero esa es solo mi impresión.
Hay un bosque de agujas de pino en mi vientre.
Ana Castro es una Frida Kahlo andaluza para quien los avances médicos de este siglo XXI no son suficientes, nada consigue eliminar el dolor que siente. Toda esa ciencia a su disposición y sin embargo: operaciones, salas de espera, cicatrices, tratamientos y medicinas. Pero el dolor persiste.
Los médicos impotentes, a veces avergonzados, a veces pidiendo perdón y sólo son capaces de repetir entre ellos como un mantra: “el cuadro del dolor… el cuadro del dolor…”
Pero el dolor no,
el dolor es transparente-casi-invisible
acaso una vibración en el rostro
o una súbita contracción del vientre.
por eso hay que nombrarlo, decir MI DOLOR
Si la seguís en redes sociales, donde a veces comparte pinceladas sobre su vida en los centros de salud, también descubriréis que hay médicos que no creen su dolor, lo cual es algo ya doloroso en sí mismo: como no encuentran la causa física suponen que su dolor tiene un origen psicosomático, le dicen en su cara que el dolor está solo en su cabeza, que son imaginaciones suyas, que en realidad no tiene ningún dolor. He vivido tantas situaciones rocambolescas y bizarras en las consultas de la Seguridad Social que yo la creo: creo en su dolor y algo en mí se retuerce de impotencia por querer extirparlo.
Otro dolor añadido es la añoranza de la hija que no puede tener. Planea entre las páginas de este poemario tan pálido como una pena complementaria, por si no había ya bastante sufrimiento.
Y NO. El dolor no es normal,
es extraordinario:
es confeti tóxico y mariposas oscuras
prendidas en la lengua.
Pero cuando la piel se agrieta
y rugen los murciélagos dentro
y la vista se nubla porque el ruido en el abdomen,
y los puños golpean el vientre desde dentro,
entonces, justo entonces,
si me preguntas de nuevo al borde de la puerta
del despacho o al salir del baño, te diré eso:
me duele lo normal.
Mi dolor normal:
erupciones volcánicas de colores,
un espectáculo pirotécnico privado.
Su poesía es la de las cosas sencillas: la madre, la casa, los gestos pequeños, las mujeres cuidándose entre ellas. Tras pasar las primeras páginas y cuando el dolor empieza a empañar todas esas imágenes, a hacerse protagonista, dejando a la autora impedida para la vida que llevaba antes, se me han caído las primeras lágrimas y he tenido que posponer la lectura un buen rato.
Recuerdo una frase que repetía alguien a quien creía conocer: “El dolor es sólo dolor”, cinco palabras que reducían el dolor al plano físico del que no debía dejarlo salir, relativizando así los padecimientos corporales en contraposición a las heridas sentimentales. Algo así como una filosofía de vida para quienes están condenados a convivir con los analgésicos.
y noto que la vida bulle pero no me alcanza.
Y todo ese sufrimiento que no acaba, transformado en arte. Enhorabuena, Ana Castro.