En esta época de paganismo sensorial y mediático, más propicia al desenfreno sensual y las pasiones carnales de toda especie que al flagelo de la abstinencia, el instinto de muerte, la pulsión tanática y la estética más siniestra, concebida por una cultura prisionera de una devaluación implacable de la vida, se apropian de las calles españolas con obscenidad, pisoteando los derechos y los deseos de todos los que no comparten su opresivo código de valores morales y estéticos.
Las imágenes más divulgadas de la vida se reducen en este tiempo a fúnebres desfiles inquisitoriales donde matriarcas omnímodas exhiben, bajo la apariencia del dolor y el sufrimiento, la victoria sobre la carne y el placer que supone la traumática muerte del hijo.
La aberrante representación tiene como destinatario privilegiado, para más inri, a una deidad patriarcal hace tiempo dada por muerta. El cuadro no puede ser más pintoresco siéndolo menos. La muerte celebrando el triunfo de la muerte hasta el fin de los tiempos.
[Y no, no me vale para nada el cuento de que ya nadie cree en la representación, que todo se reduce a un puro espectáculo de masas con finalidad cultural y turística, sin trascendencia. Que nadie me venga con esas argucias de final de temporada, mediante las que se perpetúa lo mismo de siempre y sólo eso. No, no son aceptables en este caso ni el cinismo ni el desparpajo postmodernos. Las imágenes son lo que son y valen por lo que valen, combatirlas tiene sentido aún. Otros querríamos a lo mejor otras imágenes tomando las calles, esas mismas que los que las toman ahora para sus fines no estarían dispuestos a tolerar. No lo han hecho nunca.]
JF.F.