Revista Cultura y Ocio

El daño real del delito según Zaffaroni

Publicado el 20 agosto 2011 por María Bertoni

El daño real del delito según ZaffaroniEspectadores actualiza hoy sábado la síntesis digital de La cuestión criminal, colección elaborada por Eugenio Raúl Zaffaroni y su equipo de colaboradores. En esta ocasión, presenta el fascículo nº 13 cuya versión impresa se publicó el jueves pasado.
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El daño real del delito según Zaffaroni
 Algunos criminólogos reaccionarios sostienen que la crítica criminológica fracasó, que sólo fue un momento de euforia o una moda superada (para sostener esto, se basan en las versiones más radicales e ingenuas, a veces fáciles de ridiculizar). En reemplazo proponen una criminología administrativa que, en términos claros, pretende que la academia se limite a discutir una técnica eficaz de contención de los pobres.

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 Al respecto, no deben engañarnos los libros bien encuadernados y los cursitos de fin de semana, propios de una criminología sin historia ni pasado y que además se pretende independiente de la política. Es más, los criminólogos más serios no sólo conservaron sino que profundizaron el talante crítico. También archivaron las ingenuidades como “¿de dónde proviene el impulso superador de la crítica con más crítica?”.

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 Es muy sencillo. Lo que sí ha cambiado desde los ’70 es el cuadro de poder planetario: el Estado gendarme avanzó sobre los países centrales. Friedman y Hayek fueron los nuevos gurúes del festival de mercado; Reagan, Thatcher y Bush señalaron el camino hacia un Estado cuya única función es mantener a raya a los pobres (cualquier otra gestión se tiñó de ineficiencia y corrupción).

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 Los habitantes de los países periféricos y los inmigrantes y excluidos de los países centrales recuperamos nuestra condición de razas inferiores. Por su parte, los incluidos de los países centrales y sus procónsules en los periféricos conformaron la raza superior que debe defenderse del resto. En este contexto, el Estado debe mantener esta supremacía sin privar a los inferiores de su derecho a una lucha que los haga fuertes y que les permita saltar de vez en cuando el cerco, participando de Gran Hermano o de algún negociado.

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 El brutal salto del sistema penal de los Estados Unidos, la exclusión definitiva del criminalizado y su familia, la pena desproporcionada por la menor infracción conforme a la tolerancia cero del demagogo municipal de New York (que por brindar una conferencia absurda les cobró una cifra increíble a los ingenuos empresarios mexicanos) no es más que un terrorismo de Estado contra los pobres, un modelo neo-stalinista en marcha.

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 El Estado gendarme es eso. Su pensamiento descarnado dice “los negros en su lugar, nosotros mandamos y al negro que molesta le cortamos la cabeza”. A esto se debería agregar: “los indios del sur deben producir cocaína y matarse para no mandarnos más de lo necesario y así mantener alto el precio; nosotros nos ocupamos de la distribución, y de quedarnos con la mayor ganancia y el beneficio del reciclaje”. Tendrán razón quienes se extrañen ante la claridad de estas expresiones, dado que hoy no se manifiestan de esa manera.

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 Evidentemente el discurso actual no tiene la sinceridad ni autenticidad de los positivistas racistas. Éstos no se disfrazaban de democráticos ni de generosos. ¿En qué mundo vivimos, que nos permite encontrar por lo menos algún motivo para añorar a los viejos racistas?

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 Hoy las cosas son más complicadas y resulta más fácil confundirse. Ahora, cuando el Estado gendarme llegó como boomerang al propio centro, hay clases medias desclasadas, desconcertadas, anómicas -en el sentido originario de Durkheim-, amenazadas por los de arriba (que les reclaman fidelidad) y los de abajo (a quienes consideran sus únicos y mortales enemigos). Son pasto fácil para internalizar la publicidad mediática de un “ellos” enemigo compuesto de pobres, inmigrantes y adolescentes de barrios precarios.

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 Lo más artero de este spencerianismo actual es hacer que los pobres se maten entre sí, así no molestan. Que la victimización cunda entre los propios excluidos, de donde también se selecciona a la policía.

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 La brutal regresión de los derechos humanos por obra del avance del Estado gendarme (no ya en el margen, sino en el centro mismo del poder planetario) obliga a los criminólogos a ser más realistas. Los planteos puros elaborados desde la academia, sin contacto con las vivencias cotidianas y sin investigación de campo, son útiles como marco de crítica, pero si se quedan en ese nivel allanan el camino para una supuesta criminología administrativa (propia del Estado gendarme) con la aprobación –cuando no el decidido apoyo– de los sectores contra los que este modelo estatal atenta políticamente.

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 Esta verificación ha sido determinante en el llamado “realismo de izquierda británico” que viene proponiendo reformas al sistema penal y asistencial de su país, algunas interesantes, aunque no todas transferibles a nuestra realidad. Entre las propuestas concretas de estos criminólogos, las más notables son las referidas a la policía, que plantean la disyuntiva entre un modelo de policía militar (que aquí nosotros llamamos “de ocupación territorial”) y otro de policía de consenso (que llamamos “comunitaria”).

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 Al centrar la atención en el daño real del delito, no podemos menos que detenernos en la victimología. No se trata de un saber autónomo, sino de una línea de investigación que tuvo como antecedente la obra de Hans von Hentig (criminólogo alemán antinazi y muy creativo) y de la que se considera fundador a Benjamin Mendelsohn (criminólogo rumano radicado en Israel).

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 En un principio la victimología se dedicaba a las víctimas de delitos comunes y en especial a su comportamiento como determinante o facilitador, pero hoy ha ampliado su campo de observación hasta llegar a ocuparse de todo el daño social. Uno de sus más destacados teóricos fue el siempre recordado Antonio Beristain, autor del concepto de “macro-víctimas” en referencia a los conflictos armados o al denominado “terrorismo” (en la Argentina esta perspectiva fue ampliamente desarrollada por el recientemente fallecido Elías Neuman).

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 El feminismo aportó dos conceptos hoy de uso corriente y sin los cuales nos resultaría difícil describir la jerarquización naturalizada que nos vende el poder planetario: “patriarcado” y “género”. El primero remite al dominio machista y todas sus implicancias; el segundo a la principal trampa del patriarcado: la confusión entre sexo y rol asignado.

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 El feminismo también impuso correcciones a la crítica criminológica al destacar que, si bien la mujer tenía menor incidencia en la criminalización, no sucedía lo mismo en la victimización. Esto ocurre no sólo en la delincuencia callejera, sino en victimizaciones derivadas de la discriminación de género, desde la violencia familiar homicida hasta la trata de personas (antes se llamaba “de blancas”, curioso resabio racista de la esclavitud).

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 Si bien la victimología puso de manifiesto daños que no se habían tomado suficientemente en cuenta, el panorama de las víctimas del poder mundial dista de estar completo. Con esto en mente, Stanley Cohen llamó la atención sobre el fenómeno de negación que nos condiciona una indiferencia moral. En su libro Estados de negación (2001), este autor no se refiere al grosero negacionismo neonazista de la Shoá y similares, sino al que protagonizamos cuando mojamos una medialuna en el café con leche mientras miramos los distintos tipos de masacre exhibidos por el noticiero de TV.

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 Hay un campo que indudablemente pertenece a la criminología y sobre el que hubo un singular silencio: el del homicidio doloso, intencional. De hecho, la criminología académica se detuvo en los homicidios seriales sensacionales y en todos los cometidos por iniciativa privada, pero nunca en los públicos o estatales, es decir, en los genocidios y masacres, en los crímenes de masa cometidos por acción de agencias estatales.

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 ¡Extraña omisión, por cierto! Si queremos tomar en serio los daños sociales, no podemos ignorar estos crímenes ni tampoco negar que su estudio corresponde a la criminología. La criminología de los últimos años está insistiendo especialmente en esto, aunque aún sin la suficiente penetración y a regañadientes de una buena parte de los criminólogos académicos. Sin dudas, este avance es tan importante que merece un capítulo aparte.

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La versión completa de este fascículo se encuentra aquí.


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