Tener un puesto de trabajo actualmente en algunos países, y tras la crisis que hemos padecido, se ha convertido más en un objeto de lujo al alcance de unos pocos que en un derecho social reconocido legalmente. Esto ha provocado que a partir principalmente de las crisis de los 70 del siglo pasado, el trabajo ya no es considerado como el centro de referencia de las sociedades para realizar la organización social y la formación de las identidades individuales.
Nos encontramos ante lo que la profesora brasileña Daniela Muradas denomina descentramiento del trabajo en nuestras sociedades contemporáneas: tras la postmodernidad al no existir ya una razón universal y con las reestructuraciones industriales de los 70, el trabajo deja de poseer el mismo significado que tenía en otras épocas. El Capitalismo tardío que vivimos crea una mayor entropía social y una fragmentación personal que las anteriores fases del Capitalismo, permitiendo la aparición de nuevos movimientos sociales (15M, indignados brasileños,...) e identidades no relacionadas directamente con la tradicional lucha de clases y el mundo laboral (feminismos, reconocimiento derechos de los afroamericanos, igualdad de genero, identidades queers...) con las consecuencias que esto ha tenido sobre los partidos y sindicatos tradicionales. Los ejes tradicionales de la acción política entre reconocimiento y redistribución basculan agitadamente en estas nuevas dinámicas identitarias.
Daniela Muradas expone que podemos analizar el trabajo desde un punto de vista de evolución histórica en la formación de nuestra subjetividad trazando una división clara entre:
- El modelo tradicional de producción previo a los 70 del siglo XX: dónde el sujeto estaba diferenciado de la estructura del capital. La inteligencia de los trabajadores no estaba incorporada en el proceso productivo. Se utilizaba básicamente solo su fuerza de trabajo siendo este puesto de trabajo la principal forma de estructuración social. Existía espacio para la crítica y luchas sociales sindicales y colectivas dado que el trabajador estaba claramente separado de sus patronos o poseedores del capital. Los cambios eran más lentos en esta fase del Capitalismo industrial como analizó Marx: la diferencia estructural ente la sociedad tradicional y sus fuerzas económicas productivas (infraestructura) que cambiaban rápidamente hacían que la superestructura (ideológica, cultural) evolucionará más despacio
- El modelo del management de sí mismo: aparece principalmente con las técnicas de gestión de los años 80 y el neoliberalismo. La inteligencia del trabajador pasa a formar parte de la lógica productiva mediante el mecanismo de captura de subjetividades que realiza la estructura del capital. Las empresas buscan trabajadores que pongan todo su cuerpo e inteligencia a trabajar para los objetivos empresariales, capturando no sólo su fuerza de trabajo sino sus deseos, pensamiento, objetivos personales y valores. Toda su subjetividad es capturada mediante la cultura empresarial y puesta a producir en una autoalienación voluntaria que elimina cualquier tipo de criticidad al identificarse completamente con los objetivos y valores de sus empresas. Sino lo que les queda es la exclusión del mundo laboral. La otra cara de la moneda es la fragmentación, el stress personal y el síndrome de burn out que se da en esta nueva sociedad del rendimiento.
Este nuevo modelo de management de sí mismo ha provocado lo que la filósofa italiana Michela Marzano denomina el vértigo de Robinson: el hombre moderno conectado a su portátil y unido al mundo entero con los medios materiales y tecnológicos cree que puede hacer realidad lo que quiere. Aparece el vértigo existencial (y su consecuencia la angustia) ante el campo infinito de posibilidades del individuo aislado. Es el culto al voluntarismo y a la autonomía: el hombre Occidental se cree capaz de determinar de forma precisa lo que desea y a su vez cada individuo es ahora la imagen de un Robison Crusoe que en su persecución de la autonomía ha elegido su propio naufragio. Hemos pasado del ¿Qué hacer? al ¿Quién Ser? como nueva angustia vital.
¿Cómo convertirse en lo que se es?. ¿Cómo hacer realidad lo que se quiere?. ¿Cómo conseguir lo que se desea?. Aparece entonces el coaching: las recetas para tener éxito en casa y la empresa en una captura total de nuestra subjetividad por la lógica empresarial productiva. Se trata a toda costa de ser en nuestra vida profesional y personal un ganador, un "winner" o tener éxito y ser "successful". Para Marzano los coachers son los nuevos profetas que con sus habilidades dialécticas explotan los recursos del lenguaje de gestión y lo aplican a todos los ámbitos de la vida: "sois los actores de vuestro propio éxito y de vuestra felicidad".
Todo esto nos lleva siguiendo a la filósofa Michela Marzano a la aparición del hombre sin plenitud: el Capitalismo tiene unas exigencias contradictorias: por un lado se pretende construir Seres autónomos pero que deben responder a su vez a las demandas de su empleador en una nueva forma de servidumbre voluntaria, desfondándose en la carrera del éxito y la excelencia hasta el punto de perder su identidad y su carácter. Convencido de su suficiencia el hombre sin plenitud se afirma en una voluntad y libertad sin límites, siguiendo el modelo utópico de hombre nuevo liberal, pero asimismo es igualmente un hombre sin encaje permanente y sin alma porque es incapaz de construir con el otro relaciones plenas perdurables sin el miedo de perder el control de su propia existencia. Se convierte en un hombre sin misterio y sin opacidad, sometido al imperativo de la transparencia conforme a las exigencias liberales de "Ver todo" y del "Exhibir todo" en el mercado.
Para Marzano el liberalismo es la empresa de la desposesión total: con el nuevo management Toyotista de los 80 se sustituye el modelo Taylorista donde existía una frontera neta entre patrones y obreros por una nueva gestión fundada en la transversalidad y la colaboración. No se trata ya de recibir ordenes según el modelo piramidal sino de "asociar" a los trabajadores en un objetivo común de producción. Se abandona de este modo el modelo paternalista del encuadramiento y la vigilancia de lo trabajadores en favor de una autonomización de los asalariados alineados completamente con los objetivos productivos.
El reverso es una nueva forma de (auto)explotación: la exigencia de las empresas a sus trabajadores ("colaboradores") de invertir totalmente sus vidas en la contribución a la empresa y al mismo tiempo éstas "cuidan" del bienestar común (material, psíquico-mental, de significado) de sus empleados capturando al mismo tiempo la posibilidad de su plenitud y emancipación individual en este nuevo peligroso modelo de "empresa-mundo" que trata de abarcar toda la realidad posible con la desposesión total de nuestra subjetividad en beneficio de los intereses de la producción. "La empresa os da los medios para crecer y desarrollados" pero "vamos a tener que trabajar por cuatro dado que acaban de aumentar los objetivos al alza desde nuestra sede central".
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