Revista Opinión

El desahucio de la vida

Publicado el 14 febrero 2013 por Lulesi

Querían que no nos diéramos cuenta. Querían que ignoráramos su cruenta bacanal. Querían poner sordina a sus crímenes diarios.

Habitan en el paroxismo. Habían robado y echado de sus casas, de sus hogares, de sus intimidades sagradas a 400.000 personas. En esta orgía de la usura, la sangre, la vida, el ser humano, caía cada minuto, sin abstractos. Pero ellos, y sus testaferros, y sus leyes medievales, los disfrazaban de “suicidios”.

Y eran crímenes. Crímenes hipotecarios, crímenes bancarios, crímenes de sobre, crímenes suizos,  crímenes de estado. De cada día, de cada hora, de cada minuto.

El viernes cayó Rafa.  “No tengo donde echar mano”, decía con una mano en el cuello premonitorio.  El sábado la muerte  asesina se asomó en Basauri.   El martes, esta bacanal de horrores,  nos  vistió de doble luto en Calvíá.  Y el miércoles en Alicante.

¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuantos?

Nuestro proyecto de nación, de estado, de civilidad, se ha demostrado inútil.  Un gobierno, un legislativo, una justicia, una organización civil que abocan a un colectivo de ciudadanos a la desesperación, a la angustia mortal y al homicidio por inducción, y  que están a punto de ignorar  una sangría humana de este calibre, no merece otra cosa que su desaparición en lo que realmente son: la nada.

Si de este pozo de indecencia moral, si esta sima de la inutilidad del contrato social,   no salieran las voces y la humanidad necesaria para impedirlo, dos millones de seres se quedarían sin vivienda en los próximos años, para engordar la mercancía grasienta de unos bancos quebrados por incapacidad mental, inutilidad e ineficacia, a los que todos, con el respaldo de unos sicarios, colaboradores necesarios de una burla a la ley y a la vida , pagamos sus burbujas fallidas, las  pensiones multimillonarias de sus delincuentes de moqueta y despacho  y las reuniones vergonzantes de sus consejos de administración en islas paradisiacas.

La vida humana sin valor ante la rapiña, la corrupción abyecta y el crimen organizado desde los consejos de administración.

Nos sobran sus leyes, sus parlamentos, sus vergonzantes sueldos y declaraciones de renta, su estilo de vida y de hacer política, sus infinitas corrupciones, sus cuentas en Suiza y  su palabrería huera del sacrificio y el esfuerzo común,  sus gominas y sus corbatas verdes.

No hay duda.  Esto se resuelve en la calle. Además de nuestros muertos, de nuestra sangre derramada, por la vía de la dignidad asesinada y pisoteada, podemos demostrar a todos los que quieren confundirnos que, aun sabiendo que los bancos y los banqueros también son combustibles, nuestro fuego, nuestro mensaje, se apoya tanto en la vida como en la justicia.

 ¡A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar!

 


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