Podías haber sido grande, parte de la bajeza de las altas esferas, y has crecido tan pelado y anónimo como el que menos, especie de Boy Scout con patas de gallo. En el transporte público todavía yergues la cabeza para ceder el asiento al que lo necesita, cuando el resto baja la vista para mantener el culo con los sentimientos, adheridos a su asiento de mala leche. ¡Bien por ti, nunca te rindes! Lanzas guiños al mundo, como queriendo decir “todavía quedamos personas decentes”. Intentas dulcificar el culto a la vacuidad. Eres lo que se llama “persona maja”, el oficio vocacional peor pagado del mundo.
Y te toca a ti, como casi siempre, porque aquel joven de barba pulcra y brazos como piernas (y piernas como brazos) esconderá la cabeza, ocupado en reventar caramelos virtuales. Tampoco se levantará esa chica, que medita si aún le queda espacio para otro tatuaje -quiere grabarse la piel hasta tacharse a sí misma-. Y mucho menos cederá su lugar la señora del falso bolso de falsa marca, a la que le duelen las piernas por falta de ejercicio.Te levantas, sonríes, señalas el asiento vacío, y te bajas en un par de paradas. O en diez.
Y tendrás tus malos días, y querrás mirar al suelo, persona que escucha los problemas de los que nunca oyen los tuyos. A veces es duro ser tú, especie de Boy Scout con patas de gallo, niño Russell de Up, idealista en un vagón de incrédulos, pagafantas del egoísmo, agitador de la buena educación… pero no debes tirar la toalla porque únicamente la gente como tú, que desmonta los malos sentimientos con buenas acciones, hace que el mundo sea un lugar habitable. Así que sigue levantándote y manifiéstate por motivos éticos, muchos más elevados y genuinos que los políticos…