Revista Cultura y Ocio
El día del fin del mundo Ramón estaba pidiendo por teléfono una pizza familiar cuatro estaciones. A unos cuatro mil kilómetros de distancia el meteorito se hacía pedazos al chocar con la atmósfera. Ramón colgó el teléfono y encendió la televisión. Ahí vio al reportero despedirse mientras sollozaba. Ramón se asomó a la ventana. En la calle la multitud imitaba un escena de película. Él frunció el ceño y se limpió con la manga del pijama los mocos del último catarro. Entre portazos creyó escuchar a la vecina rezar un rosario. Le sorprendió el volumen de su voz, siempre fue una anciana apagada. Atravesó el pasillo hasta la cocina pisando la ropa en el suelo. Abrió el grifo y dio un trago de agua. En el patio de atrás las cuerdas de la ropa vibraban. Ramón se sorprendió de lo rápido que se habían secado los calzoncillos. Miró el reloj cuando crujió el cielo y se metió en la cocina cerrando las ventanas. Le sonó el estómago y buscó algo que comer en la nevera. No había nada así que regresó por el pasillo hasta su habitación. Allí se sentó en la cama y encendió la radio. Escuchó un ruido estático que terminó siendo un pitido incómodo. Las paredes comenzaron a vibrar y Ramón se tumbó para dormir con la nariz pegada a la nuca de su madre. Con la luz blanca Ramón la dio un beso mientras susurraba perdón por haber precipitado su marcha.Texto: Alberto García Salido