Los argentinos cancheros dirán que “siempre estamos un paso adelante”; los acomplejados que “no pegamos una”. Los primeros observarán que festejamos el Día del Amigo hace más de cuatro décadas (según cuenta la historia que atribuye la autoría de la ocurrencia a Ernesto Enrique Febbraro); los segundos sostendrán con vergüenza que nos equivocamos de fecha y exigirán la actualización urgente de nuestras efemérides vernáculas.
Aunque data del año pasado, nunca es tarde para anunciar otra novedad capaz de alentar el inevitable desencuentro entre compatriotas. Nos referimos al flamante Día Internacional de la Amistad que la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó en abril de 2011 por resolución A/65/L.72.
El documento oficial no explica la designación del 30 de julio. En cambio, justifica la decisión de institucionalizar un festejo que ya existe “en numerosos países” y que revela la importancia de un “sentimiento noble e inestimable para los seres humanos de todo el mundo” (…) y capaz de tender “puentes entre comunidades”, siempre respetuosos “de la diversidad cultural”.
De esta manera, la ONU invita a celebrar una amistad inspirada en el vínculo de afecto interpersonal pero mucho más amplia: que comprometa a países, pueblos, futuros dirigentes (acaso los actuales sean irrecuperables) y que estimule el respeto por las diferencias y la cultura de la paz.
Tamaño desafío podría sacudir el avispero donde convivimos argentinos cancheros y acomplejados, escépticos y crédulos, cínicos y esperanzados. Pero a no desesperar: son pocos los compatriotas al tanto de la extensión institucional del clásico festejo del 20 de julio que, ajeno a toda pretensión de armonía mundial, se conforma con combatir el llamado “síndrome Adán“.