


Esta peculiaridad determinará que, mientras los estudiantes se limiten a reclamar el “derecho a decidir” candidatos, sin importarles las enormes desigualdades existentes en la sociedad hongkonesa, en la que un 18 por ciento de la población sobrevive en la pobreza a la sombra de rascacielos de opulencia, el recorrido de las manifestaciones será corto, por mucha atracción que generen en los medios de comunicación de todo el mundo, y se agotará por cansancio, a menos que China pierda la paciencia. Y, por ahora, parece que el recuerdo de la masacre de la plaza de Tiananmén, de junio de 1989, que se saldó con centenares de muertos y miles de manifestantes encarcelados, tras ser desalojados por tanques militares, está en la mente de todos: en la de los que protestan como en la de los que deben reprimir las alteraciones del orden público. Ambos bandos se comportan muy civilizadamente mientras se dedican a rociar con gases lacrimógenos los paraguas de los acampados, como si jugaran a las rebeliones de la señorita Pepis, al menos hasta hoy, lunes, plazo que ha dado el jefe del Ejecutivo para que todo vuelva a la normalidad, antes de emprender “todas las medidas necesarias para restablecer el orden social”. ¿Seguirán teniendo presente Tiananmén en esta otoñal revolución hongkonesa?