Revista Cultura y Ocio

El cuello no engaña

Publicado el 30 abril 2021 por Molinos @molinos1282
El cuello no engañaCuando leí, hace un par de semanas, el libro de Sara Mesa, me llamó la atención que para la protagonista fuera un drama sospechar que había dejado de ser un imán para los hombres. ¿Cómo? ¿Qué ya no les gusto? Me sorprendió porque es una sensación a la que yo no me he enfrentado jamás: nunca he sentido que había dejado de gustarles porque nunca había sentido, ni remotamente, que les gustara. Y pensé: mira que bien, una frustración de la que me he librado. 

Ayer terminé un libro que llevaba años en mi lista de lecturas pendientes: El cuello no engaña y otras reflexiones sobre ser mujer de Nora Ephron. El libro cuenta lo que describe el título y alguna más, como mi capítulo favorito dedicado a los años que vivió en un apartamento en el edificio Apthorp y como se enamoró de esa casa. Yo pasé por un proceso parecidísimo cuando tras años de pasar por delante del edificio de la calle Viriato 22, acabé viviendo en él. Todavía hoy, dieciséis años después de haberme ido de allí, fantaseo con volver a esa casa. Antes de ayer le mandé un mensaje al casero: «No se te ocurra venderlo sin decírmelo antes o, mejor, déjamelo en herencia». 

Pero no quería hablar de casas y pisos sino de como Nora tiene preocupaciones a las que yo también soy ajena. Resulta que, según ella y sus amigas y algunas de las mías, a partir de los cuarenta y tres años, a las mujeres se nos cae el cuello. ¿Se me ha caído el cuello? pensé al leerlo. No tenía ni idea de esto. Claro que, hasta hace como seis meses, tampoco sabía que tenía el párpado caído y que hay una operación para eso que se llama blefaroplastia. «Yo no tengo párpados caídos» dije. «Claro que sí, como todas», me dijeron. Nora habla también de todas las cosas que tienes que hacer diaria, semanal o mensualmente para no venirte abajo completamente: peluquería, manicura, pedicura, depilación, régimen, ejercicio. Yo solo hago el básico de todas esas cosas, el mínimo común compatible con tener un aspecto digamos adecuado. Todo lo demás me da pereza y además tengo un nivel de escepticismo muy alto sobre si la realización de ese esfuerzo estético tendría una recompensa adecuada o que a mí me pareciera adecuada.  Nora hasta dedica párrafos enteros a la necesidad de teñirse hasta los ciento cincuenta años porque es la única manera de parecer joven. Según ella los sesenta son los nuevos cincuenta y los cincuenta los nuevos cuarenta gracias al tinte. También cree que gracias al teñido las mujeres de mediana edad podemos acceder al mercado laboral. Todo esto lo he leído mientras por el rabillo del ojo, a mis cuarenta y ocho años, veía mi pelo blanco. No sé, Nora, a lo mejor tú tienes toda la razón pero ni de coña vuelvo al tinte. 

Con todo esto quiero decir que la ventaja de no haberte considerado nunca un pibón, ni haber sido un imán para los hombres y tener una apariencia completamente normal y anodina es que cuando llegas a rozar los cincuenta te ves estupenda. ¿Por qué? También lo dice Nora, a los cuarenta y mucho adquieres mucha seguridad en ti misma y eso hace que te veas estupenda. El problema es que si con veinticinco no tenías seguridad pero tu culo miraba al cielo, no eras capaz de sujetar tres lápices con el pecho y no parabas de ligar, la seguridad que te dan los años quizá no te compense. Pero mira, en algún momento de la vida, las normales teníamos que tener una ventaja evolutiva. Vernos estupendas al hacernos mayores sin echar de menos la cara de pan, los complejos y el sentimiento de patito feo que teníamos de jóvenes. 

No estoy exagerando ni pretendiendo que esto se llene de comentarios diciendo «Oh, pues a mí me pareces guapa». (Por supuesto y lamentablemente sé que habrá algún comentario diciendo "estás todo el día hablando de ti" y me alegrará porque seguro que a Nora cuando publicó su libro se lo dijeron también). Aprendí a posar en las fotos con 41 años en un viaje a Francia y solo ha sido a partir de ese momento cuando he sido capaz de mirarme en las fotos sin sentir bochorno. Y si miro antes de ese momento, la única vez en que me arreglé y me sentí guapa de verdad conocí al que sería mi marido. 

Yo no sé si la edad es buena o mala como concepto absoluto pero para mí es definitivamente buena. Nunca fui deportista en mi juventud, nunca fui un pibón, nunca hice cosas extravagantes ni corrí aventuras. No tuve el vientre plano ni el culo respingón. No tomé drogas, no fumé. Es verdad que las resacas ahora son bastante más incapacitantes que con veinticinco pero, por lo demás, estoy mejor ahora y, sobre todo, más a gusto. No añoro, para nada, mis veinte, ni mis treinta. 

Ahora me veo, como me ha dicho Lupe al hacerme unas fotos: divertida y luminosa y me parece genial. Mejor que nunca, diga lo que diga mi cuello. 


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