Tras el inesperado descubrimiento de las lenguas indoeuropeas, surgieron en las primeras décadas del siglo XIX diversas corrientes de investigación que contribuirían a organizar el edificio teórico de la lingüística moderna. En este artículo repasaremos los hechos más importantes de ese interesante proceso.
Tal vez fue el azar lo que hizo que la lingüística surgiera en el momento en que lo hizo, me refiero a las primeras décadas del siglo XIX. El azar y la necesidad, agregaría. Justo cuando la gramática acababa de ser subyugada por el kantismo y la filología seguía empeñada en relacionar el griego con el latín, se descubrió toda una amplia familia de lenguas, de parentesco demostrado por la semejanza de su estructura gramatical, que los alemanes llamaron lenguas indogermánicas, y los demás países, con menos sectarismo, . A partir de este extraordinario descubrimiento pudieron hallarse las raíces más remotas de nuestra cultura, y la gramática comparada, inmediata antecesora de la lingüística,[1] se erigió como el instrumento crítico ideal para encarar los problemas que tamaño hallazgo presentaba.
En los primeros años de esta nueva ciencia se manejaron hipótesis de un fabuloso orientalismo: los europeos o arios habían venido a Europa desde la India, y en el sánscrito tendríamos una forma primitiva de su lengua, y el mismo predominio en esta lengua de la vocal a podría demostrar que este era el estado primitivo, y no una diferenciación. Hoy se sabe que el foco de donde partieron las invasiones indoeuropeas estaba situado en las grandes llanuras del norte, a las orillas del Báltico, o en zonas vecinas como los Cárpatos, y que la a indoirania[2] representaba la propia a, e y o indoeuropeas. Así pues, este pueblo pastor y cazador, agrícola, belicoso y poco dispuesto a la sumisión, organizador de una aristocracia propia sobre los pueblos invadidos, lo mismo en la India que en Grecia, Italia o España, lo mismo en los hititas que en los celtas, irrumpió con fuerza hacia el tercer milenio en la historia universal para darle a esta un nuevo semblante, semblante en el que podemos reconocernos todavía.[3] Pero no nos vayamos por las ramas, y veamos cómo llegó la lingüística (y, antes, la gramática comparada) a darse cuenta de todo esto y, en consecuencia, a establecerse como ciencia.
Coincidentemente, a principios del siglo XIX se produjo una serie de estudios de literatura india, fruto de las novedades que algunos viajeros ingleses introdujeron en Europa a finales del siglo anterior. Así fue como nombres de la talla de William Jones, Henry Thomas Colebrooke y Charles Wilkins, entre otros, tradujeron textos y publicaron gramáticas, lo que colaboró para que se sentaran las bases de los futuros estudios sobre el tema. Pese a las turbulentas circunstancias de la época, los lectores europeos pudieron sentir el valor de estos descubrimientos, a tal punto que, en 1808, el mismo Friedrich Schlegel publicó Lengua y sabiduría de los indios, libro que tuvo una enorme repercusión. Poco después, Arthur Schopenhauer, con el encarecimiento que caracterizaba a los filósofos de este período, llegó a decir que el conocimiento de la literatura india sería para el siglo XIX lo que los descubrimientos de la literatura antigua habían sido para el Renacimiento.
Así como el conocimiento de la literatura india tuvo consecuencias importantes, y ciertas obras, como el Ramayana o el Sakuntala, ingresaron en la literatura universal, también el estudio de la gramática india se hizo por primera vez posible en Occidente. De este modo se supo que la gramática que habían desarrollado los indios alcanzaba en muchos aspectos un nivel de análisis mucho mayor que la gramática griega, sobre la que se basaban todas las gramáticas europeas. La comprensión de estas precisiones fue sin duda provechosa para los estudios gramaticales de Europa, que corrían el peligro de extremar el logicismo de los gramáticos griegos al someter estos conocimientos al rigor kantiano, tan en boga por entonces.
2. Bopp, el fundador de la gramática comparada
En 1816, Franz Bopp publicó su tesis Über das Conjugationssystem der Sanskritsprache in Vergleichung mit jenem der griechischen, lateinischen, persischen und germanischen Sprache, y quedó en claro de una vez tanto la extensión geográfica que alcanzaban las lenguas indoeuropeas como la profundidad histórica a la que podía remontarse la comparación. La repercusión que tuvo esta tesis fue enorme, dentro y fuera de Alemania.[4]
A partir del trabajo citado, Bopp fue incorporando nuevas lenguas, hasta casi formar el cuadro que todavía es familiar en la comparación, ya que las lenguas descubiertas posteriormente (como el hitita) apenas han entrado a formar parte de la gramática comparada. Más tarde, Bopp incorporó el báltico, el eslavo, el armenio, el albanés y el celta en otros de sus trabajos, y, de hecho, pueden encontrarse en la segunda edición de su Gramática comparada (1857-61).
Preocupado las cuestiones de "orígenes", Bopp se inclinó a analizar los elementos flexivos y a ver en ellos miembros independientes, próximos aún a un estado previo de aglutinación. Pero fuera de esta ambiciosa meta, explicable por la satisfacción del descubrimiento, Bopp trazó las líneas generales de la lingüística indoeuropea, y todavía a ellas nos ceñimos.[5]
3. La germanística y la eslavística, un resurgir nacionalista
El hallazgo de Bopp tuvo resueltas y brillantes ramificaciones. Como respondía a las demandas espirituales del siglo XIX y se ajustaba de manera fecunda a las tendencias románticas y nacionalistas, el hallazgo hizo efecto principalmente en aquellos países donde la idea de nación (con todas las connotaciones del caso) ya estaba instalada. Así, muy pronto se pusieron a la vanguardia dos nuevas corrientes lingüísticas y filológicas: la germanística y la eslavística.
La germanística, o lingüística y filología de las lenguas germánicas, se desarrolló con celeridad, y pronto alcanzó su estado de perfección. En el siglo XVII, algunos humanistas holandeses y alemanes ya habían comenzado a estudiar el más viejo documento literario en lengua germánica: el Codex Argenteus, en el que se conserva parte de la Biblia traducida del griego al gótico por el obispo Ulfilas, pero tuvo que llegar el siglo XIX para que se impusiera el estudio conjunto y comparado de las lenguas germánicas.[6]
El afamado Jacob Grimm, conocido mundialmente por los cuentos folclóricos que recopiló junto a su hermano Wilhelm, fue el creador de la gramática comparada del germánico. Su Deutsche Gramatik (1819-1837) bien puede entenderse como la piedra fundacional de la germanística. Grimm acuñó conceptos fundamentales, que son todavía hoy indispensables para la lingüística moderna. Si bien Grimm se apoyaba en los descubrimientos de Bopp, decidió continuarlos a su manera y, al moverse en un territorio más restringido, pudo descubrir toda una parte de la gramática, la fonética, que, en un primer momento, estuvo empañada por los fascinantes aciertos de la morfología.
La obra de Grimm influyó muchísimo en otra rama de la lingüística indoeuropea, la eslavística. En 1822, Josef Dobrovský, fundador de la rama mencionada, publicó su Institutiones linguae Slavicae, trabajo escrupuloso, frío y científico, pero, paradójicamente matizado por la más ardiente pasión nacionalista. La exagerada ponderación de Dobrovský como fundador de la literatura checa bien puede ser un corolario de este apasionamiento. Si bien es cierto que él se mantuvo siempre dentro de los límites científicos trazados para su trabajo, también es cierto que en su obra se encontraban los cimientos sobre los cuales el resurgir nacionalista de los pueblos eslavos podía afirmar su orgullo.[7]
Luego de la muerte de Dobrovský se publicaron los textos primitivos del antiguo eslavo y los libros religiosos de la iglesia ortodoxa. El esloveno Miklovisch fue el encargado de trazar los límites de la eslavística con la primera Gramática comparada (1852-75), el primer Diccionario de antiguo eslavo (1862-65) y el primer Diccionario etimológico de las lenguas eslavas (1886).
4. La lingüística del celta, el báltico, el albanés y el armenio
Si la germanística y la eslavística se ampararon en el nacionalismo para crear sus respectivas lingüísticas, las demás ramas derivadas de la lingüística indoeuropea se desarrollaron de modo independiente o, al menos, por fuera de este nacionalismo. Eso fue lo que sucedió con la lingüística del celta, el báltico, el albanés y el armenio.
Las lenguas célticas de Inglaterra e Irlanda, por su avanzado estado de evolución y los extraños fenómenos que en ellas se produjeron, dieron lugar a una situación compleja cuando se las quiso añadir a los estudios lingüísticos del siglo XIX. ¿Acaso eran estas lenguas también indoeuropeas? En un primer momento se creyó que no, pues su aspecto era profundamente distinto, y las coincidencias de vocabulario, si bien evidentes, no terminaban de ser concluyentes. Solo después de penetrar en su fonética y morfología históricas se pudo confirmar el carácter indoeuropeo de estas lenguas.[8]
La creación de la lingüística celta fue tarea de Johann Kaspar Zeuss, un maestro de escuela alemán que, por sus propios medios, emprendió la tarea de recoger los más antiguos documentos conservados de lenguas célticas e iniciar un riguroso análisis lingüístico. Las primeras palabras celtas que se conocen aparecen en formas de glosas al margen en manuscritos latinos. Estas glosas le sirvieron a Zeuss para estudiar también las lenguas célticas modernas, más perfectamente conocidas, pero tan alteradas que solo un análisis histórico las hacía aprovechables para la comparación. Los resultados de sus investigaciones se encuentran en su monumental Grammatica celtica (1853), obra sobre la que se erigió toda la filología céltica posterior.
El destino del báltico fue en cierto punto semejante. Rask fue el primero en advertir sus peculiaridades arcaicas, peculiaridades que lo colocaban en una posición eminente dentro de la comparación indoeuropea. No obstante, quien introdujo de lleno el lituano en estos estudios fue August Schleicher. Su magistral Handbuch der litauschen Sprache (1856-57), fue la primera descripción científica de esta lengua. Sin embargo, Schleicher excluyó de sus pesquisas uno de los fenómenos más curiosos del lituano: su acento. Friedrich Kurschat, en su Grammatik der Littauischen Sprache (1876), fue el que finalmente se ocupó de describir esta particularidad.
El albanés y el armenio, lenguas poco conservadoras y variadas, tardaron en ocupar puestos relevantes dentro de los estudios del indoeuropeo. Se sabe que los fundadores de la lingüística dudaron mucho tiempo en aceptarlas como parte del gran tronco que recientemente habían descubierto. Aun así, en 1850, Schleicher probó la auténtica naturaleza de estas dos lenguas, basándose en sus similitudes con el griego (en el caso del albanés) y el persa (en el caso del armenio).
- La teoría del sustrato, el gran aporte de la lingüística románica
Paralelamente a la germanística y a la eslavística, apareció la lingüística o filología románica. Su creador, Friedrich Diez, sentó las bases de esta rama en su ineludible Grammatik der romanischen Sprachen (1836). Como vemos, la romanística surgió también en Alemania, y aunque pasó de inmediato a los países latinos, no adquirió en ellos el tono nacionalista que caracterizó a otras ramas de la lingüística.
El gran aporte de la romanística a la lingüística indoeuropea ha sido la teoría del sustrato. El problema que plantea esta teoría es el de hasta qué punto un pueblo puede abandonar su lengua para tomar, por pérdida de su independencia, asimilación cultural o extinción de su personalidad política, la de otro pueblo. Está claro que las formas de la lengua anterior no son nunca sustituidas completamente, y queda siempre en los nombres de lugar, a veces en los de persona, y en ciertos nombres que podemos llamar típicos (de fauna y flora, vestidos, comidas, cosas domésticas, agrícolas, de oficios, etc.) la huella de la lengua anterior.[9]
Si bien fueron los romanistas los que se ocuparon de esta oscura fuerza del sustrato, fue la escuela de París, formada alrededor de Michel Bréal y continuada por Antoine Meillet, la que se ocupó de trasladar al campo de la lingüística indoeuropea el concepto en cuestión. Esto dio lugar a que investigadores italianos como Bertoni, Devoto o llegaran a crear una doctrina del sustrato que les permitía soñar con una nueva rama de la lingüística: la lingüística mediterránea. Esta idea aún no se ha consolidado, pero sabemos que, en la vida de las lenguas, como en la vida de los hombres, tarde o temprano, los sueños se hacen realidad.
[1] La relación entre gramática comparada y lingüística es tan estrecha que algunos autores consideran que bien podrían verse como diferentes etapas de una misma disciplina. Con todo, incluso los que no están de acuerdo con esta interpretación aceptan que la gramática comparada fue la antesala de la lingüística moderna.
[2] Lo indoiranio, en puridad, es lo que generalmente se conoce como ario.
[3] Véase Georges Mounin. Historia de la lingüística (Desde los orígenes hasta al siglo XX), Madrid, Gredos, 1967.
[4] Por esos mismos años, el danés Rasmus Rask llegó a reconocer en el antiguo nórdico una lengua morfológicamente emparentada con el latín, el griego, el armenio, el indio y el iranio (más tarde también con el celta), que él suponía una herencia del tracio.
[5] Véase Georges Mounin. Óp. cit.
[6] Rask, además de analizar las antiguas formas del escandinavo, fue el primero que de modo sistemático entró en el estudio del antiguo inglés.
[7] Véase Georges Mounin. Óp. cit.
[8] En 1838, el ya citado Bopp expuso el porqué de los extraños cambios de las lenguas célticas, que hacen aparecer como no indoeuropea su morfología: la influencia de los finales de la palabra anterior sobre las letras iniciales de la siguiente, fenómeno que él llamó lenición. Sin embargo, el problema era para Bopp y su época insoluble, porque el material comparativo que utilizaban era el de las lenguas célticas modernas y vigentes, demasiado alteradas como para reconstruir las formas originarias.
[9] Véase Frederick H. Jungermann: La teoría del sustrato y los dialectos hispano-romances y gascones, Madrid, Gredos, 1970.